Este artículo está escrito por Iván Ruiz, aficionado de la NBA. ¿Quieres contar tu historia? ¿Quieres escribir tu relato? En NBA Spain te damos tu hueco en la sección 'Rincón del Fan'. Si quieres mandarnos tu artículo hazlo a este email: nbaidspain@grassroots.es.
Difuminado, al igual que la imagen. Así es como percibe la realidad aquella gente que sufre problemas mentales de cualquier índole. Una realidad paralela creada por su propia mente que los transporta de un extremo a otro de su espectro emocional a velocidades de vértigo. Esta situación se magnifica peligrosamente en el caso de los deportistas de alto nivel, pues la atención mediática a la que son sometidos constantemente actúa como multiplicador de los factores agravantes, haciéndolos mucho más nocivos.
Ansiedad, pánico, depresión y otras patologías, son las más comúnmente asociadas a los deportistas a la hora de hablar de salud mental, un término tristemente famoso en estos últimos tiempos gracias a las confesiones de gente tan relevante como Simone Biles, Naomi Osaka, Andrés Iniesta o más cerca nuestro, De Mar De Rozan o Kevin Love. Nadie está exento de la posibilidad de sufrir uno de estos problemas, puesto que la mayor parte de las veces son provocados por factores físicos o psicológicos ajenos a la comprensión o voluntad propias.
Pero hay otro tipo de patologías no tan peligrosas a priori, que pueden ser muy perniciosas si se desarrollan en un sujeto concreto y en un contexto determinado.
El sujeto
JaVale McGee llegó a la NBA casi de forma milagrosa y no me refiero precisamente a sus méritos deportivos. Aquel espigado y sonriente muchacho de 2.13 metros que seleccionaban los Washington Wizards, estaba en este mundo de casualidad y su madre Pamela lo recordaba mientras llora al ver a su hijo subir a recoger la gorra en el Madison Square Garden la noche del draft.
Corría el año 1987. Pamela McGee estaba embarazada pero no estaba dispuesta a ser madre soltera y criar sola a su pequeño retoño, por lo que tomó la complicada decisión de abortar. Apenas 48 horas antes de acudir a la cita para someterse a la operación, la providencia la hizo entrar en una iglesia en busca de consuelo espiritual para aliviar la pesada carga que comenzaba a lastrar su joven conciencia. Pamela era una mujer de firmes convicciones religiosas, circunstancia que la hacía atormentarse aún más al pensar en el inminente desenlace de los acontecimientos. Y es allí donde se obra el milagro. Mientras escucha al párroco local dirigirse a los fieles, hay una parte de la homilía que llama poderosamente su atención. Concretamente la que definía la vida como “un regalo precioso del señor”. Se obró el milagro y Pamela decide armarse de valor y tener a su pequeño.
Si normalmente ya existe un vínculo muy fuerte entre madre e hijo, en casos como el de los McGee, esa fortaleza adquiere dimensiones colosales. Pamela se convierte en el pilar principal de la existencia de JaVale.
El contexto
Nuestro protagonista lo tenía todo para ser el actor principal de una historia maravillosa, de esas que consiguen humedecerte los ojos un sábado por la tarde en la televisión. Su llegada al mundo, su difícil infancia plagada de viajes y cambios y su ADN rebosante baloncesto por los cuatro costados.
Su madre es una Hall of Famer campeona olímpica en Los Ángeles 84, dos veces campeona universitaria, ex jugadora de la WNBA y ex militante de varios clubs de Europa y Sudamérica. Su padre no llegó a debutar en la NBA, pero fue drafteado por Portland en 1985. A esto había que añadir que el chico se presentaba en la mejor liga del mundo con 7 pies de altura (2.13 m), una envergadura descomunal de 2.30 metros, y una capacidad atlética prodigiosa para alguien de su estatura.
McGee es un muchacho con pinta de inocente y bonachón que rápidamente se gana el favor del respetable dándose a conocer con su participación en el concurso de mates del All-Star Game. Allí muestra al mundo sus extraordinarias cualidades físicas machacando en dos canastas a la vez con dos balones y haciendo un mate con tres balones. Este último truco le supondría conseguir un récord Guinness.
Todo parecía estar sucediendo según el guion, pero la realidad en los partidos iba a ser algo muy diferente. Ver a McGee sobre la pista comenzó rápidamente a ser una especie de ruleta rusa de emociones, pues era capaz de ejecutar un monstruoso mate un metro por encima de su defensor y a la siguiente jugada tropezar y tirar al suelo a dos compañeros.
La inconsistencia en su juego se sumó a la inmadurez propia de la edad, creando un peligroso cóctel capaz de eclipsar sus capacidades potenciales, que no eran pocas. El entorno tampoco ayudó demasiado, pues los Wizards estaban sumidos en una espiral de autodestrucción deportiva en la que nadie parecía estar al volante. McGee contaba por aquél entonces con un rol totalmente residual y muy malas influencias como Gilbert Arenas o Caron Butler, quienes nunca han destacado precisamente por ser ejemplos de conducta.
La progresión de nuestro protagonista se frena irremediablemente mientras que comienzan a proliferar sus meteduras de pata sobre la pista. El creador de aquel slogan que rezaba: “la potencia sin control no sirve de nada”, de alguna manera visualizó a McGee dos décadas antes de su aparición. Aquellas acciones comenzaron a ser habituales y mucho más frecuentes, a medida que disponía de más minutos sobre la pista. A pesar de todo, en su tercer año ya se había hecho con un puesto en el quinteto titular.
El bulling
Es aquí el momento de la historia en la que un factor externo iba a elevar las torpes acciones de McGee a la categoría de meme absoluto. Ese factor se llama Shaquille O´Neal. El excampeón de la NBA estrenaba una sección dentro del programa de la TNT “Inside the NBA” que se llamaba “Shaqtin a Fool” en el que se dedicaba a seleccionar las cinco jugadas más tontas o los cinco errores más graciosos cometidos por jugadores durante esa semana en la competición. Como era de esperar, O´Neal no tardó en detectar una presa fácil y McGee se convirtió en uno de los protagonistas principales. De cada 5 jugadas seleccionadas por semana, al menos una de ellas solía estar “perpetrada” por él.
No tardó mucho en llegar el primer programa en el que las 5 nominaciones semanales tenían al mismo candidato: JaVale McGee
La fijación de O´Neal por ridiculizar a McGee continuó aumentando exponencialmente sin que nadie pusiera remedio, de tal forma que durante los 2 siguientes años de emisión (11/12 y 12/13), nuestro protagonista fue nombrado MVP de dicho programa. Pero lo que desconocía Shaquille O'Neal, al igual que sucede con la mayoría de los que ejercen bullying sobre alguien, es que le estaba provocando un grave desorden emocional. Y es que a las cosas hay que llamarlas por su nombre, y lo que le estaba haciendo Shaq a McGee no puede ni debe tener otra definición posible que “acoso”.
<< Poco a poco fue menospreciando mi reputación. Era joven y emocional de tan solo 24 años y con esas apariciones me iba desvaneciendo lentamente. Entré en un espiral descendente desde que se emitió ese programa >> (J. McGee)
Y es que, las víctimas de este tipo de conductas abusivas suelen sufrir, entre otras muchas cosas:
- Baja autoestima.
- Actitudes pasivas.
- Problemas psicosomáticos.
- Depresión, ansiedad y pensamientos suicidas.
- Aparición de trastornos fóbicos.
- Sentimientos de culpabilidad.
- Alteraciones de la conducta: intromisión, introversión, timidez, aislamiento social y soledad.
- Baja responsabilidad, actividad y eficacia.
El problema
Otra cosa que desconocía todo el mundo que se mofaba de él, es que McGee sufría desde niño un grave trastorno de déficit de atención, algo que jamás había contado hasta que llega a los Nuggets en el año 2012.
Según el CDC (Centro para el control y prevención de enfermedades) las personas con el TDAH pueden tener problemas para prestar atención, controlar conductas impulsivas, podrían actuar sin pensar en el resultado de sus acciones, o pueden ser demasiado activos.
Existen 3 tipos de TDAH atendiendo a la sintomatología del paciente:
- Presentación en la que predomina la falta de atención
- Presentación en la que predomina la hiperactividad/impulsividad
- Presentación combinada de ambas
Lo que se deduce de estos datos si los hacemos concordar con las acciones de McGee es que probablemente le fuera muy difícil controlar aquellos impulsos que le hacían cometer sus clásicos fallos. Nadie en semejante tesitura debería ser objeto de burla y si de comprensión y ayuda especializada. También es cierto que cuando se le detectó el problema en su niñez, rehusó seguir un tratamiento, por lo que la culpa de llegar a aquella situación que le había convertido en un meme andante era compartida.
A partes muy desiguales pero compartida.
<< Tengo un ‘déficit de atención’ extremo. Cuando era pequeño intentaron darme un tratamiento con fármacos como el Ritalin, pero no lo tomé. Simplemente no quise seguirlo. Se me diagnosticó cuando era joven, hace ya mucho tiempo, pero tengo que admitir que es divertido ser así. Nunca te aburres. >>
“Minimización de sintomatología” es el término empleado en psiquiatría para definir la actitud demostrada por McGee ante su problema, y que por supuesto, no representa algo que ayude especialmente a combatirlo.
Pero a pesar de conocer su problema mental, las burlas del programa de O´Neal nunca cesaron, pues lo que McGee no había reconocido abiertamente es que aquello le estaba minando la moral poco a poco cada día. Otro problema subyacente fue la devaluación progresiva a la que se vio sometida su reputación. Los entrenadores no veían en él alguien de confianza y, por ende, no querían contar con él.
Segundo intento
Cuando aterriza vía traspaso en los Denver Nuggets, ve reducidos sus minutos a un papel testimonial pues George Karl no parecía tener demasiada confianza en él. Pero a lo largo de su estancia allí la opinión de Karl iba a cambiar radicalmente. Conocedor de su problema mental, Karl se propuso luchar contra la adversidad y convertir a McGee en un jugador aprovechable, pues siempre reconoció que gozaba de un talento espectacular y un físico impresionante. Lamentablemente aquellas capacidades estaban huérfanas de consistencia.
Karl intentó que McGee madurase y no intentase ser espectacular la mayor parte del tiempo, algo que habitualmente facilitaba que cometiera sus clásicos errores. El modelo y ejemplo de jugador a seguir que le planteó fue Tim Duncan.
McGee intentó contener sus impulsos y aceptó recibir ayuda, pero las burlas de O´Neal y su programa jamás cesaron. A pesar de todo nunca abandonó su empeño de progresar y, a pesar de todas las adversidades, su rol dentro del equipo fue definiéndose poco a poco. La madurez deportiva asomaba levemente por encima de la montaña de la impetuosidad como lo hace el sol por las mañanas. Y es ahí, en ese preciso instante de su vida, cuando decide acometer su problema de la manera más adulta posible. Concediendo una entrevista al programa en el que Shaquille O´Neal le ridiculizaba por sistema. La imagen mostrada por McGee es madura, sosegada y con un grado de aceptación de la situación que sorprendió a propios y extraños. Lo que intentó hacer con aquella maniobra no era otra cosa que ejecutar un mecanismo de defensa ante aquel continuado ataque.
No iba a enfadarse, no quería luchar más, lo único que pretendía era demostrarle a O´Neal que sus burlas no le importaban lo más mínimo, aunque no le hicieran ni pizca de gracia. La clave del éxito era mostrar la más absoluta de las indiferencias. Pero cualquiera que haya visto la entrevista puede sacar una conclusión con solo ver la cara de McGee: Aquello le estaba consumiendo irremisiblemente.
Es entonces cuando aparece el definitivo “palo en la rueda” para él, en forma de una inoportuna lesión (fractura por estrés en la tibia) que lo vuelve a llevar a la casilla de partida de este cruel juego llamado vida. La lesión lo condenó a vagar por un desierto de mediocridad competitiva pasando de Denver a Philadelphia y luego a Dallas en los dos años más penosos de su vida deportiva, en los que apenas disputó 60 partidos.
El único consuelo radicaba en que, al ver reducida su participación en el juego, también había menos posibilidades de salir en aquel maldito programa. El refrán de “muerto el perro, se acabó la rabia” parecía cobrar el más pleno de sus sentidos. Las burlas desaparecieron, pero el precio a pagar fue excesivamente alto. McGee se vio de repente fuera de la NBA sin nadie que confiara en él y le hiciera hueco en algún equipo. Su imagen había sido dañada de una manera tan mayúscula que solo un milagro (otro) podría devolverlo a la competición.
El karma
El árbol genealógico de entrenadores que descienden de Gregg Popovich es inmenso, pero solo uno de sus discípulos parece haber heredado su insultante facilidad de gestionar personalidades y crear contextos adecuados para sacar lo mejor de cada jugador. Ese hombre no es otro que Steve Kerr.
Cuando los Dallas Mavericks cortan a McGee (2016) su carrera parecía estar condenada a terminarse o a continuar muy lejos de allí. Es entonces cuando los Warriors de Kerr le iban a dar la mejor oportunidad de su vida, materializando un fichaje que mucha gente interpretó como una broma. Pero para él, aquello no solo significaba que iba a formar parte de un equipo con muchas posibilidades de conseguir un anillo. Tampoco era solo una situación excepcional en la que aprender de unos compañeros extremadamente buenos. Lo mejor de todo era que por fin iba a formar parte de algo.
McGee no tardó en conquistar a sus compañeros y a su entrenador con su carácter afable y divertido. A pesar de no contar demasiado en la rotación, la lesión de Pachulia le permitió incrementar sus minutos para demostrar que había madurado como jugador. Estaba tranquilo y seguro de sí mismo, y lo poco que hacía lo hacía bien. Se convirtió en un buen complemento de un gran equipo, aportando finalización cerca del aro, rebote y intimidación. Mucha intimidación. Por fin la vida parecía estarle mostrando a McGee su cara más amable.
Pero los abusones no descansan nunca y les es muy difícil aceptar el bienestar de sus presas. Shaquille O´Neal se quedó sin argumentos para humillar a un McGee maduro y centrado, así que creó un video promocional de “Shaqtin a Fool” en el que recopilaba sus peores errores e incluso se mofaba de su pelo. La mayor parte de aquellas imágenes pertenecían a épocas pasadas de Washington y Denver. Toda paciencia tiene un límite, y aquella sucia maniobra de O´Neal consiguió que la de McGee rebosara los suyos. Literalmente, explotó.
McGee replicó diciendo que Shaq estaba enamorado, de ahí su obsesión con él. Que lo dejara en paz de una vez por todas. O´Neal no se quedó callado. Había conseguido el objetivo que venía persiguiendo años atrás, y que no era otro que sacar a McGee de sus casillas. Aquello desencadenó un feo cruce de declaraciones en Twitter cargado de mutuas faltas de respeto. Pero esta vez, JaVale no estaba solo.
Todos los compañeros en general criticaron las acciones de O´Neal, pero el más incisivo fue Kevin Durant:
<< JaVale sólo quiere respeto, ganarse la vida y disfrutar del baloncesto. El comportamiento de Shaq es infantil. Se ríe, pero él también fallaba mates, tiraba fatal los tiros libres y no metía una desde fuera de la pintura. Carecía de habilidad >>
Incluso su equipo, los Golden State Warriors, mandaron un comunicado oficial a la cadena TNT solicitando que cesaran las burlas sobre él, pues lo único que conseguían era menoscabar su imagen y prestigio profesional injustamente. La gente estaba volcada con la causa, pero aún faltaba la traca final. Alguien inesperado iba a aparecer en escena para conseguir lo que nadie había logrado hasta la fecha.
Y es que tradicionalmente todos los abusones suelen tener miedo a una misma persona. El caso de Shaq no era una excepción.
En una entrevista con Mike Wise de The Undefeated, O'Neal dijo que: “tenía órdenes de arriba para dejar en paz a JaVale McGee”
- ¿El comisionado de la NBA, Adam Silver? - Preguntó Wise "No", dijo O'Neal. "Mi madre. Me llamó y me dijo: "Déjate de tonterías. Déjalo en paz''. Así que este es el fin del problema. Ya no volverás a oírme hablar de él. Mamá ha hablado".
Los ataques al fin cesaron y JaVale McGee pudo centrarse en disfrutar de su nueva vida cargada de oportunidades. El trabajo y el esfuerzo habían conseguido lavar por completo una imagen ensuciada por las burlas a lo largo de los años. En resumidas cuentas, había ganado. 2 anillos con los Warriors y otro más con los Lakers de LeBron fueron el justo premio a alguien que había sabido adaptarse a su rol y ejecutar sus cometidos específicos como un cualificado obrero de la construcción. McGee volvía a disfrutar con el baloncesto mientras obtenía recompensas por ello.
Como magistral punto y seguido a una carrera que en sus orígenes parecía abocada al fracaso, Gregg Popovich le regaló la posibilidad de formar parte del Equipo olímpico de los Estados Unidos. Nada que suceda por obra y gracia de Popovich lo hace sin una razón de fondo… McGee, que ya era el primer jugador de la historia de la NBA hijo de una jugadora de la WNBA, se convertía también en el primer hijo de una campeona olímpica de baloncesto que igualaba a su madre colgándose un oro.
Al final, como sucede en las historias bonitas, el tiempo puso a McGee en el lugar de la historia que le corresponde, pero lo mejor de todo es que aún no se ha movido de ahí. McGee continúa gozando de confianza, esta vez por parte de los Suns de Phoenix. Proyecto destinado a luchar de nuevo por un anillo. Otra vez pieza complementaria de un buen proyecto, y es que la vida al fin y al cabo va de eso, de poder sentirse parte de algo.
<< Primero te ignoran, luego se ríen de ti, luego luchan contigo, luego ganas tú >> (Mahatma Gandhi)
Un artículo escrito por un fan, un gran fan de la NBA.