Escrito por Iván Ruiz

El 31 de octubre de 1986, coincidiendo con la festividad de Halloween, el gran momento soñado por todos los aficionados del baloncesto nacional, por fin iba a acontecer. En el parqué del “Veterans Memorial Coliseum” de Portland, hacía aparición Don Fernando Martín Espina, el primer español en la historia que iba a debutar en la mejor liga de baloncesto del mundo. Lamentablemente, no fue más que un momento fugaz y anecdótico, al igual que su frustrada y corta carrera en la NBA. Fernando nos dejó demasiado pronto, y su vacío sumió en una oscura orfandad a toda una generación que se alimentó a base de sus esperanzas e ilusiones. Se fue, pero su marcha no pudo evitar que su proeza lanzase una poderosísima llamada al futuro. Un eco gigante destinado a navegar en la eternidad esperando ser recibido por alguien digno de completar la hazaña inconclusa soñada por Fernando y por todo un país:

Tener un español entre los mejores de los mejores.

Escucha 'Gasol en el museo angelino' en el podcast El Reverso

A continuación, vinieron 15 largos y durísimos años de travesía por el gran desierto deportivo de la medianía y el conformismo, durante los cuales el baloncesto nacional acumuló, a base de fracasos, una innumerable cantidad de complejos victimistas. Creo firmemente que llegó un momento en el que se asumió colectivamente con inexplicable resignación, cuál iba a ser nuestro lugar definitivo en la historia. Afortunadamente, no todo el mundo estaba de acuerdo con aquel cruel e injusto propósito del destino.  A finales de los años noventa, una nueva generación de jóvenes talentos emergió súbitamente y comenzó a aporrear los cimientos del orden establecido a base de descaro, garra y competitividad. Aquel grupo tenía como estandarte a un portentoso jugador. Uno con unas condiciones difícilmente imaginables por cualquier mente experta de la época. Algo jamás visto hasta la fecha sobre una pista de baloncesto, al menos en España. Un arquetipo de jugador que parecía haber sido robado del futuro con una máquina del tiempo. Con él, regresaba la esperanza colectiva de un sueño posible.

-              “No hay nada como un sueño para crear el futuro. (Victor Hugo)”

El 27 de junio del año 2001, los Atlanta Hawks sorprendían a la NBA y al mundo, seleccionando en la tercera posición del draft, a un alto y espigado joven español procedente del FC Barcelona.

Contexto y protagonista

Aquel enjuto y sonriente mozalbete al que breves instantes después de su selección traspasaron de Atlanta a Memphis, aterrizaba al otro lado del atlántico con una mochila a rebosar de ilusiones, a la que inmediatamente tuvo que añadir una pesada carga en forma de presión. Don Pau Gasol Sáez, nuestro ilustre protagonista, había sido seleccionado en la posición más alta jamás alcanzada por un joven no formado en Estados Unidos, circunstancia que situaba las expectativas en una cota de altura extraordinaria. No habían sido precisamente pocos los periodistas, ojeadores y entrenadores que se habían preocupado, tiempo antes del draft, en obtener toda la información posible acerca de un prodigio de 2,16 metros de altura que se movía por la cancha como una gacela, y que había eclosionado de manera espectacular el año anterior, dominando a su antojo las grandes competiciones de su país. Algo inconcebible para un joven de apenas 20 años. Además, Gasol portaba por derecho propio los galones de comandante de una generación de jóvenes que conquistó el europeo y el mundial junior ante la mayúscula sorpresa global.

La sublime carta de presentación del joven de Sant Boi de Llobregat le precedió de forma inevitable, a pesar de ello, Gasol irrumpió de manera sorpresiva en una liga y en un país que aún trataba de digerir el hecho de que estuvieran abordando su feudo, extranjeros con la suficiente calidad como para hacerse un nombre.  Las comparaciones con su predecesor más inmediato, Dirk Nowitzki, no tardaron en llegar, pero no fue necesario demasiado tiempo para que Gasol demostrase que era un perfil sustancialmente distinto al del alemán, con quien apenas compartía otras semejanzas que no fueran altura y color de piel. Pau era alto, ágil, veloz, coordinado, inteligente, podía botar el balón, driblar, y lanzar con notable efectividad. Viéndole jugar, los estadounidenses confirmaron definitivamente sus sospechas de que no todos los europeos altos eran leñadores de lentos movimientos y escasa habilidad.

Pau Gasol tenía las condiciones físicas y técnicas que hoy en día se les atribuyen a los conocidos como “unicornios”. Características esenciales para poder triunfar en la NBA actual, pero un serio hándicap si retrocedemos veinte o veinticinco años atrás. Por aquél entonces, la balanza entre la condición física y la técnica oscilaba de manera directa o inversamente proporcional, atendiendo a la posición ocupada por el jugador. Obviamente, los jugadores más interiores poseían físicos portentosos conformados por cientos de kilogramos de músculo. En plena era de dominio de grandes pívots, la fuerza era uno de los dones más preciados. Paradójicamente, una de las mayores virtudes de Gasol podría llegar a convertirse en un serio inconveniente para su juego, circunstancia que, ni él ni él, ni su sobrenatural instinto competitivo, estaban dispuestos a aceptar.

El impacto mediático de Gasol no se hizo esperar, y muy pronto había una extensa lista de jugadores norteamericanos que ansiaban enfrentarse al novato para ponerle a prueba. Había que demostrarle por todos los medios a aquel descarado joven, que no podía llegar, así como así, y triunfar en su liga. Los duros enfrentamientos se comenzaron a suceder noche tras noche, de tal modo que pronto comprendió que, o daba un puñetazo sobre la mesa, o sus rivales se lo iban a comer.  Y… ¿qué mejor forma de darlo que en presencia de uno de los adversarios más duros que existían?

El 6 de diciembre de ese mismo año, el puñetazo llegaba en forma de una inolvidable y gloriosa acción. Una que, de haber acontecido con el actual potencial de internet, su imagen habría aparecido inmortalizada en España hasta en los cartones de cereales. El joven Rookie de los Memphis Grizzlies sorprendió a todos machacando el aro con violencia y rabia por encima de Kevin Garnett y Gary Trent (Sr), después de driblar y dejar atrás al ala – pívot de Minnesota, para a continuación remontar la línea de fondo con pasmosa agilidad.

Garnett, uno de los rivales más duros e incómodos que existían, no pudo sino rendirse ante el inesperado resultado de sus provocaciones. Aquel día, no solo salió de la oscuridad de su guarida la salvaje bestia que habitaba dentro de Pau, sino que se constituyó el inicio de una colosal e histórica rivalidad personal. La jugada supuso un antes y un después para la imagen de Gasol a nivel mundial, pues enviaba un potente mensaje a todos sus posibles adversarios. Una declaración de intenciones en toda regla dirigida aquellos que pensaban que era un jugador débil y sin carácter. Aquella acción situó a Gasol en el mapa de la NBA y georreferenció la punta del iceberg que aún permanecía sumergido ocultando sus descomunales proporciones.

-              “Era como un dragón dormido, y como cualquier animal así, si lo molestas de repente es posible que te quedes sin mano” – (Kevin Garnett)

Fue nombrado novato del año por mayoría aplastante y, durante los siguientes 6 años en Memphis, maduró como jugador adaptando su cuerpo y su técnica, con el objetivo de elevar a la cota máxima su conjunto de capacidades medias, y así poder convertirse en el mejor jugador posible. Todo ello en base a perseverancia, sacrificio y una ética de trabajo legendarias. Lo que vulgarmente conocemos como “Exprimir cuerpo y mente hasta la última gota”.

No tardó en convertirse en el líder absoluto de los Grizzlies, consiguiendo clasificarlos para los playoffs por primera vez en su corta historia. Lamentablemente, un cambio de rumbo en la dirección del proyecto años después, propició que este tomara una deriva nada favorecedora para Gasol, por lo que en febrero del año 2008 es traspasado a Los Lakers de Los Ángeles. Curiosamente, en la operación de traspaso iban incluidos, entre otras cosas, los derechos de su hermano Marc, pertenecientes por aquel entonces a la franquicia californiana. Cuando Gasol abandona los Grizzlies, lo hace como líder estadístico indiscutible en la mayoría de los apartados principales y como primer jugador de la franquicia en ser seleccionado para un All Star. Paralelamente a ello, Gasol iba acumulando una ingente cantidad de éxitos en el contexto FIBA, entre los que destacaban poderosamente el de campeón del mundo, así como el de jugador más valioso de dicho torneo.

Al finalizar el partido, su nuevo compañero Kobe Bryant expresó su parecer con aplastante sinceridad: "Pau Gasol es increíble. Nos hace mejores, es lo que nos falta para optar al anillo”

En Aquel preciso instante, se colocaba la primera piedra de lo que con el tiempo se convertiría en una sólida relación. Algo que traspasaría con creces los límites de la amistad. Y la razón por la que aquello sucedió es porque sus caminos se encontraron en el momento más indicado posible. Por un lado, Kobe estaba más que harto de intentos fallidos de reconstrucción, y por el otro, Pau estaba frustrado por ser incapaz de elevar a los Grizzlies a lo más alto a pesar de haberse convertido en la mejor versión posible de sí mismo. La unión de ambos era a todas luces, una garantía de éxito a corto plazo.

Lo que el destino tuvo a bien reunir, el respeto mutuo y el trabajo se encargaron de consolidar a perpetuidad.

Comandados por la nueva dupla más famosa del baloncesto mundial, los Lakers no quisieron perder ni un minuto de tiempo y se dispusieron de manera inmediata a intentar asaltar el trono de la NBA, sin embargo, aunque llegan a las finales con una más que sobrada solvencia, allí les aguardaban con el cuchillo entre los dientes sus sempiternos rivales: Los Celtics.

 Los de Boston acudían a la cita con una mentalización muy superior, motivada por 22 largos años de sequía de títulos. También contaban con una plantilla diseñada específicamente para la ocasión al milímetro por una mente privilegiada como Danny Ainge. Dicha escuadra, estaba liderada por tres All Star como Ray Allen, Paul Pierce y un viejo conocido de Gasol. Kevin Garnett. Años después, los caminos de los dos rivales se encontraban de nuevo, aunque esta vez con un resultado sumamente distinto. Garnett había llegado a Los Celtics con una hoja de ruta idéntica a la de Gasol. Tras 12 años en Minnesota sin conseguir obtener buenos resultados, migró rumbo a Boston para formar parte de un proyecto ganador. Aunque Pierce era el teórico líder de aquel equipo, la rabia y el carácter de Garnett arrastró anímicamente a los suyos a ganar aquellas finales.

Los Lakers habían sufrido una derrota doblemente amarga, pues además de ser privados de su tan ansiado anillo, habían sucumbido a manos de sus más legendarios enemigos. En el caso de Pau, había que sumar a todo ello una tercera y aún más desagradable circunstancia:  haber sido superado por Kevin Garnett. Aquella situación propició una marea de estigmas de culpabilidad que le fueron injustamente atribuidos a Gasol, pues se daba por sentado que su estilo de juego europeo era más blando, y por tanto menos efectivo en situaciones límite contra adversarios más fuertes, como lo era Kendrick Perkins. Gasol tomó nota, agachó la cabeza, y se dispuso a encerrarse en el gimnasio para regresar la temporada siguiente con mucha más fuerza.

Ese año iba a ser de todo menos bueno para nuestro protagonista, pues durante el verano, también vería como se le escapaba la medalla de Oro de los juegos olímpicos a manos del equipo estadounidense, con su gran amigo Kobe Bryant al frente, en lo que se recuerda como uno de los mejores (si no el mejor) partido de la historia de los campeonatos FIBA. Cualquier otro jugador se hubiera sumido en una depresión u otro tipo de crisis existencial, pero si hay algo que ha diferenciado especialmente a Gasol de los demás es su indómita mentalidad competitiva.

El dragón había recibido una estocada seria, pero estaba de todo menos vencido. El entrenador de los Lakers, Phil Jackson, consumado especialista en el análisis y la gestión de personalidades, sabía a ciencia cierta que el gran rugido de la bestia estaba aún por llegar. Solo había que darle tiempo.

  •  “Las leyendas no se definen por sus logros, sino por cómo se recuperan de sus fracasos” (Chris Bosh)

No hizo falta esperar demasiado para ver a los Lakers de Kobe y Pau convertidos en una despiadada máquina de triturar rivales, pues en la temporada siguiente apenas cedieron 17 derrotas en favor de 65 contundentes victorias. Gasol terminó segundo en anotación, segundo en asistencias y primero en rebotes, minutos jugados y porcentaje de tiros de campo. A aquellas alturas de su vida deportiva, su condición de Estrella ya albergaba poco margen de duda, y más aún, cuando después de abrirse paso a través de unos durísimos playoffs, por fin conquistan el ansiado título, superando en las finales a los Magic de Orlando. Una nueva versión de Gasol mucho más fuerte y resistente, frenó con contundencia a Dwight Howard, uno de los mayores portentos físicos que han pisado una cancha de baloncesto.

Por fin su ansiado sueño se hacía realidad, y con él, también se cumplían los de los miles de españoles que alguna vez tuvimos la osadía de permitirnos el lujo de imaginar semejante episodio de gloria. Pau no era consciente de ello, pero aquel día nos hizo un poco campeones a todos.

Lamentablemente, la vida es mucho más injusta de lo que podemos llegar a imaginar. Aun habiendo conseguido el mayor logro deportivo de su carrera, seguían aflorando inexplicablemente un montón de preguntas, dudas e incluso críticas acerca de su figura. Se puso el foco en él por cosas tan extremadamente absurdas como ser poco egoísta de cara al aro en determinadas situaciones. Estaba claro que hiciera lo que hiciera, nunca parecía ser suficiente. A pesar de todos los logros individuales, récords y galardones que acumulaba, persistía en el ambiente la sensación de que aún le quedaban cosas por demostrar para poder ser considerado un grande entre los grandes.

-              “Entre las dificultades se esconde la oportunidad” (Albert Einstein)

Al año siguiente, la caprichosa providencia tuvo a bien materializar de nuevo el gran duelo de duelos en las finales de la NBA. Los Lakers de Gasol se iban a ver de nuevo las caras con los Celtics de Garnett, en un apasionante y duro choque, que se prolongaría hasta un séptimo y definitivo partido.

Y es entonces cuando sucede…

El Momento

17 de junio del año 2010. Staples - Los Ángeles (California).

7º partido de las finales de la NBA.

Pau Gasol llega al Staples Center enfundado en un sobrio traje gris, sin corbata. Sencillo y funcional pero elegante, como lo es su personalidad y su juego. Un periodista le pregunta por el partido y su respuesta es contundente: “Es el campeonato, toda la temporada está en juego ahora mismo”. Su réplica es más que correcta, pero instintivamente ha obviado la cuestión de fondo personal que trasciende más allá de lo evidente. Hoy puede ser el día de su consagración o el del inevitable comienzo de su declive. A pesar de ello, su impertérrito gesto refleja una extraordinaria confianza, y no es algo casual. Gasol llega a la cita después de haber sido pieza fundamental en las eliminatorias, primero ante Oklahoma y posteriormente ante los Rococos Jazz, donde su estadística personal se llegó a elevar por encima de los 23 puntos,14 rebotes y casi 3 tapones. Pau Gasol y su versión 3.0 estaban mucho más que preparados para enfrentar el desafío definitivo, llegase de mano de quien llegase.

Kevin Garnett permanece con la mirada clavada en él, aguardando el momento en el que se inicie el choque y se ven las caras de nuevo. Su mirada ha cambiado como lo ha hecho su percepción del español. Ya no es aquel novato de tímido semblante que pretendía hacerse un hueco en la liga. Es uno de los mejores jugadores que existen actualmente en el mundo, y lo sabe. Garnett es un competidor superlativo, un auténtico tiburón sobre la pista, alguien incapaz de no poner en valor la grandeza cuando la tiene delante. Gasol llevaba todas las finales obligándole a dar lo mejor de sí mismo, partido tras partido, minuto tras minuto. En aquella intensa mirada se fundían respeto, admiración y temor en unas proporciones que jamás sabremos. Rivalidad en esencia pura elevada a una potencia inimaginable.

Con el Stapless Center convertido por un día en el epicentro del deporte mundial, el mítico árbitro Joey Crawford, eleva el balón en el centro de la pista para que los dos rivales más rivales de la historia del baloncesto den por concluida en los próximos 48 minutos, la despiadada y agónica lucha que habían prolongado durante los 6 encuentros previos. El cansancio acumulado de una eliminatoria inmisericorde ha hecho mella en ambos equipos, pero la abrasadora olla a presión en la que se ha convertido el pabellón angelino les insufla una dosis extra de adrenalina por ósmosis pura. Los Lakers jamás le habían ganado un séptimo partido en las finales a los Celtics (0/4) y estos a su vez, jamás habían perdido un séptimo contra nadie (7/7). Aquella noche se iba a reescribir la historia fuera cual fuera el resultado,  y el mundo entero iba a ser testigo directo de ello.

Solamente dos minutos fueron necesarios para que Pau demostrase que había concurrido a aquella importante cita con un nivel de implicación mental superior al habitual. Después de hacerse con un rebote delante de Rasheed Wallace, Garnett y Paul Pierce, se eleva y, después de ser taponado contundentemente por el propio Wallace, se rehace en décimas de segundo para volver a elevarse enérgicamente entre los tres y conseguir una canasta que, aunque parezca que está anotada con la mano, realmente lo está con el corazón.

La primera jugada del español es un mensaje claro y directo, tanto a Lakers como a Celtics y a los millones de personas que lo ven por televisión, de que pase lo que pase esa noche él va a realizar un esfuerzo titánico sobre la pista. Realmente, es el mensaje que el juego de Pau ha transmitido durante toda su vida, pero ese día, el foco y altavoz para su difusión son de proporciones bíblicas.

La intensidad es altísima y los Lakers lanzan a canasta con más convicción que acierto, lo que propicia que en menos de 3 minutos, Gasol haya capturado 5 rebotes, la mayoría de ellos ofensivos. El partido se torna duro y enfangado en sus primeros compases, lo que hace suponer que no va a ser un día para grandes lucimientos ni alardes técnicos o tácticos. Es una serie que se inició desde el barro y en el barro está condenada a finalizar, gracias en parte a la permisividad, casi ochentera, de su trío arbitral. Hoy es un día para luchadores y Gasol lo sabe, por lo que se multiplica en sus tareas a lo largo de la pista para dar el máximo apoyo a sus compañeros. Anota desde el poste, desde la media distancia, asiste desde el poste alto, busca buenas situaciones de canasta en el juego sin balón y bloquea con suma inteligencia para crear espacios. Todo esto mientras Garnett y Wallace se deshacen en esfuerzos para intentar defenderle por toda la pista, mientras contemplan con desazón, como su sacrificio se torna cada vez más y más inútil. Pau Gasol hoy no solo ha venido a luchar por la victoria, sino también por su prestigio, por su historia, por su leyenda. El dragón no solo ha despertado, también está batiendo las alas con ferocidad. Garnett no cesa en su empeño e intenta acometerle, pero Pau le niega el acceso al aro taponando con contundencia para posteriormente volar hacia el otro aro y provocar una nueva falta en defensa.

Los Lakers van por debajo en el marcador en los últimos compases del tercer periodo, pero eso no evita que los jugadores de los Celtics se miren unos a otros intentando buscar una solución al problema que les plantea Gasol, y que saben que puede acabar siendo determinante al final del encuentro de seguir en esa línea. Las fuerzas van fallando, las faltas de los interiores verdes se van acumulando, y mientras tanto Pau parece estar disputando otro partido ajeno al marcador, uno que está aconteciendo en un plano de dominio físico y mental superior, uno ubicado en un contexto paralelo y cuyo objetivo no es otro que continuar siendo el más fuerte y resistente en una noche que pertenece a los guerreros.

-              “Ve al campo de batalla con la firme seguridad de la victoria y volverás a casa sin heridas”. (Uesugi Kenshin)

La contienda se vuelve épica por momentos y el estruendoso clamor de la grada así lo atestigua. Kobe Bryant lleva desesperado todo el partido, no en vano, está realizando una de las peores actuaciones que se le recuerdan en partidos importantes. Mientras tanto, Gasol se hace gigante en la pintura en defensa mientras en ataque se despacha sin problemas con Glen Davis, el tercer defensor interior que le lanzan los Celtics y que no puede si no ser testigo del increíble momento de forma de su par. Canasta y falta de desesperación absoluta, pues los Lakers están llegando con fuerza en el marcador de la mano de un jugador que se ha vuelto completamente indefendible, a pesar de la ingente cantidad de minutos de juego que ya acumula. En el banquillo rival, Garnett descansa con 3 personales para intentar un último esfuerzo en el cuarto periodo, consciente de la situación y de lo complicado que puede ser revertirla.

Se inicia el último tramo de juego y las canastas se comienzan a pagar a un precio altísimo. Los golpes en las zonas se suceden, cada vez con más contundencia, sin que dichas acciones tengan el más mínimo tipo de repercusión sancionadora. En este momento del partido, entramos en el fondo más absoluto del barro. Garnett lucha en la zona como le permiten sus fuerzas contra Gasol y consigue darles un fugaz respiro a los Celtics, neutralizado por la oportuna aparición de Artest que empata el partido a 61 a falta de 7 minutos para el final.

Gasol captura su rebote número 15 a la vez que recibe otra falta de Rasheed Wallace, que se muestra completamente exasperado ante la imposibilidad de cerrarle el rebote de ataque al español, que es dueño omnipresente de ambas pinturas. Kobe lo busca como receptor en el poste y Garnett, esta vez emparejado con él, no puede sino cometer otra falta personal. El esfuerzo bidireccional que está realizando Pau es digno de estudio. No ha tenido apenas descanso y lleva 40 minutos tirando del carro de su equipo sin pestañear. La afición quería un Gasol más duro, resistente y descarado, pero muy pocos, por no decir ninguno, pudieron suponer que su juego pudiera elevarse a un plano de dominio tan inverosímil como el demostrado aquella noche.

El dragón estaba despierto, enfadado y rugía poderosamente. En los últimos dos minutos con el marcador ajustado, sella su actuación con un oportuno tapón a Paul Pierce, seguido de una espectacular canasta llena de rabia y pundonor, en la que hasta 3 jugadores de los Celtics acuden a taponarle.

Todo lo que intentan los Celtics resulta inútil ante él y el tiempo se agota inevitablemente. Después de un intercambio de triples entre Wallace y Artest, el partido llega a su fin con la agónica victoria de los Lakers, que se hacían con su segundo título en dos finales consecutivas.

La excepcional tarjeta estadística de Pau Gasol es testigo veraz de su capital actuación en la difícil contienda. 19 puntos,18 rebotes, 4 asistencias y 2 tapones, conseguidos en un salvaje campo de batalla en el que desde los primeros instantes se luchó cada acción con una ferocidad despiada. Aquella noche se jugó algo parecido al baloncesto pero que nunca a serlo del todo. Al final, resultó el escenario perfecto para que Gasol se reivindicaba de manera magistral ante las críticas, demostrando que podía ser el más duro de todos si la situación así lo requería. Daba igual quien tuviera enfrente.

-              “Se merece estar en el mismo lugar donde están leyendas como Kobe o Magic. Es uno de esos jugadores que juega este deporte con el corazón. Siempre consideré a Pau, uno de los mejores rivales que pude tener” (Kevin Garnett)

A partir de aquel día, el mundo miraría a Pau Gasol de una manera distinta. Ya no servirían nunca más las etiquetas de “uno de los mejores extranjeros” o “uno de los mejores europeos”. El de Sant Boi se ganó el acceso al olimpo de la NBA a base de sangre, sudor y alguna que otra lágrima. Con 29 años y aún bastante vida deportiva por delante, Gasol ya no tenía absolutamente nada que demostrar, era “UNO DE LOS MEJORES JUGADORES DE LA HISTORIA DE LA NBA” por derecho propio.

Y como siempre digo, una cosa es contarlo y otra muy distinta vivirlo, así que aquí os dejo como regalo final los mejores instantes de aquel memorable día.

PD. Dedicado con cariño al gran David Sardinero, director de Gigantes del Basket.