Escrito por Iván Ruiz

Existen diversas versiones sobre el origen real de la leyenda del Bandido sajón que moraba en los bosques de Sherwood en la Inglaterra medieval, que tantos y tantos cantares de gesta ha protagonizado a lo largo de la historia. Desde el bandolero italiano Ghino di Tacco, pasando por un noble inglés llamado Robin de Locksley hasta llegar al sobrino de un Herrero protagonista de una rebelión contra el rey Eduardo II, hay una interminable lista de nombres que han protagonizado la búsqueda de un Robin Hood real. Un afanoso esfuerzo por separar realidad y ficción durante el cual numerosos historiadores han intentado identificar al misterioso bandido con un personaje real concreto. Dicha búsqueda se complicó hasta límites insospechados, pues tanto el nombre “Robin” como el apellido “Hood” eran extremadamente comunes en Inglaterra. Por no hablar de que, durante cientos de años, dicho nombre se utilizó como seudónimo para bandoleros, proscritos y exiliados de la ley en general. Hay evidencias de que, al menos unas 8 personas antes del año 1300 a las que se le adjudicó dicho alias.

La conclusión histórica es que no hubo un único Robin Hood, sino una importante cantidad de ellos. Una extensa lista de forajidos unidos por un mantra común, quizá más sentimental que fiel a la realidad, basado en el principio de buscar justicia para los más desfavorecidos. Sea como fuere, la figura del bandido simpático, astuto, pendenciero, algo fanfarrón, dispuesto a reparar injusticias siempre que ello le reporte diversión y ganancias, ha perdurado en la memoria colectiva hasta nuestros días, así como su insaciable necesidad de asociación a figuras reales.

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En los Albores del presente milenio, mi adorado Andrés Montes, maestro entre los maestros en el arte de adjudicar apodos, tuvo totalmente claro desde que lo vio por primera vez, que aquel desgarbado y sonriente chico blanco rubio de barba inconclusa y extraordinaria puntería, estaba destinado a protagonizar grandes epopeyas en la NBA bajo el inmortal apodo del bandolero sajón. Hoy, volveremos a viajar en el tiempo para revivir la más grande de sus hazañas. La que rubricó con tinta de oro, la narración de su extensa y grandiosa leyenda.

“Una buena espada en la mano y un corazón valiente son más que suficientes para enfrentar cualquier desafío” - (LAS ALEGRES AVENTURAS DE ROBIN HOOD)

Contexto y protagonista

Para los pocos que a estas alturas de la historia aun no tengan clara la identidad de su protagonista, decir que hoy el relato se centra en el alemán Dirk Nowitzki. Un genio del baloncesto contemporáneo que revolucionó la NBA.

Dirk nace en el seno de una familia de deportistas en Wurzburgo, donde comienza a jugar al baloncesto en el equipo local. Es allí donde la providencia tiene a bien cruzar en su camino a Holger Geschwindner, un exjugador de baloncesto alemán que había llegado a ser capitán de la selección alemana de baloncesto en los JJOO de Múnich en 1972. Geschwinder es la primera persona capaz de intuir el desmesurado potencial de aquel chico, por lo que después de hablar con sus padres, se convertía voluntariamente en su mentor, dirigiendo desde muy pronto la carrera de Nowitzki hacia el camino correcto gracias a un metódico y minucioso plan. Aquel joven representaba un diamante en bruto de tal magnitud, que la primera fase de su corte y modelado debía ser perfecta, pues solo de esa forma se podía asegurar un posterior tallado que finalizase con una pieza deslumbrante. Llegado a un punto óptimo de su desarrollo como profesional, su maestro y mentor, le da a escoger entre ser el mejor en Alemania o prepararse para competir contra los mejores. Dirk no duda ni por un instante y coge rumbo a EE. UU. para presentarse al draft de la NBA con escasos 20 años.

El 24 de junio de 1998 los Milwaukee Bucks escogen en la novena posición, al cuarto jugador alemán de la historia de la NBA. 

Los Dallas Mavericks se hallaban sumisos en una incómoda travesía por el desierto de la mediocridad que comenzó después de su última aparición en playoffs allá por la temporada 89/90, y que se prolongó durante 8 largos años. Casi una década durante la cual hasta 4 entrenadores diferentes se habían intentado hacer cargo de las operaciones sin tener éxito. Para hacer bueno el dicho de “no hay quinto malo”, en el año 1998 aterriza en la franquicia Don Nelson para, junto con su jugador estrella Michael Finley, comenzar a darle cierto orden y sentido al proyecto. La llegada De Nowitzki y de Steve Nash propició el empujón definitivo para que, en solamente dos campañas, Dallas obtuviera su primer récord positivo de victorias y derrotas desde 1990, clasificándose para Playoffs y consiguiendo llegar a segunda ronda, donde los correosos Spurs los frenaron casi en seco. Para aquel entonces, Dirk Nowitzki ya se postulaba casi totalmente como el líder del proyecto tejano. Los Mavericks tenían a un buen entrenador, existía un núcleo duro de jugadores de calidad, y la búsqueda de los complementos que encajasen a la perfección en el banquillo estaba en marcha, pero aún había algo que faltaba en la ecuación.

El 14 de enero de 2000, el empresario de Internet Mark Cuban, compra la franquicia por 285 millones de dólares. Cuban era un excéntrico millonario dispuesto a cualquier cosa, por polémica y cara que fuera, para hacer crecer a su equipo tanto mediática como deportivamente. 

No tardó en producirse la eclosión de rendimiento definitiva del “Big Three” de Dallas, materializando 60 victorias después de un soberbio arranque de campaña con 14 triunfos consecutivos. Lamentablemente, la mala suerte aparece en finales de conferencia frente a los Spurs cuando Nowitzki se daña la rodilla y, con la serie empatada 1 -1, ceden los 4 siguientes partidos quedando fuera de la lucha por el título. Steve Nash y Michael Finley abandonan la franquicia y, sin apenas darse cuenta, Nowitzki es el líder en solitario de los Mavericks, rompiendo definitivamente con el sistema jerárquico establecido, cuya ley principal no escrita rezaba que un jugador europeo no debería ser capaz de liderar un equipo de la NBA. Dirk se había preparado toda su vida para hacerlo, y vaya si lo hizo…

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Al año siguiente, Los Mavericks se plantan en las finales de la NBA ante los Miami Heat y, lejos de tener un papel testimonial, con Nowitzki tirando del carro de manera implacable, consiguen llevar la serie a 6 partidos después de vencer los dos primeros encuentros. Un estelar Dwyane Wade, secundado por S. O´Neal, Antoine Walker, Alonzo Mourning, Jason Williams y Gary Payton, entre otros, conformaron un muro demasiado alto y sólido, pero la escuadra tejana no tuvo miedo a intentar derribarlo. Se habían quedado a las puertas del cielo, pero Nowitzki había demostrado al mundo, si es que a esas alturas aún era necesario hacerlo, que estaba destinado a hacer grandes cosas. Todo ello gracias a la legendaria ética de trabajo que toda la vida ha sido su seña principal de identidad.  Al igual que hiciera Robin Hood, Nowitzki comandaba una banda unida y leal, dispuesta a enfrentarse a cualquier desafío juntos. Los valores de Valentía, determinación y sobre todo lealtad, ya eran sólidas señas de identidad del capitán de aquella escuadra, dispuesta a seguir luchando hasta conseguir la gloria.

“Las personas que de verdad son poderosas son muy humildes. No intentan impresionar, no intentan influir en los demás. Simplemente son. Las demás personas se sienten atraídas magnéticamente hacia ellas.” – (SANAYA ROMAN)

Un par de años más tarde y después de sendas eliminaciones en 1ª ronda a pesar de haber cuajado buenas temporadas regulares, Avery Johnson deja el banquillo en manos de Rick Carlisle, quien apenas tarda dos años en hacer encajar las piezas para colocar de nuevo a los Mavericks en las finales de la NBA. Para aquél entonces, nuestro protagonista ya acumulaba una tarjeta de presentación digna de un Hall of Famer. 10 apariciones en el All Star, 1 MVP (06/07), 11 All NBA y una cantidad ingente de puntos anotados y diferentes récords que aún continuaban creciendo exponencialmente. Si a eso añadimos los logros FIBA, la lista es desproporcionada. La NBA y el mundo se habían rendido ante la incontestable evidencia de que estaban ante uno de los mejores jugadores de la historia. Uno que acudía a su segunda gran batalla con la historia después de reforzar su banda con forajidos más hábiles, más fuertes y más inteligentes, que complementaban a la perfección sus habilidades,  confiriéndole al grupo una letalidad más que notable, pero ¿Quién le aguardaba al otro lado del campo de batalla?...

Miguel de Cervantes se refería a la imposibilidad de deshacer los planes que ya han sido decididos por el destino con una frase lapidaria: “Lo que el cielo tiene ordenado que suceda, no hay diligencia ni sabiduría humana que lo pueda prevenir”

Como suele ser habitual en estas ocasiones, el siempre caprichoso destino de la NBA había decidido de manera innegociable que quien iba a disputarle a los Mavericks su tan ansiado anillo, debía ser el mismo equipo que les había privado de él años atrás. Los poderosos Heat de Miami presentaban un super equipo cuyo eje central eran Dwyane Wade, Chris Bosh y un LeBron James que se cansó de perder en Cleveland y cogió las maletas rumbo a Florida con el único objetivo de conseguir un anillo costase lo que costase.

Pese a ser el primer año de convivencia del grupo base, los Heat pasaron por la temporada regular con suma autoridad (58w – 24l) desplegando un baloncesto inédito hasta la fecha. Uno en el que la heterodoxia posicional sentaba las bases para la interoperabilidad de sus jugadores, provocando así un aumento increíble de la velocidad y la verticalidad. Un letal caos controlado que subyacía a una suma de calidad, físico y tiro como jamás antes había visto la competición. La obra suprema de Pat Riley había cobrado vida cual máquina del futuro y se disponía a destrozar al último rival que se interponía entre ellos y la tan ansiada gloria. El choque se antojaba épico.

El primer encuentro en Miami tuvo un nombre propio, el del alero de Akron, LeBron James. La nueva y flamante estrella de los Heat parecía decidida a reclamar con un gigantesco puñetazo encima de la mesa, aquella gloria que supuestamente le pertenecía por derecho propio. El autoproclamado rey de la NBA demandaba su trono y los Mavericks no parecían ser suficiente rival para oponerse a ello, o al menos eso parecía…

El momento

2 de junio de 2011 – American Airlines Arena. Miami (Florida)

El segundo encuentro parecía discurrir por los mismos derroteros, pues a falta de poco más de 6 minutos para finalizar el segundo partido, los tejanos se encontraban 15 puntos abajo con escasas opciones de sobrevivir. Todo parecía sentenciado, pero Dirk Nowitzki sabía que el destino no le había brindado una segunda oportunidad frente al mismo rival para que pasase por ella sin pena ni gloria.

Nunca subestimes el corazón de un campeón – (RUDY TOMJANOVICH)

El alemán coge las riendas y comienza a gestar el imposible, atrayendo a los impetuosos defensores de los Heat hacia él mientras asiste a sus compañeros liberados. Jason Terry y Jason Kidd, anotan sendos tiros abiertos para apretar el marcador, mientras en el otro lado de la cancha, Chandler, Marion y el propio Nowitzki utilizan sus centímetros y su fuerza para intentar vender lo más caro posible el acceso a su aro.

Los Heat, visiblemente nerviosos ante el ejercicio de supervivencia tejano, cometen dos errores seguidos y permiten que la diferencia se establezca en solo 4 puntos a su favor. La defensa de Miami intenta presionar a media cancha, pero solo provocan que Nowitzki reciba totalmente liberado a 5 metros del aro, donde es prácticamente infalible. La defensa de Dallas se aplica agotando hasta la última gota de su energía vital consiguiendo que Miami falle hasta 6 ataques consecutivos. Con un contraataque tras robo que finaliza Nowitzki, los Mavericks empatan el partido a 90 a falta de 57 segundos para que finalice el tiempo reglamentario. Solo un jugador de los Heat ha tenido fuerzas para bajar a defender. El parcial es de 17 a 2 y el milagro empieza a verse cada vez más posible.

El American Airlines ha pasado del estado de éxtasis más absoluto, a verse sumido en un nervioso e inquietante murmullo que recorre las gradas mientras los aficionados aguardan en pie el incierto desenlace.

LeBron dirige el ataque bajo la férrea marca de Shawn Marion, que lo persigue como un perro de presa. Dos bloqueos seguidos pretenden liberar a Wade, pero los ajustes de la defensa tejana son rápidos y efectivos, por lo que el propio Marion Llega a molestar lo suficiente al escolta de Miami que yerra el tiro desde la frontal. Dallas invierte el ataque y después de unos breves momentos de circulación exterior, Nowitzki se abre y recibe totalmente libre de marca gracias a una formidable pantalla de Tyson Chandler. Recibe, mira al aro y al igual que haría el Robin Hood medieval, carga su arco y lanza una certera flecha con la superlativa confianza que le confiere haber repetido esa acción miles de veces hasta pulverizar la propia perfección.

El tiro describe la clásica parábola que caracteriza los lanzamientos de Nowitzki para entrar en el aro con contundencia y asestar el primer golpe con posibilidad de K.O. técnico a los maltrechos Heat. Miami se apresura a pedir tiempo tras ver como el parcial ya se coloca en un preocupante 20 a 2.

Pero los Heat son mucho más que su “Big Three” y se disponen a demostrarlo en el momento mas necesario. La hábil pizarra de Spoelstra diseña una impecable jugada de saque de banda, que habilita en la esquina a un lanzador inesperado. No es Wade ni James, sino Mario Chalmers, quien totalmente liberado anota un triple que empata el partido y resucita de su letargo a las 20.000 almas que ya daban la contienda por perdida. La inyección de moral alienta a los Heat que se disponen a defender una última posesión a falta de 24 segundos. El lenguaje corporal de los Mavericks ha cambiado y la confianza ha dado paso al escepticismo más absoluto. La idea de remar mucho para morir a la orilla comienza a hacerse fuerte en sus cabezas, pero entre ellos hay alguien que mantiene la calma, porque sabe que ha estado preparándose toda su vida para un momento así.

“Estar preparado es importante, saber esperar lo es aún más, pero aprovechar el momento es la clave de la vida” – (ARTHUR SCHNITZLER)

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Y es entonces cuando ocurre…

Dallas saca de banda y Jason Kidd recibe el balón para dormirlo en brazos mientras el implacable reloj va restando agónicamente tiempo para el final. Apenas quedan 17 segundos y los Mavericks quieren jugárselo todo a una última carta. Cara o cruz de una moneda que de irse al tiempo extra les pondría las cosas muy difíciles en Miami. Han luchado mucho para llegar hasta donde están y no quieren desaprovechar su último cartucho. Todos están abiertos y a la espera hasta que en el segundo 12, Terry se desplaza hacia la esquina para liberar a Nowitzki de su defensor con un bloqueo. Los Heat no cambian y es Chris Bosh quien permanece en la marca del alemán, quien después de pivotar y dar un paso de avance hacia la derecha, gira en reverso hacia su lado izquierdo y, después de rodear a Bosh, marca perfectamente los pasos y realiza una bandeja con la mano izquierda ante la oposición de Udonis Haslem.

El balón rebota dos veces en el interior del aro para terminar cayendo irremisiblemente dentro de él, ante el estupor del público que aún no es consciente de lo que acaba de suceder. Los Heat no disponen de tiempos muertos y emplean los tres segundos restantes en realizar un lanzamiento a la desesperada que no estuvo demasiado lejos de entrar, pero no lo hizo.

Los Mavericks culminaban así su espectacular remontada, una de las más increíbles de la historia de las finales. Alentados por el espíritu de superación de aquella gesta, los Mavericks ganaron 3 de los 4 siguientes partidos haciéndose con el ansiado anillo de la NBA y vengándose de quien les había privado de él años atrás. El sacrificio, el esfuerzo, la constancia y la superación, al fin habían dado sus frutos y el círculo se cerraba.

Dirk Nowitzki, demostró con creces al mundo que no solo era uno de los mejores jugadores de la historia, sino que estaba destinado a dar nombre a una era. Una en la que sus hazañas perdurarían en la memoria colectiva hasta el fin de los días, como lo hicieran las del Robin Hood del bosque de Sherwood.

Y como siempre digo, una cosa es contarlo y otra muy distinta vivirlo, así que aquí os dejo como regalo final los mejores instantes de aquel memorable día que cambió el rumbo de la historia y el destino de aquellas finales.

PD. Dedicado a mi compañero y amigo Enrique García.

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