Escrito por Iván Ruiz

Por definición, los actores de reparto son aquellos que acompañan a los principales. También son estrellas, pero tienen el cometido de asumir un rol interpretativo más secundario en la obra. Su importancia puede variar desde pequeñas y puntuales apariciones hasta actuaciones fundamentales para el desenlace de la trama. De cualquier modo, su presencia es vital para el desarrollo de cualquier historia, pues con ella refuerzan la veracidad, la complejidad y ayudan a que el o la protagonista lleve a cabo su cometido. Desde que en 1936 la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood le concediera a Walter Brennan un Oscar como actor de reparto,  dicha figura ha venido teniendo año tras año el reconocimiento público que merece por su indispensable labor para la industria del cine.

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Si la extrapolamos al contexto NBA este rol, así como el galardón que reconoce al mejor de ellos, instintivamente pensaremos en el mejor sexto hombre de la temporada. Es cierto que este premio pone en valor la solidez y consistencia de un jugador que no forma parte del quinteto titular, pero yo quiero profundizar un poco más en el concepto de “secundario” hasta buscar la quintaesencia del mismo. Esa hipotética forma de energía que utiliza para explicar las observaciones del universo en expansión acelerada. Algo así como un quinto elemento de la naturaleza. Uno “Extraño”, como bien me apunta el maestro Montes desde el cielo.

Hoy Vamos a revivir un épico momento protagonizado por un tipo de jugador único en su especie. Uno que con sus fugaces pero brillantes apariciones, consiguió ayudar a su equipo a llegar a lo más alto, nada más y nada menos que en 7 ocasiones.

¡Vamos allá!

Contexto y protagonista

Desde que los Detroit Pistons en su versión “Bad Boys” 1.0 decidieran terminar con el baloncesto creativo a base de defensa y golpes, la competición se había sumido en una oscura espiral de rigidez y especulación ofensiva, en la cual solamente brillaban talentos tan sumamente generacionales como Michael Jordan, Hakeem Olajuwon, Charles Barkley, Karl Malone o Shaquille O´Neal. Aquel baloncesto físico y  enfangado, abocó la década de los noventa a sufrir una merma anotadora sin precedentes. Algo mucho más evidente en partidos de mayor trascendencia como lo son cualquiera de playoff o las mismísimas finales. Para muestra un botón: En la última lucha por el anillo de la década, los Spurs de San Antonio se impusieron a los Knicks de New York por 4 a 1, sentando la media de puntos por partido en una alarmante cota de 82,3. Solamente en un partido un equipo superó los 90 puntos, mientras que en varios de ellos se quedaron en las siete decenas o menos.

La misión principal de los equipos consistía en buscar los puntos débiles del rival para tocarlo y hundirlo al precio que fuera. El fin comenzó a justificar en su totalidad los medios hasta límites nunca imaginados. El talento jamás desapareció, pero se vio abocado a abrirse paso a golpes con ciega y feroz acometividad en una competición endurecida por las circunstancias. Un contexto impregnado por el “irresistible encanto del mal" que tan magistralmente describió mi admirado Gonzalo Vázquez.

La llegada del siglo XXI le supuso a la NBA un singular impacto en forma de cambio de paradigma, uno tremendamente necesario para abandonar la relativa opacidad creativa en la que llevaba sumida más de una década.

Con los 2000 llegaron la frescura, los nuevos talentos, el cambio estético, el “flow” y los nuevos modelos de competir basados en intentar anotar más puntos que el rival. Allen Iverson, Vince Carter, Tracy McGrady, Kobe Bryant, Shaquille O´Neal o Kevin Garnett, se convirtieron en los estandartes de un nuevo baloncesto espectáculo que prometía devolver el anhelado brillo de finales de los 80 a la competición. Un resplandor ascendente que de nuevo iba a ser frenado de manera innegociable, pues en el año 2005 se iban a encontrar en lo más alto de la competición, los dos últimos bastiones de un baloncesto duro, metódico y funcional. Uno que recordaba bastante al de la era anterior, pero sin tantos paseos por la delgada línea de la legalidad.

Una nueva versión 2.0 de los Bad Boys triunfó como proyecto en Detroit y se proclamó campeón contra todo pronóstico imponiéndose al super equipo creado por los Lakers.  Al año siguiente, repetirían su presencia en las finales, esta vez frente a los Spurs de San Antonio. El equipo tejano representaba un modelo de organización deportiva cuyo principal soporte era una férrea disciplina, casi militar. Los dos últimos campeones iban a verse las caras después de haber acreditado ser las dos mejores defensas del campeonato, ambos con una cifra de 84,3 puntos por partido recibidos.

La batalla entre los dos mayores destructores de juego de la NBA estaba servida.

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Los dos primeros encuentros en San Antonio fueron prácticamente un calco. A un monumental Tim Duncan se sumó un resolutivo Manu Ginobili que aparecía con milagrosa oportunidad y acierto cuando más lo necesitaba su equipo. Detroit Con los Wallace a muy bajas revoluciones y el acierto desde la línea de tres prácticamente desaparecido, únicamente pudieron observar en primera fila como eran arrollados por el equipo tejano.

El factor cancha y la tradicional inexpugnabilidad del SBC Center, habían surtido efecto inmediato sobre la serie, que se ponía 2 – 0 a favor de los pupilos de Popovich. Pero cuando esta se trasladó al Michigan, los Pistons cambiaron las tornas y dominaron a los Spurs casi a placer. No tanto en el tercer partido que se decidió por un gran cambio de ritmo, pero si en el cuarto en el que ni el ataque ni la defensa de los hombres de negro alcanzaron los mínimos aceptables. Tal fue así, que hasta 7 jugadores de Detroit sumaron dobles dígitos en anotación. La eliminatoria quedaba empatada a dos palizas por equipo y, con esas espartanas tablas, se preparaban para disputar el quinto partido en Detroit, con la firme convicción de que el factor cancha continuaría siendo determinante.

No debió pasar desapercibido el hecho de que, entre las filas de los Spurs se encontraba uno de los jugadores más decisivos de los playoffs de la NBA. Un actor secundario de lujo experto en aparecer en momentos complicados. Su historial de tiros ganadores era digno de admiración pues, además de lucir 5 anillos en sus dedos, Robert Horry podía presumir de haber sentenciado con certeros y letales lanzamientos a Spurs y Magic en 1995, a los Sixers en 2001, y a Trail Blazers y Kings en 2002. Hasta el momento, Horry había tenido un papel modesto, casi residual en estas series finales, pero eso estaba a punto de cambiar.

El momento

19 de junio del 2005 - The Palace of Auburn Hills (Michigan)

En los primeros compases del partido, no tardan en evidenciarse nuevamente las carencias que habían propiciado las dos contundentes derrotas de San Antonio. Nula fluidez en ataque, escaso acierto en el tiro y sobrecarga de juego para Duncan que tiene que defender por él y por Mohammed. Los Pistons por su parte, defienden con la solidez habitual y para colmo, atacan con gran acierto y ritmo. El partido recibe un primer impacto con sólida probabilidad de rotura de este, ya mediado el primer cuarto. Pero si hay una verdad universal en la NBA en cuanto a los Spurs se refiere, esa es que jamás puedes darlos por muertos. Duncan y Ginobili se ponen manos a la obra para igualar un partido que se iba a volver absolutamente trepidante en cuanto a ritmo y alternancia en el marcador. Nada que ver con lo demostrado hasta la fecha en la eliminatoria. Y es que el primer partido de verdad de las finales del 2005 comenzaba a falta de dos minutos para acabar el primer cuarto.

Mientras tanto, Robert Horry pasa inadvertido en ataque y no tanto en defensa, donde sufre lo indecible cuando es emparejado con Ben Wallace o Antonio McDyess, muy superiores en físico. Tampoco es de demasiada ayuda para Duncan al cargar el rebote, pero el entrenador lo mantiene en pista inexplicablemente. Nada que suceda de mano de Gregg Popovich lo hace porque sí.

Casi sobre la bocina del tercer cuarto, llega su primera canasta en forma de triple.

La lucha de poder a poder se prolonga de una manera salvaje durante todo el encuentro, llegando a producirse hasta 12 alternancias en el marcador. Un Monumental Chauncey Billups tira del carro de Detroit secundado por el duro y eficaz trabajo de los Wallace y la inestimable aportación de un enérgico McDyess, Pero Duncan realiza un descomunal esfuerzo para evitar la brecha en el marcador. En esta asombrosa batalla, cada canasta, cada robo, cada pase, cada acción sea del tipo que sea, lleva implícito un gigantesco sacrificio, pues a estas alturas del choque y de la serie, absolutamente nadie quiere perder. Competición en estado puro y grado superlativo.

A falta de casi 4 minutos, Robert Horry anota un formidable triple por encima de la marca de Rasheed Wallace que empata de nuevo el partido. A cualquier otro jugador que no hubiera tenido un buen comienzo de partido, y después de llevar los dos últimos encuentros desaparecido, este tipo de tiros le harían temblar la muñeca, pero Horry no es cualquier jugador. Es uno diseñado específicamente para no sentir nervios bajo ningún tipo de presión.

Los siguientes 7 puntos de los Spurs llegan de la mano del propio Horry, que vuelve a transformar un triple desde el lado izquierdo. Esta vez, Rasheed Wallace no ha podido ni siquiera llegar a molestar con contundencia, lo que hace enloquecer en la banda a Larry Brown que se desgañita pidiendo más intensidad defensiva. El partido es tan intenso que las fuerzas comienzan a escasear.  Después de un último y errático minuto en el que Tim Duncan falla inexplicablemente el palmeo que les daba la victoria, el encuentro se va inevitablemente al tiempo extra.

El cansancio acumulado sumado al miedo a perder, hace mella en los jugadores de ambos equipos y las buenas decisiones en ataque comienzan a escasear a la vez que aparecen los errores. Detroit consigue abrir una pequeña pero significativa brecha de cuatro puntos, frenada de manera espectacular por Horry, que después de amagar el triple penetra en la zona como un miura y finaliza machacando con la mano izquierda por encima de Richard Hamilton, que es arrollado de manera inmisericorde. Canasta y falta para colocar a los Spurs dos abajo.  En apenas un cuarto y medio, el actor secundario más galardonado de la NBA se ha adueñado del partido sin que nadie se diera cuenta.

El tiempo vuela y el último minuto llega al marcador con ventaja de dos puntos para los Detroit Pistons. Duncan se hace con un rebote en defensa y pide un tiempo a falta de 9 segundos y cuatro décimas.

Y es entonces cuando sucede…

Popovich explica sobre la pizarra durante el tiempo muerto y todos asienten con convicción. Los Spurs salen a la cancha y se colocan para ejecutar la orden recibida, pero… ¿Cuál será? Lo más lógico y tradicional por parte de los tejanos sería un balón interior a Duncan, y su disposición sobre la pista así lo hace creer, pues todos se abren para dejarlo solo bajo canasta junto a Ben Wallace. Pero cuando Robert Horry se dispone a poner el balón en juego desde la banda, comienza el veloz y complejo baile de cortes y bloqueos, que finalizan con Ginobili pudiendo recibir en la esquina izquierda. Inmediatamente después de recibir, Ginobili ya tiene encima a Tayshaun Prince y a un Rasheed Wallace que se había quedado en tierra de nadie durante unos instantes y optó por dirigirse hacia el receptor del balón. Craso error.

“Sheed” Wallace ha dejado solo en la esquina izquierda a Robert Horry y Ginobili le envía el balón con rapidez y precisión.  No hay nadie ahora mismo en la cancha más peligroso para dejar solo que él, y Prince es consciente de ello mientras esprinta desesperadamente con las escasas fuerzas que le quedan para intentar llegar a defenderlo. Y lo hace sin saber que su esfuerzo es inútil. Antes incluso de que el balón llegue a sus manos, Horry ya tiene los pies alineados con su objetivo y ha iniciado la secuencia de tiro. Su mente y su cuerpo están diseñadas y adaptadas para este tipo de situaciones, así que se limita a repetir lo que ha hecho toda su vida: Anotar tiros ganadores.

El triple entra y el Palace enmudece.

Horry lo ha hecho de nuevo. Ha aparecido de la nada para poner el partido patas arriba y sentenciar con uno (otro) de sus letales y decisivos lanzamientos. El mazazo moral a los Pistons es crítico y en la siguiente posesión, Hamilton se lanza contra toda la defensa buscando desesperadamente un imposible que no llega.

La numerología siempre ha sabido buscar los resquicios más recónditos de la lógica para colarse por ellos y crear una realidad paralela a base de teorías que intentan establecer relaciones ocultas entre los números, los seres vivos y las fuerzas físicas o espirituales. Es por ello, que no podemos obviar que en el partido número 5 de las finales del 05, el número 5 de los Spurs de San Antonio, poseedor de 5 anillos de la NBA, anotó su 5º triple para dar la victoria a los Spurs contra todo pronóstico. Victoria de los Spurs para poner el 3 a 2 en las finales que, como ya hemos dicho anteriormente, comenzaron en este partido. Comenzaron el mismo día en el que “Ese extraño 5º elemento llamado Robert Horry” se consagró como el mejor actor de reparto de todos los tiempos.

Y como siempre digo, una cosa es contarlo y otra muy distinta vivirlo, así que aquí os dejo como regalo final los últimos instantes de aquel memorable encuentro.

PD. Capítulo dedicado a mi querido y admirado amigo Gonzalo Vázquez.

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