Escrito por Alejandro Gaitán (@alejandroggo)

 

Este mes de junio, los Nuggets se proclamaban campeones de la NBA por primera vez en su historia. Tras casi medio siglo en la liga y 56 años de vida, la franquicia de Colorado por fin conseguía ganar un título de baloncesto. Han tenido que pasar 22 entrenadores por sus banquillos, 419 jugadores disputando al menos un minuto con la camiseta de Denver y algo más de 17.000 días desde el debut en la NBA hasta ganar un anillo. Y nada de esto sería posible sin Nikola Jokic, el genio de Sombor. El MVP de las finales de la NBA y la cara visible del campeón. 

La llegada de Nikola Jokic a la NBA no se puede comparar con ninguna otra. Nacido en Sambor, el serbio fue elegido con el pick #41 en el draft de 2014, por detrás de jugadores que nunca han debutado en la liga, como DeAndre Daniels, o jugadores tan conocidos como Jordan Adams (32 partidos), Damien Inglis (20 partidos) o Jarnell Stokes (28 partidos). Lejos, a años luz en los rankings, de los grandes nombres de Kansas y Duke como fueron Andrew Wiggins, Jabari Parker o Joel Embiid, o incluso Dante Exum, el gran prospect internacional de la camada. El interés por Jokic era tan bajo que durante su elección en el draft, ESPN estaba pasando un anuncio de Taco Bell promocionando una mezcla entre un burrito y una quesadilla, el Quesarito. 

 

Había dudas sobre su físico, conocimiento público sobre su adicción a la Coca Cola y tenía pocos minutos en Mega Basket por la presencia de Ratko Varda. Jokic no podía saltar, en el Nike Hoop Summit de 2014 su defensa ante jugadores de instituto fue cercana a nula. Salió desde el banquillo casi cada noche, aunque se apañó para hacer números suficientes para llamar la atención de Arturas Karnisovas, ayudante del gerente de Denver, que usó su segunda elección en el serbio. Nadie imaginaba que en la temporada extra que decidió pasar en Europa acabaría siendo MVP de la Liga Adriática con KK Mega Vizura pese a quedar décimos en la tabla. Ahora sí, llegaba a la NBA con mucho más cartel que el de un pick #41. Aunque tardó año y medio en consagrarse.

Fue un 15 de diciembre de 2016 cuando Michael Malone apostó definitivamente por él. Era su segunda temporada en el equipo donde compartía pintura con el gigante bosnio Jusuf Nurkic, pero los Nuggets no conseguían despegar. Malone decidió poner a Jokic como único interior y la historia de la franquicia cambió para siempre. “Pensé que él era el pívot del equipo. Fue la mejor decisión que tomé nunca”, decía Malone. Una que fue clave para acabar ganando el anillo en 2023. Dos meses más tarde, Nurkic ponía rumbo a Portland a cambio de Mason Plumlee y una segunda ronda y la pintura de los Nuggets pasaría a ser propiedad del Joker. Han pasado casi siete años y Jokic ha crecido cada día hasta llegar a ser, para muchos, el mejor jugador del planeta.

Han cambiado muchas cosas desde entonces. Nikola Jokic no es el pívot de los Nuggets, ni mucho menos. O no como se ha entendido el concepto pívot a lo largo de la historia: sí, defiende al jugador más alto del rival por un tema de físico, pero por funciones, Jokic es un base. De él parte el juego de Denver, como epicentro, generador constante de diferencias y ventajas. “El baloncesto es un deporte de equipo. Si estoy abierto, anoto. Si no, paso el balón”, explicaba en 2014. Una década más tarde sigue la misma premisa. Los mejores Nuggets que ha visto Jokic, una plantilla profunda, con jugadores conocedores de su rol y lo que tienen que hacer para mejorar la versión de Nikola Jokic. Algo que han tardado tiempo en conseguir.

Porque Jokic ha fracasado varias veces por el camino. “Si quieres ser exitoso tienes que ser malo primero, para luego ser bueno. Y cuando seas bueno, necesitas fracasar para entender cómo mejorar”, aseguraba tras ganar el anillo. “Hay un proceso, hay pasos que tienes que ir haciendo, no hay atajos en este viaje”. Y de ello sabe más que nadie Jokic, que fue cumpliendo cada paso del camino a rajatabla. Para 2018 fue titular por primera vez toda la campaña, y por fin promedió un doble-doble (18.5 puntos, 10.7 rebotes) con 6.1 asistencias. Se empezaba a ver qué jugador iba a ser, pero todavía no sabía qué equipo podían llegar a convertirse. Ese año, los Nuggets se quedaron fuera de los playoffs en el último partido, perdiendo ante la Minnesota de Jimmy Butler.

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Un año después, en 2019, Jokic consiguió por fin ser All Star de la NBA y además, los Nuggets se metieron en playoffs. Para entonces Jokic ya tonteaba con el triple-doble de manera casual, sumando 12 en esa misma temporada (lleva 16 en sus primeros tres años). Su debut en la postemporada fue agridulce: consiguió un triple-doble ante San Antonio y LaMarcus Aldrdige, pero los Spurs robaron el factor pista en la eliminatoria. Acabaría ganando Denver en siete pese al 43-12-9 que tuvo en el sexto partido, insuficiente. En semifinales se encontrarían con Nurkic (quien estaba lesionado), Damian Lillard y unos Blazers que supieron usar su experiencia en playoffs para ganar la serie. Había conseguido meterse en playoffs y ganar una primera ronda, pero llegó a final de temporada fundido físicamente. 

Y ese fue el gran cambio para 2020. Nikola Jokic, a quien toda la vida se le había acusado de estar fuera de forma, de no tomar en serio la preparación física y dejarlo todo a su talento, y no trabajar en verano, decidió borrar todas las narrativas de golpe. Ya tenía el tiro, digno de Dirk, el instinto de pase de Magic Johnson y la capacidad de bajar rebotes de Moses Malone. Ahora necesitaba estar listo físicamente para el siguiente reto: ganar un anillo. A punto estuvieron en la burbuja, pero LeBron James y Anthony Davis se cruzaron en el camino. Los Nuggets remontaron dos veces un 1-3 en contra, primero ante Utah y después ante los Clippers, pero los Lakers fueron una piedra muy grande, aunque no tan dura con lo que se venía. 

Porque tras la burbuja, Denver pasaba a estar en la lista de favoritos al anillo, pero el destino tenía algo diferente en mente. Y mientras Nikola Jokic se paseaba por la NBA coleccionando premios, con dos MVP de temporada regular consecutiva, los Nuggets perdían a Jamal Murray para los playoffs de 2021 y la temporada 2022 completa. Y Michael Porter Jr, la gran apuesta de Denver, pasaba tres veces por quirófano para unos problemas de espalda. De golpe, el equipo de 2020 que quería ganar el anillo no podía competir y veía como Phoenix en semifinales de 2021 y Golden State en primera ronda de 2022 superaba sin muchos problemas su oposición. Jokic ya estaba en todas las conversaciones sobre el mejor jugador del mundo, pero como pasó con muchos otros antes, se le acusó de algo peor que no estar en forma: ser un jugador de temporada regular.

Volvemos a 2023. Jokic ha superado problemas físicos, adicciones a bebidas gaseosas, ser elegido durante un anuncio de comida mexicana, lesiones de compañeros, derrotas duras en temporada regular e incluso que Joel Embiid le ganara el MVP de la temporada regular, algo que no debió molestarle ni 20 segundos. Porque llegaron los playoffs y con Denver como primera del Oeste, los Nuggets ahora sí eran favoritos, y Jokic tenía que demostrar ser capaz de liderar a un equipo a las finales. Como lo hizo Giannis Antetokounmpo antes, o incluso Devin Booker o Jayson Tatum. Y vaya si lo ha hecho, pero como nunca nadie lo ha conseguido. Jokic ha liderado la NBA en puntos, rebotes y asistencias en los playoffs, algo histórico y sus registros son inéditos en unos playoffs.

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Reducir a los números a Jokic es tan simplista como analizar a Dali usando el precio de venta de sus pinturas. Porque no se puede separar a la obra del artista, pero en este caso además, se debe consumir entendiendo ambos como uno solo. Jokic respira baloncesto, es su método de escape de la realidad que es la vida. Un trabajador como cualquier otro al que, por fortuna, su virtud es jugar a baloncesto y lo hace como nadie en el mundo, pero que cuando su turno acaba, es una persona normal. A Jokic le gusta pasar tiempo con su familia, sus caballos y los premios individuales le dan igual. En su entrevista con ESPN tras el partido, el MVP de las finales ya había desaparecido. “No sé donde está, lo dejé en la habitación del utillero y ya no está ahí, no lo sé”.

Y pese a ello, hay que hablar de los números. Se ha quedado a media asistencia de promediar triple-doble, y solo la serie contra Miami, donde repartió solo 7.2 pases de canasta por partido, han evitado acabar los playoffs con ello. Ha conseguido 10, tres más que Wilt Chamberlain que tenía el récord en una postemporada. Han sido 600 puntos, 269 rebotes y 190 asistencias. Combinadas, son únicas. Analizadas una por una, son cifras de nombres como Michael Jordan, LeBron James, Shaquille O’Neal o Magic Johnson. Y esa va a ser la compañía en la que se moverá Jokic en el futuro. Por ahora suma dos MVP de temporada regular, uno de las finales y otro de las finales del Oeste, cinco All Stars y cinco All NBA. Y Mike Malone dejaba claro que “no estamos satisfechos con un anillo, queremos más” en la ceremonia del trofeo.

Jokic entra en el debate sobre el mejor europeo de la historia, con Dirk Nowitzki, Pau Gasol o Giannis y tiene 28 años, solo ocho temporadas sobre sus espaldas y equipo para empezar una dinastía. Y todo por la decisión de un chico de Sambor, una ciudad al norte de Serbia, de jugar al baloncesto como nunca nadie lo había hecho mejor. Porque Nikola Jokic es único, diferente, especial, atípico, singular, pero también es extraordinario, excepcional. Y ahora es el rey de la NBA. 

 

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