Escrito por Iván Ruiz

Capítulo 1: ¿Por qué eres tan bueno, McGrady?

El 1 de noviembre de 1946, los New York Knicks se enfrentaban a los Toronto Huskies en lo que fue el primer partido de la mejor liga de baloncesto del planeta. Desde entonces hasta el último partido de las finales de este año entre los Denver Nuggets y los Miami Heat que ha cerrado esta temporada, han transcurrido 77 años a lo largo de los cuales se han ido sucediendo una descomunal cantidad de acontecimientos excepcionales que perdurarán para siempre en la interminable memoria colectiva de la competición. Sería absurdo intentar catalogar o establecer algún orden de valoración entre ellos, pues hay tantos momentos, como gustos y preferencias existen entre los aficionados. Por ello, me he tomado la libertad de escoger personalmente un puñado de ellos para traerlos aquí y compartirlos con vosotros. Mi criterio de selección se ha basado exclusivamente en tomar aquellos que, cuando los recuerdo únicamente con la ayuda de mi memoria, consiguen ponerme el vello de punta. Situaciones inverosímiles protagonizadas por personas o grupos excepcionales, que en momentos puntuales de la historia consiguieron gracias a su talento diferencial, hacer natural lo que parecía imposible.

¡Vamos allá!

 

Contexto y protagonista

Nos encontramos en una recién estrenada temporada 2004/2005 marcada por el aparente fin del dominio de los todopoderosos Lakers de Kobe Bryant & Shaquille O´Neal, que habían claudicado estrepitosamente en las finales ante los Detroit Pistons en su versión “Bad Boys 2.0”, a pesar de su intento de formar un super equipo con las incorporaciones de Karl Malone y Gary Payton. Kevin Garnett se había llevado el MVP a Minnesota, Tracy McGrady había sido el máximo anotador de la competición y Ron Artest, en las filas de los Pacers de Indiana, conseguía el reconocimiento como mejor defensor de la liga. Un Artest que 20 días antes de la fecha que hoy nos trae aquí, había sido protagonista principal en el, probablemente más bochornoso incidente deportivo sufrido por el deporte americano, precisamente en Detroit con los Pistons como adversarios. Pero eso es harina de otro costal…

Centrémonos pues, en el hombre que aquel año consiguió anotar más puntos que Kevin Garnett, Kobe Bryant, Paul Pierce, Vince Carter, Tim Duncan, Dirk Nowitzki o un sorprendente Peja Stojakovic que consiguió un meritorio segundo lugar en dicha clasificación. Ese hombre al que me refiero no es otro que Tracy Lamar McGrady Jr, un portento físico y técnico con una facilidad anotadora insultante. Un auténtico depredador que llevaba años maravillando a la liga con sus acciones, habitualmente abonadas a las listas de las mejores jugadas de cada semana.

Alguien con tantas dotes para el baloncesto espectáculo que fue capaz de dejar al maestro de maestros en el arte de los motes, Don Andrés Montes, sin otra idea para utilizar en un sobrenombre que no fuese preguntarle: “¿Por qué eres tan bueno, McGrady?”

Bien, pues una vez descubierto el protagonista, vamos a recordar su inestimable aportación a ese selecto grupo de momentos que permanecen grabados a fuego en mi retina.

Descarga el Wallpaper de Tracy McGrady

El momento

9 de diciembre del 2004. Toyota Center, Houston (Texas): el duelo tejano entre dos sempiternos rivales como los Houston Rockets y los San Antonio Spurs siempre ha sido algo más que un simple partido de liga regular. Orgullo, tradición, rivalidad deportiva y alguna cuenta pendiente, son estímulos más que suficientes para transformar la atmósfera de un intrascendente partido de inicio de liga regular en toda una final de conferencia. Se enfrentan dos equipos con claras aspiraciones a liderar la competición al final de ésta y optar a todo.  En un lado, el mejor ala pívot de la historia del baloncesto (Tim Duncan) en su prime, con Tony Parker a un lado y Manu Ginobili al otro. Enfrente, el ya consagrado All-Star Tracy McGrady con su nuevo equipo, su voraz apetito y el gigante chino Yao Ming guardándole las espaldas. La contienda prometía y os aseguro que no defraudó.

Los Houston Rockets sufrieron durante los 47 primeros minutos del partido para anotar cada canasta, ante la férrea e inexpugnable defensa planteada por los Spurs de Gregg Popovich. Dicha estrategia contemplaba dos objetivos esenciales: Anular a Yao Ming en la zona mediante la marca de Tim Duncan y constantes ayudas a éste, y por otro lado, mantener durante todo el partido a su perro de presa Bruce Bowen sobre Tracy McGrady. Además, Tim Duncan estaba intratable en ambos lados de la pista y ya sumaba 26 puntos, 18 rebotes y 7 tapones.  El choque fue encarnizado y se llegó al último minuto de juego con los locales 8 abajo en el marcador. Apenas 48 segundos de partido por disputar y Houston pierde por 76 a 68. Yao Ming está exhausto, al igual que el resto del equipo que ya se sabe vencido por un rival que se ha mostrado muy superior. En el banquillo, Jeff Van Gundy y sus asistentes (Steve Clifford y Patrick Ewing) observan con resignación el inevitable desenlace. Todo el mundo parecía haberse dado por vencido pero la realidad iba a ser otra bien distinta.

McGrady se inclina hacia delante apoyándose en sus rodillas para recuperar fuerzas mientras observa el marcador, a sus compañeros y al entrenador, con esa mirada suya tan característica más propia de alguien despistado o pasota que de lo que realmente es, un asesino despiadado analizando el escenario del combate y calculando en su cabeza todas las maneras posibles de ejecutar a su rival a pesar de tener todo en contra.

Existe un tipo de jugadores capaces de entrar en una especie de trance particular, abstraerse de todo lo que les rodea y centrarse en anotar suceda lo que suceda. Michael Jordan y Kobe Bryant habían sido hasta la fecha los máximos exponentes de ese carácter “caníbal”, pero en aquel último minuto de partido, “T-Mc” se había propuesto demostrarle al mundo por qué era tan bueno.

Con 8 abajo en el marcador se reanuda el encuentro a falta de 48 segundos para el final. Rápidamente, McGrady recibe un bloqueo para liberarse de su pesadilla Bruce Bowen y se levanta en una suspensión frontal perfecta ante la oposición del rocoso Malik Rose, que consigue llegar a puntear el tiro a escasos centímetros, pero sin éxito. El tiro entra y los Rockets se ponen a 5 puntos de diferencia (76 – 71).

Dos tiros libres convertidos por los Spurs, los aventajan 7 arriba con 32 segundos en el reloj. McGrady recibe el balón y sale como una posta hacia el campo contrario intentando librarse de nuevo de Bowen, mientras Yao Ming intenta bloquearle por dos veces hasta que por fin lo consigue, provocando que Tim Duncan tenga que salir a tapar el inminente tiro en suspensión de McGrady, que nada más salir del bloqueo planta los pies y arma el brazo para elevarse. Lo que no esperaba Duncan es que fuese un amago en el que cayó totalmente, impactando con McGrady mientras éste ejecutaba en el segundo tiempo de la acción y provocando una falta de tiro. Para colmo, el triple entra limpio ante el estupor de todos y la acción se convierte en un 3 + 1 con el que los Rockets se ponen 3 abajo (78 – 75) y comienzan a creerse que tienen serias posibilidades de darle la vuelta al partido.

Dos tiros libres de San Antonio mueven de nuevo el marcador (80 – 75) y obligan a Van Gundy a pedir un tiempo muerto para optimizar el tiempo de ataque y aclarar estrategia a seguir. Con 16 segundos en el marcador saca Houston de banda y el balón llega a McGrady que se habilita para recibir después de librarse de Bowen con un bloqueo indirecto sobre Yao Ming. Rápidamente se va botando hacia la parte derecha del arco y sin dudar ni medio segundo, se levanta de nuevo en suspensión a pesar de tener a Bowen pegado a él. Esta vez las órdenes son claras en San Antonio y la premisa defensiva es no hacerle falta al tirador para no regalar libres. Bowen se planta delante de McGrady con los brazos en alto y molesta lo más que puede, pero la colosal elevación vertical del escolta de los Rockets en su mecanismo de tiro en suspensión, hace que se levante sin problemas por encima de la defensa, ejecutando con maestría un monumental triple que entra en la canasta de los Spurs como un cuchillo en una onza de mantequilla.

El público enloquece y no es para menos. El Toyota Center se convierte en una olla a presión de enloquecidos fans que ven a su equipo 2 puntos abajo (80 – 78) después de haber estado prácticamente desahuciados y que a falta de 11 segundos quieren más. Los Rockets creen en el milagro, pero McGrady permanece con semblante serio. El trabajo no está aún hecho y debe mantener la concentración si quiere tener opciones de culminar la gesta. Gregg Popovich, desesperado, pide un tiempo muerto.

Los Spurs sacan de banda, pero sorpresivamente quien recibe no es ni Duncan ni Parker, si no Devin Brown, que hasta el momento llevaba una inmaculada serie de libres con 8/8 intentos. Brown recibe y se ve inmediatamente presionado por dos defensas. Se gira hacia la línea de fondo para encarar el aro, pero se resbala y cae al suelo soltando el balón que rápidamente es capturado por McGrady que había acudido a la ayuda como tercer defensor. Con la bola en su poder y 7 segundos de tiempo en el marcador, la estrella de los Rockets sale como un cohete (nunca mejor dicho) hacia el campo rival sin casi dar tiempo al balance defensivo de los Spurs, que retroceden y se distribuyen por su campo como pueden ante la inesperada situación. McGrady avanza botando a mucha velocidad mientras mantiene la mirada clavada en un punto del suelo de la cancha. Su cerebro de depredador ha seleccionado un espacio detrás de la línea de triple, desde el que se va a colocar y ejecutar un tiro, suceda lo que suceda a su alrededor. No importa la defensa, no importa la posición, no importa el público o los compañeros. Llegados a ese momento del trance sólo existe él y la canasta. Cuando este tipo de jugadores realizan tiros en circunstancias similares, ni siquiera apuntan, únicamente disparan.  El cerebro transmite las órdenes a los músculos y la acción se ejecuta. A falta de 2 segundos para finalizar el partido, McGrady se eleva medio metro del suelo en una posición desequilibrada con dos jugadores de San Antonio intentando molestarle sin el más mínimo éxito, y clava uno de los triples más extraordinarios de la historia de este deporte. Houston se pone arriba 81 a 80.

Los Spurs aun tuvieron una opción de manos de Tony Parker, pero se encontraban totalmente abrumados por la situación y no consiguieron anotar. Los Rockets habían ganado un partido de liga regular y lo estaban celebrando como si de un anillo se tratase, y la razón no era otra que haber sido testigos de un milagro deportivo.

Tracy Lamar McGrady Jr. había conseguido anotar 13 puntos en 33 segundos de juego con una serie de 4 disparos desde la larga distancia, con una dificultad que aumentó exponencialmente desde el primero al último hasta rozar el absurdo. Hay jugadores que nacen destinados a protagonizar momentos como este y, obviamente McGrady es uno de ellos.

Y como una cosa es contarlo y otra muy distinta vivirlo, no podemos terminar de otra forma que no sea disfrutando de la histórica secuencia completa:

Con la esperanza de que hayáis disfrutado rememorando conmigo el primero de mis grandes momentos de la historia de la NBA, os emplazo al siguiente capítulo del serial.  

 

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