Escrito por Iván Ruiz
A lo largo de los años, desde que en aquel lejano 6 de junio de 1946 en la Ciudad de Nueva York se fundara el embrión de la NBA (BAA), la competición de baloncesto más importante del planeta siempre ha sido un inclemente campo de batalla en el que, solamente aquellos que han sabido combinar férrea disciplina con talento diferencial, han conseguido alcanzar la gloria. El imperecedero recuerdo de sus grandes triunfos resonará como un eco hasta el fin de los días, recordando a unos y descubriendo a otros, las increíbles hazañas de quienes los protagonizaron. Pero afortunadamente, la historia no sólo se nutre de epopeyas triunfales, pues en lo más profundo de su hemeroteca tiene un pequeño pero hermoso emplazamiento destinado a recoger aquellas efemérides de superación personal que trascienden mucho más allá de las victorias, los premios o las estadísticas.
Hoy, os invito a viajar de nuevo en el tiempo para revivir un momento muy especial, probablemente uno de mis favoritos. Uno protagonizado por un héroe inesperado que consiguió encender una legendaria llama que muchos creían extinta.
¡Vamos allá!
Contexto y protagonista
No puede existir peor situación para un equipo, que la que representa un periodo de reconstrucción posterior a una época de éxito, y más aún si hablamos de la franquicia más laureada de la historia de la NBA. Desde que Bird, Parish y compañía conquistaran el anillo del 86, el equipo de Boston realizó una travesía por el desierto que se prolongó durante 22 largos años. En 2008, por fin logran rodear convenientemente al jugador que se había convertido en el buque insignia de los de Massachusetts, gracias a llevar 9 temporadas combatiendo contra viento y marea para devolver al equipo al lugar al que pertenecía. A Paul Pierce, le acompañaron Kevin Garnett, Ray Allen y Rajon Rondo, entre otros, para lograr conquistar el decimoséptimo título. El ansiado anillo mitigó en buena parte el dolor de la eterna espera, pero no conseguiría borrar de la memoria colectiva de Boston el miedo de volver a aquella agónica situación.
Varios años después, Ray Allen se mudaría a Miami para acompañar a LeBron James en su nuevo superequipo, y Boston decide traspasar a Pierce y Garnett a los Nets. Comienza así otra fase de reconstrucción que incluso terminó con la etapa de “Doc” Rivers en el banquillo, dejando su lugar a un prometedor joven con un excelente currículum universitario, pero totalmente neófito en contexto NBA: Brad Stevens. La labor que tenía por delante no era precisamente sencilla, y los suspiros de los exigentes aficionados de Boston se podían oír desde el otro lado del Atlántico…
Paralelamente a estos hechos, los Kings de Sacramento habían seleccionado en el draft del 2011 a un joven base procedente de Tacoma (Washington) que, a pesar de venir de liderar a los “Huskies” con unos guarismos más que notables, había caído al último puesto, probablemente por su estatura. Pero aquel sonriente chaval de apenas 1.75 m, no iba a necesitar demasiado tiempo para demostrar de lo que estaba hecho.
El novato sorprendió a propios y a extraños en su primer año, haciéndose con el puesto de titular en el vigésimo tercer partido de la temporada, convirtiéndose en un inesperado líder. Sus números mejoraron exponencialmente, de tal forma que para la temporada 13/14 ya firmaba 20.3 puntos y 6.3 asistencias por partido. Al año siguiente, toma rumbo a Phoenix, donde no habitaría demasiado, pues la gran cantidad de “playmakers” de los que disponía la plantilla, hacia totalmente inviable su coexistencia.
Volviendo a Boston, los Celtics habían terminado el año anterior con un paupérrimo récord (25 – 57) con el que, obviamente, no pudieron optar a la postemporada. Era un equipo que atesoraba grandes dosis de juventud e inexperiencia a partes iguales, y cuya única alternativa posible era intentar acumular elecciones de draft para construir con jóvenes promesas. A principios de la siguiente campaña, emigra con destino a Dallas el último veterano de calidad con quien contaba la plantilla de Boston: Rajon Rondo. Con él, se iba la pieza de más experiencia del roster, pero también el último resquicio de identidad del equipo campeón del 2008. Los Celtics comenzaban a acumular prometedores mimbres, pero se habían convertido en un equipo sin carácter, sin garra, sin personalidad. Sin aquel férreo orgullo que siempre caracterizó a los grandes equipos de Boston. Un orgullo que siempre ha honrado a su principal valedor, Red Auerbach, la gran leyenda verde que lo instituyó como sello principal de identidad de la franquicia. En definitiva, ese factor diferencial al que gusto de llamar personalmente “Green Pride”, parecía reducido a la mínima expresión en el nuevo proyecto.
El 12 de febrero de 2015, Los Celtics adquieren a Isaiah Thomas de los Suns de Phoenix a cambio de Marcus Thornton y una primera ronda del 2016.
Danny Ainge, mente sagaz y calculadora donde las haya, vio la oportunidad de formar un “Backcourt” muy dinámico con Thomas, Avery Bradley y un joven Marcus Smart, pero la visión del G.M. de los Celtics iba mucho más allá. Ainge sabía con certeza que Isaiah Thomas era en sí, un cúmulo de valores inestimable, y que, si lo ubicaban en el contexto exacto gozando de la confianza adecuada, debería eclosionar y contagiar a todos de ellos. Thomas era el ejemplo más claro de que la resiliencia es la madre de todas las virtudes deportivas, pues llevaba superando obstáculos desde que fue escogido en el puesto 60 del draft. Si a ello sumamos su legendaria ética de trabajo, su tenaz mentalidad competitiva, su carisma, y su innata capacidad para empatizar con los compañeros y aficionados, el resultado es que los Celtics ya tenían un nuevo proyecto de líder.
El equipo de Boston, recibiendo el vital empuje desde el banquillo de su nuevo estandarte, consiguió mejorar notablemente su registro, siendo capaces de acceder de nuevo a playoffs, donde fueron barridos por los Cavs de LeBron. Aún no había resultados importantes, pero se empezaba a atisbar un nuevo y esperanzador halo de ilusión. Uno de un color verde muy intenso.
La temporada siguiente, Thomas ya no solo era el líder moral que Danny Ainge y Brad Stevens esperaban que fuera, sino que también se convirtió en la referencia ofensiva de los Celtics, promediando 28.9 puntos por partido, el tercer el tercer mejor registro de toda la liga. Thomas eclosionó ofensivamente de una manera sublime, descubriéndose ante el mundo como un jugador descaradamente ofensivo, sin ningún tipo de complejo, y con una habilidad sobrenatural para anotar canastas en momentos decisivos, circunstancia que le hizo ganarse el apodo de "King in the Fourth" debido a su facilidad para anotar en el último periodo de los partidos. Thomas anotó ese año un promedio de 10,5 puntos en el último cuarto, la cifra más alta alcanzada desde que la NBA comenzó a registrar ese dato. El siguiente en la lista era un tal Kobe Bean Bryant, que en la temporada 06/07 había firmado 9,5.
Su capacidad para resolver situaciones de alta presión y su rendimiento en el último cuarto fueron cruciales para muchos de los éxitos de los Celtics aquel año. Thomas se convirtió rápidamente en uno de los favoritos de la afición, pues su pasión, su constante lucha y su increíble liderazgo emocional, habían inspirado a todo el vestuario para provocar una revitalización del equipo. Los Celtics comenzaron a ser un equipo de esos por los que merecía la pena trasnochar, pues gozaban de una nueva frescura que trasladaba el resultado a un segundo plano y anteponía la ejecución innegociable de un juego dinámico, entretenido y muy prometedor. Algo que mi gran amigo Javier Rodríguez con su habitual franqueza y sencillez, definió perfectamente como:
“Molar antes que ganar”
Sin apenas darse cuenta, Thomas se había convertido en el banderín de enganche de una nueva generación de aficionados que ansiaban ver a los Celtics brillar de nuevo. Una nueva ilusión se expandió como la pólvora por las gradas del Garden, gracias a aquel pequeño jugador que, a pesar de llevar en Boston únicamente dos años, había conseguido liderar al equipo demostrando que por sus venas corría sangre verde.
El año finaliza con récord positivo para el equipo que finaliza 5º del Este y, pese a caer en primera ronda contra los Hawks de Atlanta, la sensación general es que hay proyecto. Ese mismo verano, el veterano Al Horford, firma como agente libre por los Celtics para reforzar seriamente aquel roster al que también llegó, gracias a la tercera elección del draft, un prometedor joven llamado Jaylen Brown.
En Boston por fin había llegado la hora de competir de nuevo, y tanto la ciudad como los jugadores lo sabían. Con un sorprendente récord de 53 victorias y 29 derrotas, los Celtics terminaron la fase regular como primeros del Este, superando a los Cavaliers. Thomas anotó 28,9 puntos por partido y quedó 5º en las votaciones para el MVP.
Todo indicaba que los Celtics iban a afrontar aquellos prometedores playoffs, con una inercia inmejorable, pero por desgracia, el destino es un maestro impredecible e implacable que da y quita con la misma mano.
El 15 de abril, dos días después de finalizar la temporada, Isaiah Thomas recibe la llamada de un amigo muy cercano que le da una noticia devastadora. Su hermana pequeña de 22 años, Chyna Thomas, había fallecido en un fatal accidente de tráfico.
El momento
Dicen que las grandes ocasiones siempre están reservadas para los guerreros más valientes, pero realmente… ¿Qué es el valor? Valiente es aquel que, a pesar de su miedo, afronta los desafíos con inquebrantable voluntad de vencer. Valiente es aquel cuya determinación y coraje les empujan a no reconocer como insuperable ningún obstáculo. Valiente es aquel que ve una oportunidad donde otros ven un riesgo. Y, sobre todo, Valiente es aquel que logra sobreponerse a cualquier adversidad por dolorosa que sea.
El 16 de abril, un solo día después del fallecimiento de su hermana, Isaiah Thomas redefine el concepto “valentía” presentándose en el TD Garden, envuelto en lágrimas de dolor, para jugar el primer partido de playoff contra los Bulls de Chicago.
Era inimaginable suponer que alguien sometido a semejante dolor, podría ser capaz de hacer gala de una capacidad de resiliencia sobrehumana y acudir a la llamada del deber. Aquella inolvidable noche, se forjó un fortísimo vínculo entre Thomas y la ciudad de Boston, que valoraba el titánico esfuerzo del jugador para defender sus colores con una atronadora ovación de más de 8 minutos. El posterior minuto de silencio en el que se sumió el TD Garden como homenaje a Chyna Thomas, fue la calma que precedió a la tormenta.
En un ejercicio de supervivencia emocional nunca antes visto, Thomas salió a jugar con el cuchillo entre los dientes y anotó 33 puntos entre lágrimas. Los Celtics perdieron el partido, pero el desmesurado ejemplo de coraje y determinación dado aquel día por el pequeño líder de los Celtics avivó violentamente la llama del orgullo. Thomas era el corazón verde que Boston tanto había buscado, y su potente luz alumbró como un faro las esperanzas del equipo. La motivación de la plantilla sufrió un incremento tan demencial, que a pesar de comenzar perdiendo la serie por 2 partidos a 0, remontan y se imponen a los Bulls por 4 a 2.
El Funeral de Chyna tuvo lugar el 22 de abril en su Tacoma natal (Washington), y Thomas acudió para acompañar a su familia y darle el último adiós a su hermana. Inmediatamente después, se reincorporó a la disciplina de Boston, que ya se preparaba para la siguiente ronda de playoff (2ª) donde les esperaban los Wizards de Washington, que sin saberlo iban a ser testigos de el acto final de la gran odisea de Thomas, quien aún no había terminado de canalizar toda su rabia. El primer partido constituyó un
serio aviso de lo que estaba por llegar, pues los Celtics, de la mano de un inconmensurable Thomas (33p) remontan una desventaja de -17 gracias a un excepcional tercer cuarto. Aquel primer encuentro sentó las bases de lo que iba a ser la serie. Una contienda extremadamente física en la que nadie iba a ceder ni un metro de terreno. Traduciendo a idioma coloquial: Barro, barro y más barro. Ni siquiera la pérdida de un diente en un choque fortuito con Otto Porter en los primeros instantes del juego, pudo con la descomunal motivación de Thomas, quien no le dio al suceso la más mínima importancia.
La serie avanzaba a su segundo encuentro que también se iba a disputar en el TD Garden de Boston, pero no lo iba a hacer un día cualquiera. Lo iba a hacer el 2 de mayo de 2017, día en el que Chyna Thomas hubiera cumplido 23 años.
Y es entonces cuando sucede…
Enfundado en unas zapatillas verdes con un recuerdo a su pequeña hermana, Thomas comienza a desatar una tormenta ofensiva casi perfecta. Después de haber sufrido casi 10 horas de intervención quirúrgica dental, el Faro de Boston con sus escasos 175 centímetros, estaba poniendo en jaque de manera escandalosa a los Wizards. Thomas se convirtió en una máquina anotadora imparable que tuvo su explosión definitiva en el terreno en el que se encontraba más cómodo: el último cuarto. “The King of The Fourth” hizo más que honor a su apodo, anotando la friolera de 29 puntos en dicho periodo de juego, a los que sumó otros 9 en la prórroga para un total de 53 puntos que sepultaron de manera rotunda las posibilidades de los Wizards.
Thomas estableció su récord personal de anotación y logró la segunda mayor cantidad de puntos en un partido de postemporada en la historia de los Celtics, en un partido que se recordará para siempre como una de las actuaciones individuales más sobresalientes de la historia de los playoffs.
La base de la gigantesca fuerza mental demostrada por Thomas, fue el recuerdo de su pequeña hermana, pues él mismo declaró tras el partido que:
“Cuando escuché la noticia quise rendirme y dejarlo todo, pero de repente me di cuenta de que dejarlo no era una opción. Ese habría sido el camino fácil. Seguiré por mi hermana porque sé que ella no hubiera querido que parase. Te quiero y te echo de menos Chyna y todo lo que haga el resto de mi vida será por ti"
Aquella inolvidable actuación, hizo que la gente de Boston elevase a su pequeño líder a la categoría de héroe. Nunca jamás nadie hasta la fecha, había realizado un sacrificio físico y mental de semejantes proporciones, anteponiendo su equipo a absolutamente todo lo demás. Los aficionados de los Celtics son, muy probablemente, los más exigentes y críticos de toda la NBA, pero también son pasionales y fieles a sus colores y a los que los defienden. Aquel 2 de mayo del 2017, el ya de por sí fortísimo vínculo existente entre Thomas y Boston, se volvió indestructible. Pasara lo que pasara en adelante, ya poco importaba, pues el legado del pequeño héroe estaba escrito con letras de sangre en la eternidad. Sangre verde, por supuesto, porque es imposible que por las venas de Thomas pueda correr líquido de ningún otro color.
Por último, sería injusto terminar sin recordarles a los actuales campeones de la NBA, los Boston Celtics que, si realizan un pequeño y honrado acto de introspección, serán incapaces de negar que una pequeña parte del título le pertenece por derecho propio a la persona que con su abnegación consiguió encender aquella llama verde que algunos daban por perdida.
Al fin y al cabo, olvidar a los héroes es borrar injustamente el eco de su valentía y sacrificio del corazón de la historia.
PD. Dedicado a mi gran amigo Javier Rodríguez.