Escrito por Iván Ruiz
Capítulo 3: La rosa que creció del asfalto.
Cuando una super estrella abandona la ciudad a la que ha estado ligado durante un tiempo, genera en ella un vacío inmenso, algo prácticamente imposible de describir con palabras. Una situación similar a cuando un superhéroe desaparece de la ciudad a la que protege e irremediablemente se propaga un sentimiento de orfandad colectiva. Obviamente, si pensamos en el ejemplo supremo de ciudad desprovista de su super estrella, no nos puede venir a la cabeza otra que no sea Chicago. La marcha del mejor jugador de todos los tiempos sumió a la ciudad del viento en un trágico viaje a través de su espectro emocional, transportándola a velocidades vertiginosas desde lo más alto a lo más oscuro y profundo. Una oscuridad tan sombría y húmeda que con el paso del tiempo propició que algo se abriese paso hasta conseguir brotar a través del mismísimo pavimento.
Cojamos de nuevo nuestra particular máquina del tiempo y retrocedamos para asistir como invitados de excepción a uno de los momentos más especiales de los últimos tiempos. ¡Vamos allá!
Escucha el capítulo de 'El Reverso' dedicado a Derrick Rose
Contexto y protagonista
Con el número 1 del draft del año 2008, los Bulls seleccionaron a un muchacho procedente de Englewood, uno de los suburbios de Chicago. Alguien que, a pesar de medir apenas un metro y noventa centímetros, parecía predestinado a reescribir con letras de oro la historia del mejor equipo de los años '90. Aquel equipo al que Michael Jordan, el ídolo de su juventud, había subido a los cielos y que ahora llevaba años navegando a la deriva sin rumbo ni objetivo claros. El sueño de Derrick Rose comenzaba a cumplirse y el destino le daba la oportunidad de continuar el legado del más grande. El joven base de apenas 20 años, era poseedor de unas condiciones atléticas insólitas para alguien de su estatura y no tardó en impresionar a los aficionados de Chicago y a los de toda la liga, haciéndose con el premio al novato del año. Su trascendencia en el equipo fue tan inmediata que Vinny del Negro (Bulls H.C.), lo alineó en el quinteto titular 80 de los 81 partidos que disputó, jugando una media de 37 minutos por encuentro.
Ese mismo año, debutó en playoffs contra los Celtics de Paul Pierce y Ray Allen dando un sorprendente puñetazo encima de la mesa con 36 puntos y 11 asistencias para ganar el partido en la prórroga en Boston ante el estupefacto público del TD Garden. Los Bulls terminaron perdiendo la eliminatoria, pero parecía más que evidente que, a falta de rumbo y destino, en el barco de Chicago por lo menos ya había alguien digno de estar al timón del barco.
La importancia de Rose en el equipo incrementó exponencialmente al mismo ritmo que lo hacían sus estadísticas y logros personales. En su segunda temporada fue seleccionado para jugar el All Star, consiguió aupar a sus Bulls a posiciones de Playoff a pesar de una lesión en el tobillo, y como guinda del pastel fue seleccionado por el Team USA para disputar el mundial de Turquía. Pero es a partir de entonces cuando la NBA asistió a una de las eclosiones de juego más espectaculares de la historia. Un vendaval de juego ofensivo desatado por un potro salvaje que jugaba como si estuviera poseído. Rose desplegó un estilo ofensivo rápido, incisivo, muy físico y tremendamente vertical. La colosal explosividad de las acciones de Rose era un hándicap casi insalvable para los mejores defensores de la competición, que asistieron atónitos a la exhibición del nuevo fenómeno de la NBA. Tras un comienzo dudoso, los Bulls terminaron la temporada con el mejor récord de la liga, lo que motivó, unido a los números de Rose, que le concedieran el premio al jugador más valioso. Con 113 de 121 votos posibles, se convertía en el MVP más joven de la historia de la competición (22 años) siendo elegido por delante de LeBron James, Kobe Bryant, Dwyane Wade o Dwight Howard entre otros. Ese mismo año, después de una memorable actuación contra los Hawks en segunda ronda (44 pts.), carga a los Bulls a sus espaldas y los coloca en las finales de conferencia ante los todopoderosos Heat de LeBron, Wade y Bosh. A pesar de caer eliminados, los Bulls de Rose fueron un enemigo muy correoso durante 5 encuentros que sentaban las bases de lo que parecía ser una nueva y feroz rivalidad en el Este.
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En apenas 3 años, Derrick Rose ya se había convertido en un enemigo a tener en cuenta por todos, un nuevo héroe para Chicago, y un referente icónico para una generación de aficionados que se enamoraron de este deporte gracias a los highlights del número 1 de los Bulls. Aquel al que mucha gente pronto consideró el legítimo heredero de Michael Jordan.
Pero el destino ya hacía tiempo que había decidido que la vida de nuestro nuevo héroe iba a ser todo menos un camino de rosas. La cruel bofetada de la realidad se materializó al año siguiente en forma de una rotura del ligamento cruzado anterior, algo que marcaría el inicio de un interminable calvario de lesiones. Después de una gran ausencia y un regreso prematuro forzado por la presión popular y mediática, Rose se rompe el menisco. La espiral de autodestrucción en la que había entrado su cuerpo incluyó esguinces, distensiones, tendinitis, un nuevo desgarro en el menisco de la rodilla derecha e incluso una fractura craneal por un codazo involuntario de un compañero. El “heredero” se había convertido sin apenas darse cuenta en un juguete roto, y los Bulls decidieron prescindir de sus servicios enviándolo a los Knicks de NY, donde las lesiones continuaron martilleando su cuerpo de manera inmisericorde. Un esguince de tobillo y una rotura del menisco de la pierna izquierda, pronto se encargaron de apagar sus renovadas esperanzas de recuperación y devolverlo al tenebroso infierno personal en el que había caído en Chicago. Los Knicks no tardaron en separar su camino del de Rose, que siendo agente libre recibe una oferta y se incorpora a los Cavaliers de LeBron, donde dispondría de una nueva oportunidad.
Apenas disputados una decena de partidos, las lesiones vuelven a hacer acto de presencia y Rose abandona voluntariamente la disciplina del equipo para meditar sobre su posible retirada. Después de luchar contra sus demonios interiores y salir victorioso por enésima vez, decide regresar y ponerse en manos del equipo médico de los Cavs, quienes conseguirían que acabase la temporada jugando a un nivel aceptable, teniendo en cuenta las circunstancias.
A pesar de la aparente recuperación, Rose no era ni la sombra del jugador que había sido, y los Cavaliers lo incluyeron en un paquete de traspaso a tres bandas que acabo llevándolo a Utah, donde fue cortado casi de inmediato.
En 10 años, Rose había sufrido más de una veintena de lesiones, siendo algunas de ellas de carácter grave, parcialmente irrecuperable o crónica. Aquel pensamiento de abandonar con el que llevaba luchando prácticamente desde su primera lesión, se hacía cada vez más y más fuerte en su cabeza. Los intentos de volver a ser el jugador que deslumbró al mundo se iban acumulando en un montón cuya sombra comenzaba a ser demasiado larga y fría como para seguir luchando bajo ella. Pero si hay algo que le diferenciaba de los demás, era su tremendo coraje para conseguir sobreponerse a las adversidades una y otra vez, su voluntad para levantarse todas y cada una de las veces que había caído. Rose nunca conoció su auténtica fortaleza hasta que ser fuerte, se convirtió en su única opción para seguir adelante e intentar despistar al destino, si es que alguna vez conseguía sorprenderle con la guardia bajada.
El 8 de Marzo del 2018 es reclutado por su antiguo entrenador, Tom Thibodeau, para jugar en los Timberwolves de Minnesota. Rose acepta, entre una mar de dudas, unirse a un equipo que contaba con varios excompañeros suyos de los Bulls pero que también se hayaba sumido en una crisis interna.
El momento
31 de octubre del 2018. Target Center, Minneapolis (Minnesota).
Los Timberwolves se enfrentaban a los Jazz de Utah en el 8º encuentro de la temporada regular, algo escasamente trascendente a esas alturas de la competición. Sin embargo, una atmósfera extraña envolvía la pista de los Timberwolves. Una calma extraña y prolongada como la que precede a las grandes tormentas. Los ojos de Rose se mantenían fijos mirando el infinito, intentando buscar la concentración máxima posible, pues aquella noche por fin iba a ser titular de nuevo.
Pero en aquella mirada había algo que hacía tiempo que no se percibía. Una extraña mezcla de ilusión, fortaleza y ausencia total de miedo. Un sentimiento que no había vuelto a experimentar desde sus comienzos como jugador y que aquella noche invadía su alma poderosamente. ¿Sería aquel el día en el que el cruel destino había decidido apartar su mirada de él por unos instantes?
Rose sabía que solamente había una manera de comprobarlo, y es entonces cuando todo ocurrió…
Desde los primeros compases del encuentro ya se podía percibir que el Derrick Rose que había salido a la pista no era el de los últimos años. Su lenguaje corporal, sus movimientos, y sobre todo su mirada, irradiaban confianza y rabia a partes iguales. Aquella noche, pese a los múltiples dolores que punzaban la totalidad de su cuerpo, Rose iba a desatar el torrente ofensivo que años atrás le había convertido en el mejor jugador del planeta. Rose comenzó a desatar su particular vendaval sobrepasando a la gran defensa de los Jazz de todas las maneras posibles. Tiros de media y larga distancia, rápidas y atrevidas penetraciones con la oposición del dos veces mejor defensor de la NBA, Rudy Gobert, y veloces finalizaciones tras crossover que hicieron al público olvidar por un instante la precaria situación de aquellas maltrechas rodillas.
Al mismo tiempo que Rose continuaba masacrando sin piedad la canasta de los Jazz, la relevancia del partido comenzó a modificarse, y en las gradas se empezó a generar una extraña atmósfera parecida a las de los partidos decisivos de playoff, una situación que en Minnesota no era para nada familiar. Un partido que se daba a priori por perdido a consecuencia de las bajas de Jimmy Butler y Jeff Teague, se había convertido en una inesperada y oportuna reaparición de Derrick Rose que, echándose el equipo totalmente a las espaldas, conseguía llegar al final del partido con opciones para los Timberwolves, ante la sorpresa mayúscula del respetable.
La cuestión de fondo ya no era ganar o perder el partido, todo se había reducido a volver a disfrutar de la mejor versión posible del que un día fue el mejor jugador del planeta. El último periodo comenzaba con los de Minnessota por debajo en el marcador y nuestro héroe pidiendo cada balón en ataque, a pesar de haber disputado la casi totalidad de minutos del partido. Rose continuó embistiendo una y otra vez a la defensa de los Jazz con una confianza insultante y, a falta de un minuto para el final, colocaba a los Wolves uno arriba después de engañar a Rudy Gobert por enésima vez esa noche. El público enloquece y se levanta de los asientos. Como no podía ser de otra manera dadas las circunstancias, el final debía de ser extremadamente agónico, como lo son los de los grandes relatos. Y lo más curioso de todo es que en frente tenía, no solo a una de las mejores defensas del campeonato sino al equipo que le había cortado aquel mismo verano.
Derrick Rose tenía que sentenciar aquel partido fuese como fuese, porque había muchas posibilidades de que fuese la última vez que iba a poder brillar con semejante resplandor. Su corazón es consciente de ello y, recordando con rabia todas las frustraciones del pasado, reúne fuerzas para darle el último empuje necesario al inesperado héroe de Minnesota. Entonces, el público puesto en pie hace rato, decide alentar a Rose con un grito unánime y sincero, uno que está reservado en exclusiva para los mejores, y que resonó como un estruendo gigante en el Target Center:
“¡MVP, MVP, MVP”
Rose anota dos tiros libres que colocaban a los Wolves tres puntos arriba y en el siguiente ataque de los Jazz, Crowder falla un triple y Rubio se hace con el rebote de ataque. Rápidamente invierte el balón a Joe Ingles, un consumado especialista desde la larga distancia, que también falla. Rebote largo que cae de nuevo en manos en un jugador de los Jazz que lanza un pase rápido a la esquina izquierda donde Dante Exum espera bien posicionado para lanzar el triple salvador. Es entonces cuando Rose, que había ido a tapar a Crowder, reúne las últimas fuerzas que le quedan en su pequeño y maltratado cuerpo para realizar un sprint y saltar a interponerse entre el balón y el aro. El esfuerzo es titánico y, a falta de 4 segundos para el final del partido, el pabellón enmudece mientras observa a cámara lenta como la mano del pequeño base se acerca peligrosamente al balón que sale lanzado de las manos de Exum.
Lo siguiente que recuerdo es ver a Rose llorar mientras los compañeros corren a abrazarle. Ha conseguido taponar el lanzamiento colocando así un broche de oro al mejor partido en anotación de su carrera. 50 puntos anotados después de luchar contra una de las defensas más sólidas del campeonato y haberse sobrepuesto a todos los dolores imaginables que puede sufrir el cuerpo de un deportista. Rose rompe a llorar desconsoladamente, pero lo que no sabe es que hay cientos de miles de personas haciéndolo con él. No son sus lágrimas, son las de una generación que se enamoró del baloncesto por su culpa y que jamás habían perdido la esperanza de poder volver a verlo brillar de nuevo, como lo hacen las supernovas al final de su vida al explotar y expulsar todo lo que tienen en su interior mientras producen un gigantesco resplandor.
Aquella noche hubo varias victorias, pues la fortaleza había vencido al destino, la pasión había superado al sufrimiento, y el corazón había fulminado a la razón. Al igual que la frágil rosa que emergió de una grieta del asfalto, Rose se había colado por una grieta del destino y había florecido de nuevo contra todo pronóstico.
Nadie sabía si aquello era un renacer definitivo o simplemente el último destello de una gran luz que se apagaba, pero creo sinceramente que a nadie le importó. Todos, incluido yo, llevábamos demasiado tiempo esperando a que sucediera así que tampoco nos importó demasiado la razón. Simplemente hicimos lo que se hace con los grandes momentos de la historia, DISFRUTARLO.
Porque como decía Fernando Pessoa: “No quiero rosas mientras haya rosas. Las quiero cuando no las pueda haber”
Y como siempre digo, una cosa es contarlo y otra muy distinta verlo, así que aquí os dejo como regalo final, el resumen de la memorable actuación de Derrick Martell Rose Sr. El MVP más joven de la historia.
Con la esperanza de que hayáis disfrutado de nuevo conmigo en este nuevo viaje temporal por mi colección de grandes momentos de la historia de la NBA, os emplazo con ilusión al siguiente capítulo. ¡Hasta pronto!
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