Escrito por Luis Vallejo
La historia de las jugadoras españolas en la WNBA es amplia y se extiende a lo largo de más de dos décadas. Desde las pioneras hasta el anillo de Astou Ndour, con Amaya Valdemoro como gran estandarte. La exterior madrileña consiguió tres anillos, formó parte de uno de los mejores equipos de la historia de la competición (Houston Comets) y abrió un camino que luego siguieron otras tantas. Como es el caso de Anna Cruz, pieza fundamental de las legendarias Minnesota Lynx de mitad de la pasada década, coronadas hasta en cuatro ocasiones (una con la española).
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— NBA Spain (@NBAspain) October 17, 2021
Las tres WNBA Spain que han ganado la @WNBA pic.twitter.com/9i6y6sBtrI
Ahora, años después, recordamos de la mano de ambas estrellas sus llegadas, experiencias y ascensos a lo más alto en la mejor liga del mundo.
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El salto a la WNBA
Como ella misma afirma, en el caso de Amaya, hay que remontarse a la prehistoria de la WNBA. Una frase que, en este caso, no se aleja en exceso de la realidad. La competición, creada en 1996, echó a rodar en 1997. Justo un año antes de que la estrella española entrara en el radar de la liga. Fue por medio de Brenetha Jackson, norteamericana del mítico Pool Getafe. La base enviaba cintas de VHS de un lado al otro del charco, en un año en el que el equipo madrileño disputó la Final Four de la Euroliga. “En aquella F4 coincidí con Wanda Guyton, jugadora de las Houston Comets y presente con el Comense italiano, y me tocó defender a Odile Santaniello en la final, alero alta que marcó un antes y un después en la posición”, recuerda Valdemoro.
El VHS de la Final Four no tardó en llegar al despacho de Van Chancellor, entrenador de las Houston Comets, que quedó impresionado con las actuaciones de la española. Para comprobar lo que había visto, el técnico llamó a Guyton, confirmando de esta manera sus sensaciones y despejó sus dudas. Aquella exterior europea debía estar en su plantilla tras el Draft.
La noche del 28 de abril, la WNBA se reunió para el segundo draft de su historia. “Me eligieron las Comets en el puesto número 30 en el Draft más duro de todos los que ha habido. Se juntaron las jugadoras de la American Basketball League, las que salían de la universidad y las europeas que querían ir a la WNBA”, rememora con toda la razón. En total, 7 jugadoras de aquella clase terminaron siendo All-Star, con las históricas europeas Dydek y Penicheiro abriendo las elecciones. Houston, último en elegir debido a su anillo en la temporada previa, se decantó por Polina Tzekova en primera ronda y Nyree Roberts en segunda, hasta que eligieron a Amaya Valdemoro en su tercer pick. Objetivo cumplido.
Sin embargo, la alegría no fue completa. Lo que suponía una gran oportunidad, también era una compleja plaza en la que asentarse: “Tuve la suerte y la mala suerte de que me quisiesen las Comets. A nivel de visibilidad y aprendizaje, me lo dieron absolutamente todo. Llegué allí y estaba entrenando con Sheryl Swoopes, Cynthia Cooper o Jannet Arcaine, las mejores aleros del mundo. Pero yo era la última en la rotación”.
Pese a las similitudes en partes del proceso, bien diferente fue el contexto de Anna Cruz. Debido al desconocimiento todavía existente casi dos décadas después sobre parte del viejo continente, el VHS sustituyó al vídeo digital como método de presentación, aunque en este caso de manera voluntaria. Después de ser descartada de la selección, la escolta española pidió a su agente nuevas experiencias. Si podía ser en la WNBA, mejor que mejor. En caso contrario, alguna otra liga exótica también podía servir. La idea de salir de la rutina habitual era lo primordial.
En este caso, Bill Laimbeer, mítico jugador NBA, pasó a ser uno de los receptores de los vídeos de Cruz. El actual entrenador de Las Vegas Aces, por entonces en New York Liberty, se interesó por el juego de aquella exterior que podía ejercer las funciones de base. El Madison Square Garden necesitaba una jugadora con ese perfil. NY Liberty había estado utilizando a una de sus estrellas, Cappie Pondexter, como directora de juego, pero aquella opción no convencía a Laimbeer. Para él, Cappie era una estrella, pero no la que necesitaba el equipo en el puesto de uno. Así que, entre otra cuestiones, decidió que el training camp del 2014 debía servir para resolver dicha problemática.
“La idea era probar en el training camp, firmando un contrato temporal. Yo me lo tomé como una experiencia más, con pocas expectativas. Al igual que en Rusia, nadie me conocía cuando llegué. Me tuve que presentar a todo el mundo”, asiente un lustro más tarde Cruz. No obstante, el inicio fue peor de lo esperado. “Llegué un lunes y el martes había un partido amistoso. Hice un entrenamiento, no me enteré de nada. No hablaba inglés. Pensaba que no tenía ninguna posibilidad de jugar. Iba con el chándal, vestida hasta arriba”, recuerda la base entre risas, antes de imitar el “¡CRUZ!” tan temido que gritó Laimbeer. De repente, una noche apacible en el banquillo se convirtió en su debut en pretemporada. Un estreno para el que no estaba lista.
“Yo pensé ‘la madre que lo trajo’. Me quité todo lo que llevaba encima, salí y lo hice bien. Lo hice bien… en los treinta segundos que pude jugar. Se me acercó el árbitro y me dijo que no podía jugar con los pendientes. Se me habían olvidado. Yo no me los podía quitar rápido en ese instante. Le pregunté al árbitro si podía ponerme un poco de tape encima, que en Europa se hacía eso. Me volvió a decir que no y me tuve que volver al banquillo. Perdimos el partido. Laimbeer nos dio una charla después y dijo delante de todas que le había gustado cómo había salido a pista presionando, valiente… y que lástima que solo pudiera haber jugado 30 segundos. Me dio bastante cera ahí. Me dijo que no se volviera a repetir”, confiesa haciendo memoria.
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Pasado el mal trago, el training camp continuó con lo establecido. Aquello era la guerra. La lucha por cada uno de los puestos era encarnizada. Unos días que a Cruz le traen a la memoria ‘Los Juegos del Hambre’: “De repente, la de tu lado empezaba a recoger sus cosas sin saber tú por qué. Éramos unas 20. Yo no me enteraba de nada y al día siguiente de repente faltaban dos. Al preguntar, me decían que las habían echado, pero a ti no te comunicaban nada. Simplemente llegabas a entrenar y ya no estaban. A dos días de empezar, éramos 16. Sobraban cuatro. Imagínate la tensión. Tú sabías entre quiénes nos estábamos jugando el bacalao, porque sobrábamos más exteriores que interiores. Yo iba de vacaciones y en ese momento pensé que igual me quedaba. Al final, no solo me quedé: fui muy importante en el equipo”.
Convivir con las estrellas
Cruz no tardó en adaptarse a la competición, aunque el inglés le jugó alguna que otra mala pasada. Un día se marchó directa al banquillo al cometer su quinta personal, regresando de inmediato a la cancha cuando fue avisada por sus compañeras de que allí podía realizar seis. También sufrió con los tres segundos defensivos. “Vi al colegiado pitar algo, yo no sabía qué había pasado, y pensé que una compañera había cometido alguna falta. Nos juntamos todas un momento, como cada vez que pitan falta, y me di cuenta que todas me estaban mirando a mí”, añade sonriendo. Aquellos errores de novata tenían que desaparecer rápido. La exigencia era máxima. No solo por estar en la WNBA, sino por la compañía que le rodeaba.
De la lucha de egos entre Cappie Pondexter y Tina Charles en la Gran Manzana, Cruz fue traspasada a Minnesota Lynx. El salto era enorme, puesto que pasó del cuarto peor equipo de la liga a un conjunto que disfrutaba de un quinteto histórico: Lindsay Whalen, Maya Moore, Seimone Augustus, Rebekah Brunson y Sylvia Fowles. Pocas veces una franquicia había conseguido reunir semejante talento en una misma plantilla, siendo esta la conexión entre lo vivido por Cruz y Valdemoro. Amaya, casi veinte años antes, había aterrizado en un contexto que mezclaba lo vivido por la catalana entre Nueva York y Minnesota. Houston contaba con el primer Big 3 de la historia conformado por Cynthia Cooper, Sheryl Swoopes y Tina Thompson. Las tres lideraban uno de los mejores equipos jamás vistos, aunque los enfrentamientos entre Cooper y Swoopes eran constantes. Una competitividad surgida en los 80 y que había sido trasladada a la WNBA.
“El día que aterricé del Mundial me llevaron al campo de entrenamiento, teníamos una reunión de equipo. Al llegar, me encontré con una discusión entre Cynthia y Sheryl. Ahora se llevan bien, pero tenían una rivalidad tremenda. Se decían de todo mientras jugadoras y staff observaban callados. Solo Tina Thompson hablaba a veces. A la hora, Coach Chandler se cansó y dijo ‘¿Habéis terminado?, venga, a entrenar’. Y como si no hubiera pasado nada”, asegura Amaya, a la que todavía le sigue alucinando lo vivido en su primer día.
Los roles y la gestión de egos, como en todo equipo campeón, se convirtieron en parte vital del proceso tanto en las Comets de Valdemoro como en las Lynx de Cruz. En Houston, las disputas por ver quién hacía mejores números afectaron al banquillo. “Yo creo que el vestuario más complicado ha sido el mío”, afirma Amaya, a lo que añade que “ganábamos de paliza pero ellas querían seguir en pista. Daba igual todo. Aquello me hizo ser quien soy”. Sin duda, panorama totalmente contrario al impuesto por Cheryl Reeve en Minnesota. En la franquicia del norte no había distinción alguna: “Trataba a todas igual. Maya Moore se comía las mismas broncas que yo o incluso más”, asegura Cruz.
La grandeza de Minnesota se construyó a partir de unos roles muy marcados en el vestuario. Whalen, Augustus, Brunson, Moore y Fowles, cada una con su personalidad, eran las líderes del grupo y, dentro de ese quinteto, las bolas calientes siempre paraban en las manos de las dos últimas. Normas claras sobre las que Reeve imponía una presión máxima, superior a la de Laimbeer. “Su nivel de exigencia me hizo dar diez pasos hacia adelante. Me llevó hasta el límite, pero en el buen sentido”, confirma Anna.
En 1998, a pesar de las tensiones internas, las Comets eran indiscutiblemente el mejor equipo de la liga. Argumento de peso para dejar pasar más de una disputa en el día a día. Swoopes y Thompson eran diferenciales, aunque Cooper estaba en un escalón superior, a la altura de las mejores de siempre (su temporada en 1998 es considerada TOP-3 en la historia de la liga). “Defenderlas todos los días era un infierno. Lo de Cynthia me dejaba loca. Su capacidad de sacrificio y entrenamiento era brutal. Le dio a la WNBA, gracias a su carisma, una imagen superior. Ella trajo el Eurostep a Estados Unidos. Ni Harden, ni leches, fue Cynthia Cooper”, asevera Amaya.
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El relato sobre la referencia del grupo, cambiando Cooper por Moore, es muy similar al compartido por Cruz en su estancia en las Lynx: “Mi salvavidas en pista era Maya. Cuando no sabía qué mandar, se la daba a ella. Cuando no sabía qué hacer, se la daba a ella. Era jugar con un as en la manga del que siempre podías tirar”. Ambas leyendas accedieron al TOP-25 de la WNBA, publicado recientemente. Sin embargo, el premio de GOAT (mejor de todos los tiempos) recayó en Taurasi por votación popular. Si bien es cierto que igual no hubiera cambiado nada, las dos compañeras de Amaya y Anna partieron en clara desventaja.
Por un lado, a Cooper le lastraron los tiempos en los que se creó la WNBA, aunque terminara a posteriori con cuatro anillos. Después de una larga carrera en Europa, la nueva liga le pilló con 34 años, ya en el ocaso brillante de su trayectoria profesional. Por el otro lado, tras ganar también su cuarto anillo en 2017, Moore decidió pausar su trayectoria con el propósito de luchar por causas sociales más importantes. Un parón que todavía hoy sigue vigente.
El camino al anillo
Rodeadas de dos históricas generaciones, Valdemoro y Cruz eran conscientes de sus altas posibilidades de ser la primera y segunda española respectivamente en conseguir el anillo. En el primer título de Amaya, Houston venía de ganar la única edición de la liga con un equipo excepcional, a lo que habían añadido a Sheryl Swoopes desde el inicio (se perdió parte de la primera campaña por maternidad). Pese a todo, no comenzaron bien los playoffs. Perdieron el primer encuentro ante Phoenix y se fueron en desventaja al descanso del segundo. Estaban contra las cuerdas… hasta que sucedió lo inimaginable.
Con una mirada brillante que transmite bien la locura vivida aquel día, Amaya recuerda con precisión el momento en el que cambió la serie, un instante extraño y divertido: “La gente va a alucinar, pero fue así. Íbamos perdiendo y el pabellón estaba hasta los topes, estábamos jugando fatal. De repente, cayeron del techo con un arnés las dos mascotas de los equipos. Empezaron a pelear y nuestra mascota le metió una patada al de Phoenix, dejándolo en el suelo y plantó una bandera de Houston. Te vas a reír, pero la gente se volvió loca. Aquello fue fundamental para cambiar la dinámica”, concluye entre carcajadas.
Tras aquello, Phoenix poco pudo hacer con las Comets. Houston dio la vuelta al segundo partido y se llevó el tercero, finiquitando así el segundo anillo de su historia. “Yo crecí sin WNBA, porque no existía, pero estaban los Bulls, Magic, Bird. Te das cuenta que lo que has hecho es muy importante”, relata Amaya 23 años después.
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ASTOU NDOUR responde a las preguntas de los miembros del NBA ID
En el caso de Minnesota en 2015, el arranque tampoco fue sencillo. Las Sparks de Candace Parker, a la postre campeonas en 2016, no cayeron fácilmente. Las Lynx ganaron el primero por dos puntos, cayeron en el segundo y se llevaron el partido clave. “Estuve más tensa en esta serie que en la siguiente ante Phoenix. No las tenía todas conmigo con las Sparks. De hecho, al año siguiente nos ganaron la final. Con las Mercury había mucha rivalidad, pero más o menos siempre ganábamos”, cuenta Cruz, abriendo el hilo conductor hacia unas semifinales que les dieron el pase a la final frente a Indiana. Una serie que, como si cosa del destino se tratara, unió aquel anillo con el de 1999, el segundo de Amaya.
Indiana comenzó ganando en Minnesota y las Lynx devolvieron el golpe en el segundo. La serie se antojaba durísima y equilibrada, alcanzando el clímax de la misma en el tercer encuentro. A falta de 1.7 segundos para el final, todo estaba empatado a 77. La posesión era para Minnesota y los más de 16.000 espectadores del Bankers Life Fieldhouse de Indianapolis rugían. Los nervios eran evidentes, pero Maya Moore respiraba tranquila. Estaba disfrutando del momento. En menos de 2 segundos, recibió, fintó el tiro, se deshizo de su defensora y se levantó desde el exterior. El balón salió de sus manos casi a la par que sonaba la bocina e hizo el silencio en el pabellón. Por supuesto, el tiro fue para dentro, cambiando el resultado del partido y de la serie, que acabó del lado de las Lynx. Así lo recuerda la base catalana: “Salí desde el banquillo a toda velocidad con la toalla. La imagen de Moore es como la de Michael Jordan. Recuerdo que la facility de Minnesota Lynx está llena de fotos en el pasillo. Esa fotografía desde atrás es brutal. De auténtica crack”.
Aquel tiro pasó a la historia como uno de los más icónicos de unas finales, situándose a la misma altura que el de Theresa Weatherspoon en 1999. En el segundo partido de la serie ante las Comets, las neoyorquinas llegaron dos abajo a falta de 2 segundos y 4 décimas. Suficiente para que, desde su propia cancha, Weatherspoon equilibrara la serie (al mejor de 3) con otro de los momentos más memorables en la historia de la WNBA. “Llegamos al vestuario y estaba todo preparado para celebrar el anillo. El champagne, las camisetas… Vi salir aquel balón desde el banquillo al lado de Mila Nikolich, compañera israelí. Le dije que iba dentro. Se veía clarísimo. Aquello se convirtió en un funeral”, se lamenta Amaya a pesar del final feliz en el tercer choque de la serie.
La española regresó a Houston un año más para terminar de completar la historia. Con un papel algo más protagonista, colaboró en el cuarto anillo consecutivo de una franquicia que había disparado su popularidad: “Teníamos el apoyo incondicional de la ciudad. Me acuerdo que me paró la policía un día. Me vio y lo único que quería era hablar conmigo. Y eso que yo jugaba poquísimo, pero todo el mundo te conocía”. Aquel anillo supuso también el último de Cynthia Cooper, que colgaba las botas al término de los playoffs. Un final perfecto que regaló una imagen para la historia. Tras ganar, Cooper se subió a la mesa de anotadores y realizó su icónico raising the roof. “Cooper era la más lista de todas. Sabía que ese momento iba a quedar grabado para la historia. Su celebración ha sido imitada luego muchas veces, tanto en la WNBA como en la NBA”, afirma Amaya, testigo directa de aquel instante.
De esta forma, Amaya Valdemoro por triple partida y Anna Cruz se convirtieron en las dos primeras españolas en alcanzar el anillo de la WNBA. Un sueño cumplido producto del duro trabajo diario durante años. “Lloré de liberación. No fue por cumplir un sueño. Me lo había trabajado tanto y teníamos tan claro el objetivo de ganar el anillo, que aquello fue quitarse una mochila de piedras. Llegué a tener pesadillas en las que perdíamos. Yo tenía miedo a perder. Sabes cuando deseas algo tanto, tanto, tanto, que dices, ‘madre mía, ¿y si no pasa? ¿Cómo lo voy a afrontar?’”, confiesa Cruz un lustro más tarde. “No había llegado hasta ahí para perderlo. No había sufrido tanto esa temporada, para no ganar. Perder no era una opción. Por encima de mi cadáver”, sentencia.
Por su parte, Amaya Valdemoro fue la encargada de abrir puertas que, hasta entonces, eran meros imposibles. Ella, junto a otras jugadoras como Marina Ferragut (también presente en la final de 1999), confirmaron que los imposibles ya no lo eran tanto al otro lado del charco. Porque aquello, en palabras de Amaya, “fueron las bases de lo que es ahora el baloncesto femenino español, que está arrasando”. Una afirmación que nos traslada al presente, con Astou Ndour abanderando una realidad en la WNBA que ya espera con ansias a las siguientes encargadas de escribir la historia del baloncesto femenino español en Estados Unidos.