Este relato está escrito por Iván Ruiz, aficionado de la NBA. ¿Quieres escribir el tuyo? ¿Quieres contar tu historia con la NBA? En NBA Spain te damos un espacio en el 'Rincón del Fan'. Mándanos tu texto a este email: nbaidspain@grassroots.es.

Tim Duncan La gran redención

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“Para los hombres es imposible – aclaró, mirándolos fijamente – pero no para él; de hecho, para él no hay nada imposible”. Marcos: 10:27

Prólogo

Las del 2013 no iban a ser unas series finales cualesquiera. Constituían el choque definitivo de dos culturas baloncestísticas opuestas, dos idiosincrasias deportivas contradictorias, dos maneras diametralmente opuestas de entender este magnífico deporte de la pelota naranja.

En un lado, los Heat de Miami como la máxima expresión alcanzada hasta la fecha del relativamente moderno concepto denominado “Small Ball”, caracterizado por una heterodoxia posicional cuyo fin era Imprimir velocidad y ritmos de juego altos. Todo en base a la verticalidad y gran movilidad que atesoraba su quinteto, más pequeño y por ende más veloz que el de sus rivales. El gran volumen de tiro exterior, la constante generación de espacios, las fugaces transiciones en contraataque y la constante presión defensiva en líneas de pase, son sus argumentos principales. Físicos privilegiados, lanzamiento exterior preciso y extraordinarias cualidades individuales, sus armas.

Al mando de la ofensiva de los de Heat, el jugador más determinante del planeta. Como lugartenientes, tres futuros miembros del Hall Of Fame, entre los cuales se encontraba uno de los mejores escoltas de la historia y el tirador exterior más letal que ha conocido hasta entonces este deporte. Sus abales, las dos finales alcanzadas en los años anteriores y la consecución del anillo en la última de ellas.

A esa escuadra tan extraordinariamente pertrechada, la amparaba y acompañaba una legión de seguidores a lo largo y ancho del país. Una nueva era de aficionados impacientes, ávidos de resultados positivos obtenidos en corto espacio de tiempo, que alentaban sin cesar al “superequipo” de moda. Al fin y al cabo, a la gente le apasiona la narrativa basada en reunir a todos los héroes posibles y verlos luchar juntos contra lo que sea hasta conseguir la victoria. Pero… ¿quién aguardaba al otro lado?

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En la otra esquina, los Spurs de San Antonio como ejemplo supremo de organización deportiva. Un carácter eminentemente familiar ligado de manera tan inexplicable como efectiva a una férrea disciplina, casi militar, que les había posibilitado dominar con mano de hierro durante la última década, ganando más partidos que ningún otro equipo en la historia de la competición.

14 años seguidos sin faltar a su cita con los play-offs habiendo ganado el anillo en 4 ocasiones en un periodo de 9 años. Una entidad totalmente diferente a las demás, basada en una estructura de roles totalmente horizontal en la que nadie es la estrella y todo el mundo puede llegar a ser importante en un momento determinado. Un lugar en el que el liderazgo se ejerce de manera omnipresente, abarcando un amplio espectro de acción que puede ir desde cualquier situación dentro de la pista, hasta fuera de ella en la tesitura más corriente y mundana. Esto era posible gracias a los dos líderes que conformaban el eje central de la estructura: El, probablemente, mejor entrenador de la historia de los deportes colectivos americanos, y uno de los mejores jugadores que ha pisado jamás una cancha de baloncesto.

Un proceder ordenado y metódico, desarrollado en un teatro de operaciones analizado al milímetro, en el que cada uno de los actores que intervienen conoce y ejecuta perfectamente la misión que le han encomendado, sin extralimitarse ni lo más mínimo en el ejercicio de sus funciones. Nada ocurre sobre la pista sin razón. Hasta el movimiento más insignificante e irrelevante subyace a un minucioso estudio de causa y efecto. El único y primordial objetivo es potenciar todas y cada una de las acciones que se realizan sobre la pista con la inteligencia obtenida del estudio previo de ellas, para así alcanzar un nivel de eficacia superlativo.

Su argumento, el insuperable orgullo de ser el último bastión existente de un baloncesto inteligente, metódico y funcional, que parecía condenado a la extinción desde hacía una década y que, gracias a ellos, se resiste a sucumbir sin antes luchar.

La Batalla generacional más grande de nuestra era estaba a punto de producirse, y nosotros íbamos a ser testigos de excepción.

“La victoria está reservada para aquellos que están dispuestos a pagar su precio”. Sun Tzu

Gloria y tragedia

LeBron James Ginobili Duncan Leonard NBA Finals 2013

18 de junio del año 2013, American Airlines Center, Miami (Florida). sexto partido de las finales de la NBA entre los Miami Heat y los San Antonio Spurs. San Antonio lideraba las series por 3 -2 y comenzaba el último cuarto del encuentro, supuestamente definitivo, con una ventaja en el marcador de 10 puntos (75 – 65).

Bajo las órdenes de Gregg Popovich, los Spurs habían encarrilado la eliminatoria más o menos dentro de lo previsto, y se disponían a realizar el último esfuerzo para conseguir cerrar la lucha por el ansiado 5º campeonato de 5 intentos, para cerrar así, la que probablemente sería la última página del libro de su dinastía. Para Tim Duncan (36), Manu Ginobili (35) y Tony Parker (30), aquellos 12 últimos minutos representaban un corto periodo de tiempo, sospechoso de ser la última oportunidad de lograr algo juntos. La gloria estaba a al alcance de su mano, solamente debían estirar el brazo y cogerla.

Pero la realidad es que no estaban solos en aquella pista. La compartían con el jugador más desequilibrante de la competición, el cual, en ese preciso instante, decide que tiene la obligación moral de interponerse entre los Spurs y sus sueños.  LeBron James comenzó a ser el monstruo intratable de las grandes ocasiones y, alentados por su empuje, los Heat recortaron las diferencias ante unos sorprendidos Spurs, que no esperaban bajo ningún concepto semejante ejercicio de supervivencia a esas alturas de la serie. Ninguno de los contendientes estaba dispuesto a tirar la toalla, como así habían demostrado a lo largo de seis emocionantes encuentros plenos de rabiosa lucha en el barro. Los Heat se aproximaron e incluso llegaron a conseguir ponerse por encima en el marcador, obligando al “Big Three” de los Spurs a dar lo mejor de sí por enésima vez, en un titánico y extremo esfuerzo que los elevó a una cómoda posición de 5 puntos arriba a falta de 28 segundos para el final del partido.

En la grada, Pat Riley permanece de pie con semblante serio, imperturbable, con los brazos cruzados y la mirada clavada en la pista aguardando estoicamente el fatal desenlace. Riley es el hombre duro de la NBA por antonomasia y no va a mostrar ni el más mínimo sentimiento de lástima o autocompasión. Ni siquiera cuando, ante sus atónitos ojos, comenzaban en los aledaños de la pista los preparativos previos a la celebración del presunto título de los Spurs.

Pat Riley NBA Finales 2013

La NBA pretendía adelantar trabajo y posicionó al personal con las camisetas y gorras de campeón, agazapado esperando en el fondo de la canasta defendida por los Spurs. Aquello supuso un duro golpe para la moral de los aficionados de Miami, que comenzaron a abandonar el pabellón para no ser testigos de la derrota de su equipo. Ambas acciones representaron una evidente falta de respeto hacia los jugadores de los Heat, que observaban la secuencia con estupor mientras se miraban unos a otros.

La organización y los aficionados que se fueron prematuramente, se equivocaron. El medio minuto más trepidante de la historia reciente del deporte en Estados Unidos estaba a punto de producirse.

Gracias a la hábil pizarra de Erik Spoelstra, los Heat habilitaron a LeBron James para que lanzase de tres en solitario. El triple no entró y los Spurs no consiguieron hacerse con el rebote, que después de varios palmeos acabó de nuevo en las manos de James, que esta vez se levantó y no perdonó. El triple entra como un cuchillo en una onza de mantequilla, y los aficionados que aún permanecían en el American Airlines Arena, estallaron en un ensordecedor rugido que hizo temblar los cimientos del edificio. El triple no lo había metido LeBron, lo había hecho el malherido y rabioso orgullo de un equipo al que cometieron el error de desahuciar prematuramente. Los Heat se ponían a 2 puntos.

Popovich mantuvo en pista un quinteto pequeño para favorecer la defensa exterior, hecho que propició un rebote de Miami que valía su peso en oro. Tim Duncan observaba preocupado desde el banquillo la secuencia.

A falta de escasos 12 segundos, LeBron lanzó de nuevo desde el arco. El lanzamiento no entró, pero Chris Bosh se hizo fácilmente con el rebote entre dos jugadores tejanos más pequeños y le envió el balón rápidamente a un compañero que se había quedado relativamente libre en el lado derecho.

Pero no era un compañero cualquiera, era Walter Ray Allen.

Allen era un francotirador de élite con hielo en las venas, veterano de muchas y muy cruentas batallas. Recibió el esférico e inmediatamente fijó el punto de mira en la canasta. Al mismo tiempo retrocedía dos pasos hacia atrás sin apartar la vista ni una milésima de segundo de su objetivo, ni tan siquiera para comprobar si con su movimiento había colocado los pies detrás de la salvadora línea de triple. Desde que la bola llega a sus manos, para su mente ya no existe nada más que él y su presa.

Puro y genuino instinto.

La información procesada en su cerebro en milésimas de segundo, transmitía un impulso a sus músculos y su cuerpo ejecutó el movimiento que había repetido miles de veces instintivamente hasta pulverizar la propia perfección. Se elevó y anotó un monumental triple que empataba el partido.


La locura sobreviene y el clamor del público transformó el pabellón en un coliseo romano. Los Spurs no eran capaces asimilar lo acontecido. Estaban totalmente abrumados por el inesperado mazazo que los había sacado mentalmente del partido. No había tiempos muertos, ni ideas, no quedaba tiempo… nadie supo muy bien qué hacer.

Después de un último intento desesperado de Parker, el encuentro se iba al tiempo extra, pero con la rabia transformada en confianza, los Heat eran otro equipo, uno muy superior al tejano. Los Spurs cayeron derrotados diciendo adiós al trofeo que tan prematuramente habían saboreado.  

La serie quedaba empatada a tres.

La inercia anímica adquirida por ambos equipos se trasladó intacta al escenario de muerte súbita que suponía el séptimo y definitivo encuentro, que se jugaba de nuevo en Miami.  El último partido de una serie memorable no podía defraudar, y así sucedió. La calidad individual de Miami comandada por un intratable LeBron, sumada a las renovadas esperanzas de victoria, vuelven a confrontar batalla contra la máquina fiable, bien engrasada y plena de recursos tácticos que son los Spurs. El intercambio de golpes entre ambos resultaba demencial, casi hipnótico. Algo realmente digno de lo que estaba en juego.

Un triple ponía a los Heat arriba a falta de escasos minutos, pero varias acciones seguidas de San Antonio los acercaron a la diferencia mínima; y es que, si hay algo en la NBA que todo el mundo sabe, es que jamás puedes dar por muertos a los Spurs. A menos de un minuto y con posesión de Tejana para empatar el partido o incluso ponerse por delante, el balón le llegó al poste bajo a Tim Duncan, que se había quedado emparejado con Shane Battier, bastante más pequeño que él.  En un segundo, el clamor del público descendió hasta casi hacerse imperceptible. La gente había dejado de gritar mientras observaba con preocupación la escena, consciente de lo que probablemente iba a suceder. Tenía el balón en sus manos el hombre inmutable, el jugador con el mayor arsenal de fundamentos conocido, se disponía a ejecutar.

Entonces, ocurrió lo impensable […]

Duncan se giró hacia la canasta mientras rodeaba a Battier con su brazo izquierdo para ganar espacio y, elevándose sobre su pierna buena, lanzó su clásico gancho con la diestra. Ha realizado ese movimiento cientos, quizá miles de veces, y siempre con una efectividad diabólica. Pero el problema es que esta vez el diablo había decidido ponerse de parte de los Heat y el balón no tuvo a bien entrar. Desconcertado, Duncan palmeaba su propio rebote bien posicionado sobre Battier y fallaba de nuevo. Nadie, absolutamente nadie se creía lo que acababa de suceder.

El comentarista de la ESPN lo resumía de manera rotunda y concluyente mientras observaba incrédulo la repetición:

“El mejor ala pívot que jamás haya jugado a este deporte, ha tenido la oportunidad para empatar contra un defensor más pequeño y ha fallado el tiro”

Tim Duncan abatido tras fallar tiro NBA Finals 2013

Duncan se lamentaba mientras estiraba con rabia su camiseta y golpeaba el suelo con las manos. El juego se detuvo por un tiempo muerto. Una cámara dejó para la posteridad la imborrable imagen del hombre más inmutable e inexpresivo de la NBA, completamente
derrumbado en el centro de la pista mientras sus rivales lo observaban intentando asimilar la remota suerte que habían tenido.

El golpe era definitivo y los segundos que quedaron por jugar resultaron totalmente intrascendentes. Duncan se había ido del partido, de la serie y hasta de su propia mente. Había caído el líder y sus compañeros se supieron vencidos.

Miami levantaba de nuevo el trofeo. El segundo seguido en tres años.

“El modo más seguro de perder una batalla es creerla perdida” Arturo Pérez – Reverte

La forja del redentor

El verano del 2013 no iba a ser una época fácil para la mente de Tim Duncan, aunque realmente, ninguna etapa de su vida lo había sido.

Tim deseaba seguir los pasos de su hermana Tricia que había competido en natación en los juegos olímpicos de Seúl (1988) representando a los Estados Unidos. Nacido en el seno de una modesta familia en Christiansted, Saint Croix, (Islas Vírgenes de los EEUU), el pequeño Timmy era un estudiante sobresaliente que compatibilizaba su aprendizaje con el sueño olímpico. El camino de aquel chaval de apenas 12 años parecía estar claro, pero el destino aún tenía un par de cosas que decir al respecto…

Decía Haruki Murakami (escritor japonés) que: “el destino se lleva siempre su parte y no se retira hasta obtener lo que le corresponde”

Y vaya si lo hizo. Lo llevó a cabo adoptando la cruel forma de un devastador huracán al que llamaron “HUGO”. Casi la totalidad de las infraestructuras de la isla quedaron destrozadas, entre ellas, la única piscina en la que Tim podía entrenar de manera profesional. Meses después, un solo día después de su 14 cumpleaños, fallece su madre y principal apoyo (Ione Duncan) víctima de un cáncer de pecho. Aquello destrozó anímicamente al pequeño, que había visto como su vida y sus sueños se desmoronaban en apenas 7 meses.

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La legendaria fortaleza mental de Tim Duncan se basa en una coraza emocional construida desde su más tierna infancia. Su privilegiada mente creó un mecanismo para protegerse de todo aquello que le hizo daño y evitar que algo volviera a herirle. Nadie era capaz de entrar en su mente, por mucho que lo intentaran. Soportó impertérrito durante años los intentos de “Trash Talking” de sus rivales sin ni siquiera pestañear. Sin embargo, algo había roto aquella coraza desde dentro.

El fallo en el séptimo partido de las finales había conseguido quebrar lo que todos creían indestructible. Aquella acción fue el desencadenante, la gota que colmó el vaso, pero en realidad habían sido un cúmulo de circunstancias. La insuficiente e ineficaz defensa sobre las estrellas de los Heat, haber dejado escapar ventajas cruciales en el marcador e incluso la desaparición de Danny Green en el último partido, eran errores que Duncan asumió irremisiblemente como suyos.

La arquitectura de la dinastía de los Spurs estaba basada en un genio al mando de la organización táctica y otro al mando de la operativa. Popovich era el alma del equipo, pero Duncan era el corazón. Timmy marcaba el ritmo dentro de la pista, controlando sus emociones, vigilando las de sus compañeros y siendo el brazo ejecutor de las órdenes que llegaban desde el banquillo. Aquel eje central de dos piezas era el secreto del éxito del equipo, y ahora tenía una grieta. Una de tamaño considerable.

Dentro de la organización casi perfecta que eran los Spurs, el liderazgo de Tim Duncan tenía una misión implícita, la de velar por el buen estado anímico de sus compañeros. Cada vez que apreciaba una irregularidad emocional en alguno, rápidamente tomaba cartas en el asunto. Es lo que diferencia a una superestrella de un jugador franquicia. Para ello, Duncan tenía a su favor una carrera en psicología por la universidad de Wake Forest y la autoridad moral que le confería ser el buque insignia del equipo. Aquel al que todos respetaban porque se lo había ganado, y es que el mejor de los respetos es el que se obtiene de esa manera y no exigiéndolo.

Manu Ginobili contaba que una vez, tras perder un balón que decidió un partido a favor de sus rivales, se fue a su cuarto sin querer hablar con nadie. “Estaba devastado, avergonzado, quería desaparecer, cavar un pozo y esconderme para siempre”. Pero Duncan insistió en contactar con él hasta que consiguió y se lo llevó a cenar. Hablaron de muchas cosas sin tocar el baloncesto, y el estado de ánimo de Ginobili cambió por completo. Duncan era un maestro a la hora de empatizar con los compañeros y tocar las teclas adecuadas para hacerlos superar baches emocionales.

Esta vez tenía problemas era el que siempre intentaba poner solución a los de los demás, pero no estaba solo. Tenía detrás al maestro de maestros en la gestión de personalidades, al arquitecto de la franquicia más ganadora de la historia, alguien a quien el propio Duncan reconoció considerar como a un padre, aquel que le dirigió una mirada de orgullo y respeto inmortalizada para la eternidad en una de las imágenes más icónicas de la historia del baloncesto.

Tim Duncan Popovich NBA Finals

Popovich concentró sus esfuerzos en convencer a Duncan de que nada de lo que había sucedido era culpa suya, sino de todos. Le hizo ver que nadie con su historial de esfuerzo y dedicación a la causa común, podía martirizarse de aquella manera por haber cometido un fallo. Que debía volver aún con más fuerzas sin importarle la edad, porque, al fin y al cabo, el paso de los años es inevitable, pero envejecer es opcional.

Y le convenció. Popovich persuadió a Duncan de intentar un último baile. Lo harían con renovadas energías y la sagrada promesa de redimir lo ocurrido en aquellas finales. Lo haría con él, con Manu, con Tony. Estarían todos de nuevo.

Además, tenía un plan.

Uno increíble…

"Siempre hay una mejor estrategia de la que tienes, simplemente no la has pensado todavía"Brian Pitman

La sinfonía inédita

Base militar de la Academia de la Fuerza Aérea, Colorado Springs (Colorado)

Training Camp de los San Antonio Spurs.

El primer día del campus de entrenamiento, se basó sorpresivamente en visionar el sexto partido de las finales una y otra vez. Los jugadores no entendían demasiado bien la razón de aquel martirio, pero nada que suceda de la mano de Popovich lo hace porque sí.  Cuando Se les preguntó a los jugadores principales acerca de lo que recordaban haber sentido al finalizar el fatídico sexto partido de las finales, la idea general era más o menos la misma. Duncan recordaba haberse tirado en el suelo del vestuario, Ginobili se sentía incapaz de mirar a nadie y Parker cubría su cabeza con una toalla mientras pensaba en lo crueles que habían sido los dioses del baloncesto. Ambos coincidían en que los errores que habían cometido durante todo el partido se aparecían una y otra vez en su cabeza.

Una gran imagen del partido tomada en el momento en que los Spurs gozaban de ventaja en el marcador, presidía la estancia por una razón. Aquella ventaja la había dejado escapar el equipo, y no Duncan, ni Parker ni ningún otro jugador. Tampoco había sido cosa de los dioses del baloncesto. Aquello era una necesaria dosis de realidad antes de pasar al siguiente nivel. Un escalón superior al que iban a acceder después de tener claras tres cuestiones cruciales a nivel individual: ¿Qué puedo mejorar?, ¿qué errores no debo repetir? Y ¿cómo puedo hacer mejores a mis compañeros?

Una vez despejadas dudas sobre culpas y responsabilidades, el objetivo era limar imperfecciones tácticas y técnicas. Debían adaptarse a las necesidades del plan estratégico que Popovich había trazado para aquella misión, que no era otra que la de convertirse en la máquina baloncestística más perfecta jamás vista por el hombre.

Nadie, absolutamente nadie estaba preparado para lo que sucedería aquella temporada…

El equipo comenzó a desarrollar un baloncesto sobre la pista que apabullaba a sus rivales pese a la sencillez de su concepción. El balón jamás dejaba de moverse sobre la pista mientras los jugadores intercambiaban posiciones con rapidez, para ayudarse a generar desventajas y terminar encontrando siempre al jugador que estaba solo. Pero ahí no acaba la circulación, pues la doctrina de esta táctica especificaba claramente que, si hay un jugador desmarcado, ha de haber otro que lo está más aún. Aquella idea comenzó a ser conocida por el nombre de “Extra Pass”. Si conseguían comprender después de los primeros partidos, que podían repetir la secuencia hasta el infinito, habrían dado el salto definitivo al siguiente nivel. Aquel en el que la concepción del concepto “Equipo” se establecía como forma única de pensamiento. O ganaban todos o perdían todos. No existía el “Yo”, solamente el “Nosotros”.

Charla de equipo Popovich Spurs NBA Finals 2013

Obviamente, para llevar a cabo semejante ejecución, se tenían que dar unos factores determinados. Algo que en psicología del trabajo en equipo se conoce como “las cinco C”: Comunicación, coordinación, confianza, complementariedad y compromiso.

Algo solamente posible gracias a estar orquestado en base a un trío de jugadores que, pese a tener el mejor porcentaje de victorias de la historia, carecía totalmente de ego; y complementarlo con una plantilla diseñada a la medida del plan. Roles concretos, perfiles personales adecuados y una interoperabilidad total. Todo ello supervisado por un entrenador cuya principal virtud había sido reinventarse una y otra vez a lo largo de casi 20 años, cada vez que lo había considerado necesario para seguir teniendo éxito. El resultado fue una orquesta bien conformada y dirigida, dispuesta a crear una sinfonía inédita hasta la fecha. Una que elevaba los valores colectivos hasta un plano de dominio tan inverosímil, que difícilmente podía haber sido imaginado por nadie. Nadie, excepto el genio culpable de su concepción. Los Spurs pasearon su absurda superioridad por la temporada regular hasta alcanzar las 62 victorias, ejecutando con precisión aquella obertura que la historia conoció como “The Beautiful Game”


Después de superar en la postemporada a los Mavericks, a los Trail Blazers y a los Thunder, solo unos viejos conocidos se interponían entre Duncan y su promesa. Los Heat de LeBron James. El destino, cruel a veces pero sabio y justo en otras muchas, había decidido no dar por cerrado el círculo del juramento, de no ser que este se cumpliera enfrente de los rivales que les habían arrebatado sus sueños el año pasado.

La final repetida era la oportunidad suprema que necesitaban los Spurs para hacer que su grandiosa obra cobrara el mayor de los sentidos. Un contexto idílico en el que la redención podía escribirse con letras de oro, pero… ¿Realmente estaban preparados para ello? La sola idea de volver a batirse el cobre con un equipo que les había privado de la victoria de una manera tan súbita, era un hándicap que podía herir de gravedad la confianza de los Spurs.

Pero esta vez, ni Duncan ni Popovich iban a permitir que eso sucediera…

“Las batallas se pueden ganar con el corazón, pero las guerras sólo se pueden ganar con la cabeza.” Santiago Posteguillo

Cita con la historia

A sus 37 años, un Duncan pletórico de confianza y energía, había aceptado con inusitada humildad el papel que debía interpretar en aquella secuencia final de una película en la que no había actores principales, pero sí uno revelación. Uno al que no esperaba demasiada gente, no al menos en aquella versión. Un joven jugador que había sido adiestrado convenientemente hasta ser convertido en un arma secreta. Una con unas condiciones determinadas desarrolladas para ejecutar un cometido específico.

Kawhi Leonard era un muchacho introvertido e inseguro, pero también un portento físico de manos gigantes con unas aptitudes defensivas increíbles y una ética de trabajo legendaria. Talmente parecía haber sido creado en una factoría de robots en la que el ingeniero fuera Gregg Popovich. Su complicada misión, era la de convertirse en la sombra de LeBron James, mientras que la de Duncan era hacerle creer con fe ciega, que sería capaz de semejante labor.

Kawhi Leonard Tim Duncan Spurs

Si Leonard se dedicaba en cuerpo y alma a intentar frenar a James, el resto del equipo podría dedicarse a seguir creando su fenomenal composición, que aún permanecía inacabada. El plan de Popovich no podía albergar ni la más mínima de las fisuras, pues su equipo iba a luchar dos batallas simultáneas: Una contra el rival y otra contra el implacable paso del tiempo. La edad de sus estrellas sugería que aquella sería la última gran oportunidad de optar al anillo.

Y así comenzaba el último asalto.

Los Heat, enfrentaban la contienda motivados por la posibilidad de convertirse en el segundo equipo en lograr un “Threepeat” (3 anillos de forma consecutiva) después de los Lakers de Shaq y Kobe. En el túnel de vestuarios, LeBron desde el centro del corro del equipo, arengaba a sus compañeros cual general antes de una batalla:

“¡Estamos en la situación en la que queríamos estar! ¡a partir de ahora, cada partido es un séptimo partido, y así debemos afrontarlo!"

Los Heat acudían plenos de confianza, con las espadas en alto, a escribir una nueva página en el libro de la historia de la NBA, pero lo que no sabían es que aquel espacio estaba reservado para otra pluma. Una más antigua pero increíblemente eficaz, pues, al fin y al cabo, la pluma es más fuerte que la espada.

La final no tuvo más color que el negro y plata de los Spurs de San Antonio desde su inicio a su final. El equipo de Popovich abusó tácticamente de los Heat de una manera grotesca en todos y cada uno de los cinco partidos, inclusive en el que perdieron por el titánico esfuerzo de James. Los Spurs mostraron al mundo la última estrofa de su melodía incompleta, una en la que era imposible apreciar ni la más ínfima carencia estructural. Un baloncesto que había conseguido alcanzar el último nivel de la escala evolutiva, uno especialmente diseñado para no tener rival alguno sobre la faz de la tierra.

El dominio era tal, que los Heat quedaron injustamente desdibujados, haciendo ver que eran un muñeco vapuleado por las circunstancias, cuando realmente eran un gran equipo.

Únicamente durante el quinto encuentro y gracias al descomunal empuje de LeBron James, los Heat consiguieron tejer un vano hilo de esperanza que no tardó en ser cortado drásticamente por Manu Ginóbili, que en una acción plena de rabia y sed de venganza, explotó y se comió el aro, llevándose por delante a Ray Allen primero y a Chris Bosh después.


Para colmo, la eclosión de Kawhi Leonard se transfirió de la defensa al ataque y martilleó la canasta de manera implacable. El quinto partido de esta serie debería ser de obligada visión para cualquiera que comience a jugar al baloncesto, sea de la edad que sea. La contienda finalizó y el AT&T Center explotó en una explosión de júbilo, mientras los jugadores de los Heat, felicitaban a sus rivales. No podían ni debían hacer otra cosa más que rendirse a la evidencia.

No les habían ganado, les habían atropellado.

La celebración comienza y, a pesar de que Kawhi Leonard es nombrado justo MVP de las finales, la realización del evento se centra en Tim Duncan.

Tim Duncan celebración NBA Finals 2014

Aquel que había liderado con maestría y humildad a un equipo con mayúsculas a competir de una manera impecable. Que asumió como suyos los errores del pasado y trabajó de manera incansable para que no se volvieran a producir. Que luchó toda su vida siendo fiel al principio de lealtad a una franquicia, que él convirtió en dinastía. Probablemente una de las más longevas conocidas por el deporte. El que demostró que había que ser parco en palabras y dejar que los hechos hablaran por sí mismos. El que transmitió al equipo de equipos el dogma fundamental del maestro Popovich: “El grupo cohesionado vencerá siempre, donde la suma de individuos fracase”.

En definitiva, el hombre que cumplió su promesa. Aquella que al fin cerraba el círculo de la gran redención. La culminación definitiva de la obra deportiva más extraordinaria de la historia del baloncesto: 

La dinastía de los San Antonio Spurs.

Iván Ruiz Álvarez.

Un artículo escrito por un fan, un gran fan de la NBA.

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