Escrito por Iván Ruiz

La crónica de la humanidad se encuentra repleta de hombres y mujeres que con sus actos fueron capaces de cambiar el rumbo de la historia. Personas excepcionales y únicas que, de una forma u otra, rubricaron un antes y un después en el devenir de los acontecimientos. Seres con talentos impropios de su condición de humanos, gracias a los cuales consiguieron dejar una huella imperecedera. Wolfgang Amadeus Mozart, Leonardo da Vinci, Isaac Newton, Charles Darwin o Nicolás Copérnico, son algunos de los casos más famosos de este tipo de fenómenos, que se han ganado de manera indiscutible ser recordados a perpetuidad. Si extrapolamos esa singularidad tan diferencial al contexto histórico del baloncesto, nos encontramos con una selecta lista de jugadores que, debido a sus inusuales características, provocaron cambios drásticos en diferentes facetas del juego. George Mikan, Wilt Chamberlain, Kareem Abdul Jabbar, Magic Johnson, Shaquile O´Neal, Charles Barkley o el mismísimo Michael Jordan, forzaron con sus acciones la necesidad de modificar las normas, la concepción táctica y técnica del juego, e incluso la preparación física de sus oponentes. Todo ello, con el fin de intentar limitar la manifiesta superioridad que les confería su excepcional particularidad.

Hoy, cogeremos nuestra máquina del tiempo para viajar a un increíble instante de la historia. Un encuentro en la tercera fase en el que pudimos avistar a uno de estos portentosos jugadores, aterrizando con su nave cual extraterrestre, para después eclosionar como si de una supernova se tratase. 

¡Vamos allá!

Fondo de pantalla Stephen Curry

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Contexto y protagonista

En el año 2006 Steve Nash se proclamaba MVP de la NBA por segundo año consecutivo, algo inaudito en la liga para un perfil de base de menos de dos metros de altura y una capacidad física moderada. Años después, otro base de condiciones totalmente antagónicas a las del canadiense, Derrick Rose, volvía a hacerse merecedor del premio. Atendiendo a la teoría del Darwinismo posicional (Andrés Monje - 2014) Nash encarnaba el rol del generador primario, mientras que Rose sentaba la cima histórica del perfil terminal. Lo que no esperaba nadie era que 5 años después, un tercer rol fuera reinventado y mejorado hasta límites que rozaban el absurdo. El espíritu del “Ejecutor de rango” había encontrado en el cuerpo de un pequeño muchacho de Akron las condiciones óptimas para desarrollarse, fusionando salvajemente en un solo concepto, muchos de los matices de los dos perfiles que le precedieron.

En el año 2015 Wardell Stephen Curry II era nombrado MVP de la NBA después de haber sido adalid de una sorprendente revolución táctica perpetrada por los Golden State Warriors, y que terminó con la consecución del anillo ante los Cavaliers del hijo pródigo LeBron James. Un movimiento que, curiosamente venía a ser algo así como el culmen de la idea que comenzó a germinar con los Suns De Steve Nash a las órdenes de Mike D´Antoni y su filosofía “Run & Gun “o los propios Warriors del “We Believe” con Don Nelson. Steve Kerr, sabedor de que disponía de un jugador con un talento generacional, recopiló lo mejor de cada uno de sus antecesores para concebir a su alrededor el arma táctica definitiva. Una que solo podía ser operada por un ejecutor letal como Curry. Nacía el “Small Ball 2.0” o como Kerr prefirió llamarlo: “El ataque híbrido”.

La belleza según Stephen Curry capítulo 127 de El Reverso programa dirigido por Gonzalo Vázquez y Andrés Monje

Escucha 'La belleza según Stephen Curry'

En el capítulo anterior, definimos esa concepción ofensiva como “Una extraordinaria estrategia basada en la búsqueda permanente de espacios para lanzar, espacios para penetrar y oportunidades para generar contraataques a ritmos vertiginosos. Todo ello cocinado en base a la creación de una red infinita de bloqueos optimizados de manera extremadamente inteligente por un quinteto, en el cual, la ortodoxia posicional se difumina hasta prácticamente desaparecer. Un sistema diabólico en el que todos los jugadores son capaces de tirar, driblar, pasar, o penetrar en cualquier situación posible. La interoperabilidad y la polivalencia sumadas y elevadas a la enésima potencia”

Velocidad, espacios, desajustes defensivos y desventajas muy claras al servicio del tirador más mortífero del planeta. Alguien que se había convertido en un jugador prácticamente indefendible a base de esfuerzo, afán de superación y una ética de trabajo legendaria. Alguien con un abanico de movimientos tan próximos a la perfección que asustaban. Asustaban porque es habitual en el ser humano tener miedo a lo desconocido y, la capacidad técnica de Stephen Curry, es algo para lo que en su momento nadie fue capaz de encontrar explicación. Ninguna al menos, localizada en nuestro sistema solar.

Curry estaba sacudiendo la ortodoxia del baloncesto a tal velocidad y con tal contundencia que, más allá de obligar a cambiar las normas, estaba condicionando con su juego la creación de las suyas propias. Unas que contradecían la mayor parte de las existentes, poniendo en el punto de mira una larga lista de certezas que todos creíamos inalterables.  Pero aquel pequeño muchacho de Akron que se movía a velocidad absurda mientras pulverizaba movimientos de balón que distorsionaban la percepción visual más aguda, aún tenía cosas todavía más inexplicables para aportar a su caso. Uno más propio de un “expediente X” que de un documental deportivo al uso.

Pero lo que presenciábamos boquiabiertos no era sino la punta de un iceberg de proporciones bíblicas. El estallido definitivo que destrozase completamente el paradigma del baloncesto moderno estaba aún por llegar. Era simplemente una cuestión de tiempo.

El momento

27 de febrero del 2016 – Chesapeake Energy Arena (Oklahoma City)

Los Oklahoma City Thunder recibían en su feudo a los actuales campeones de la NBA, los Warriors de nuestro protagonista, que llegaban enarbolando el mejor récord de victorias jamás visto para un equipo con 57 partidos jugados. Un descomunal 52 – 5 que dimensionaba por sí solo la magnitud del poder destructivo de máquina de guerra en la que se había convertido el equipo de la bahía de Oakland. Lejos de amedrentarse, los Thunder ansiaban demostrar que eran dignos aspirantes al trono, y se dispusieron a plantar batalla sin idea de retroceso. Kevin Durant, Russell Westbrook y Serge Ibaka estaban más que preparados para un encuentro que significaba mucho más que una simple victoria en fase regular. Era el preludio de una más que posible final de conferencia a vida o muerte. Aquella noche nadie estaba dispuesto a perder. No sin al menos dejarse la piel en la cancha.

Los Thunder no tienen intención ninguna de especular y comienzan dando un monumental zarpazo de intensidad que sorprende a los Warriors. A su dinámico y efectivo ataque, se suma una defensa presionante sobre los lanzadores exteriores que dificulta la habitual articulación ofensiva de los californianos. Serge Ibaka, Kevin Durant, Steven Adams y Andre Robertson, han tejido una tela de araña a base de interminables brazos con la que se interponen constantemente entre sus oponentes y la canasta.

Pero nuestro protagonista no está dispuesto a claudicar ante la presión defensiva. Ha venido a luchar utilizando si fuera necesario sus mejores destrezas, y así se lo hace saber a Durant clavando un magnífico triple bajo su marca después de realizar un movimiento para generase espacio, digno de un videojuego. Antes de que el balón impacte contra el aro, Curry regresa hacia su propio campo con la certeza absoluta de que el balón va a entrar. Es lo que sucede cuando tu nivel de confianza está situado diez kilómetros por encima de las nubes.

Los Thunder toman pronto distancia en el marcador y Curry se ve obligado a incrementar sus quehaceres ofensivos para no dejar que su equipo se descuelgue demasiado. Penetra con rapidez, asiste con habilidad, y por supuesto, tira. Tira y encesta sin piedad cada vez que sale a recibir después aprovechar la desventaja generada por el hábil sistema de bloqueos de Kerr. Tan solo necesita un bloqueador que le devuelva rápidamente el balón, medio metro de espacio, y un cuarto de segundo de ventaja sobre su defensor, para levantarse y ajusticiar de manera inmisericorde desde cualquier posición de la cancha. Si se queda emparejado con el jugador grande en el cambio defensivo, este puede darse por muerto pues al final encontrará la manera de lanzar por encima de él. Los Thunder intentan de todo, pero Curry siempre acaba encontrando un ínfimo resquicio de espacio para ejecutar.

Durante el transcurso de la Segunda Guerra Púnica y ante la, prácticamente imposible misión de cruzar los Alpes con decenas de miles de hombres y una treintena de elefantes, el general cartaginés Aníbal, arengó a sus tropas con una histórica cita: “Encontraremos un camino, y si no lo crearemos”.

Stephen Curry, imbuido por el recuerdo de Aníbal, se multiplica sobre la pista encabezando la batalla hasta colocar a su equipo muy cerca de su adversario, pero en una fatídica penetración, Westbrook aterriza violentamente encima de su pie haciendo que su tobillo se retuerza peligrosamente. Curry queda tendido en el suelo pidiendo a gritos que algún compañero cometa falta. La repetición de la jugada y su posterior retirada al vestuario cojeando ostensiblemente, hacían esperar lo peor.

Si hay una característica que diferencia a los grandes jugadores de las superestrellas, esa es la perseverancia, bajo el manto de la cual, no se reconoce como insuperable ningún obstáculo. Curry es un ejemplo supremo de ella y así lo demuestra cuando cinco minutos después de sufrir un esguince que hubiera relegado a muchos a la enfermería, aparece y se sienta en la banda para solicitar entrar de nuevo en el juego ante la sorpresa de todos.

Con la rabia contenida de haber encajado un certero e inoportuno golpe del destino, Curry regresa a la cancha y se dispone a contraatacar dando un puñetazo encima de la mesa. Uno como nunca antes se había visto. El público del pabellón murmura con precaución mitad expectante mitad temeroso, pero en ningún caso preparado para lo que allí va a acontecer.

Curry comienza a anotar triples como si estuviera poseído, cada uno de factura más inverosímil que el anterior. Primero a ocho metros, luego con Dion Waiters literalmente encima y, después de marear a Kyle Singler, materializa su séptimo acierto de ocho intentos desde la larga distancia. Ni siquiera forzándole a lanzar desde casi nueve metros con Steven Adams punteando, son capaces de frenar a nuestro extraterrestre. Los de Oklahoma siguen mandando en el luminoso gracias a su prolífico ataque comandado por Durant, pero no encuentran manera humana posible de detener a Curry, que continúa bombardeando el aro rival con una precisión totalmente incomprensible.

El partido se torna en sus momentos finales de una tensión digna de las mismísimas finales y, tras un último intento fallido de Durant, los Warriors consiguen mandar el partido al tiempo extra, donde Curry continúa impartiendo su lección magistral de baloncesto caníbal. Un baloncesto moderno, caótico y anárquico, que él mismo está cambiando a golpe de acciones que no atienden a ningún principio de la lógica. Con su décimo triple convertido igualaba el récord absoluto de triples en una temporada (286) y con el undécimo lo superaba, además de empatar de nuevo el partido. El récord anterior, por supuesto, estaba en su poder.

Con Kevin Durant eliminado por faltas y después de un intercambio de canastas, el partido se encuentra empatado a 118 a falta de 30 segundos. Ataca Oklahoma por medio de Westbrook que realiza una mala selección de tiro y falla. Andre Iguodala captura el rebote e instintivamente busca a Curry que espera en el lado izquierdo donde recibe el balón. Quedan 5 segundos de tiempo y el partido sigue empatado.

Y es entonces cuando sucede…

Curry sube el balón botando mientras mira de reojo el reloj. Apenas quedan cuatro segundos cuando cruza la línea de medio campo. Hay que hacer algo y hay que hacerlo ya, pero… ¿Qué va a hacer? Sin dejar de botar y después de dar un único paso más allá de la línea de medio campo, clava la vista en el aro de los Thunder y entonces comienza un proceso que yo personalmente conozco bien por otros motivos.

Cuando un francotirador inicia la secuencia final de disparo, debe abstraerse de absolutamente todo lo que le rodea. Debe generar mentalmente una visión paralela a la realidad en la que solamente existen el objetivo y él. Todos los parámetros y valores que se han tomado en consideración a la hora de apuntar ya no son relevantes, pues una vez efectuadas las correcciones, ya solo importa el disparo. La técnica “BRASS” divide la secuencia en cinco momentos que se enlazan de manera instintiva una vez iniciado el proceso: Respirar, Relajar, Apuntar, Disparar y Seguimiento del disparo. Dicha secuencia no es inmediata y requiere algunos segundos.

Stephen Curry no dispone de tanto tiempo y decide detenerse desde más allá de los diez metros de distancia para condensar de manera sublime los cinco momentos de la secuencia en medio segundo, ante la descomunal sorpresa de todo el mundo.

 Sí, ha sido capaz de hacerlo, ha lanzado desde casi medio campo y no es un tiro a la desesperada a una mano o en mala posición, sino uno bien ejecutado en toda regla. Un lanzamiento solamente al alcance de alguien con un rango de tiro fuera de cualquier concepción lógica. Algo que solamente puede perpetrarse en la mente de un tirador de élite. El más mortífero que jamás haya conocido este deporte.  Solamente Robertson tiene un pálpito de lo que podía llegar a intentar Curry y permanece lo suficientemente cerca de él como para intentar molestarle en el lanzamiento. Pero en ese instante, Curry ni siquiera repara en su presencia.

El momento se hace eterno y miles de ojos persiguen el balón que cruza el cielo del Chesapeake Energy Arena describiendo una parábola perfecta que termina en el interior del aro. El tiro entra y los comentaristas enloquecen al grito de “¡Bang!”. No es para menos. Probablemente acaben de presenciar uno de los triples más icónicos de la historia de la NBA en directo. Los 0.6 segundos restantes y la última oportunidad fallada de Westbrook, se han volatilizado sin que la gente se de cuenta porque aún está intentando comprender lo que ha sucedido.

Curry cerró su magistral demostración de baloncesto con una guinda insuperable. Una que representaba, además de una jugada antológica, el 12º triple de 16 intentos. Marca que igualaba el récord de triples en un partido que compartían Kobe Bryant (2003) y Donyell Marshall (2005). Segundo récord de la noche para él y marca de 46 puntos que clausuraba una noche mágica. Una noche en la que quiso enviar un mensaje subliminal oculto a través de sus actos a toda la humanidad:

“He venido aquí para cambiar el baloncesto”

Y como una cosa es contarlo y otra muy distinta vivirlo, no podemos terminar de otra forma que no sea disfrutando de los últimos instantes de aquella irrepetible velada

Con la esperanza de que hayáis disfrutado rememorando conmigo otro de mis grandes momentos de la historia de la NBA, os emplazo al siguiente capítulo del serial.

PD. Capítulo dedicado a mi querido y admirado amigo Andrés Monje.

Capítulos del podcast 'El Reverso' sobre Stephen Curry:

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