Escrito por Iván Ruiz

Capítulo 4: "The shot". El día que Michael Jordan detuvo el tiempo

En general, los grandes mitos y leyendas de la historia de la humanidad suelen estar cimentados con narrativas que relatan actos heroicos o excepcionales. Acciones llevadas a cabo por personas únicas. Personas con condiciones y capacidades sobrehumanas que están destinadas desde el momento de su nacimiento a ser los protagonistas de dichas proezas.  Según la mitología griega, los dioses, los semidioses y los héroes, solían ser los protagonistas más habituales de las odiseas consideradas dignas de pasar a los imperecederos pergaminos relatores de historia.

Dentro del universo que es la NBA podemos encontrar los tres tipos de divinidades, por lo que hoy, viajaremos de nuevo en el tiempo para revivir una de las hazañas más increíbles de uno de los moradores del tabernáculo más alto del olimpo de la mejor liga de baloncesto del planeta.

¡Vamos allá!

“Dios se ha disfrazado de jugador de baloncesto” Larry Bird

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Contexto y protagonista

Es un hecho consumado que la forja definitiva de las grandes rivalidades tiene lugar en el ámbito de los playoffs, puesto que dicho contexto reúne las condiciones perfectas para ello. La postemporada de la NBA es una sucesión de arduas batallas a vida o muerte en las que los fallos se pagan mucho más caros que en cualquier otro instante del año. Presión, nervios, responsabilidad, ansias de gloria, e incluso miedo a ganar, son algunos de los ingredientes que contiene esta olla a presión, diseñada específicamente para poner a prueba a los competidores superlativos.

Corría el año 1989 y la rivalidad entre los Cavaliers de Cleveland y los Bulls de Chicago, se encontraba en un punto de madurez óptimo. Uno adecuado para comenzar a dar sus frutos en forma de momentos irrepetibles. Los Cavaliers habían sido eliminados el año anterior a manos de los propios Bulls en una eliminatoria ajustada, pero las tornas habían cambiado en el presente curso, en el que los de Ohio se habían mostrado muy superiores a los de Chicago durante sus enfrentamientos en la fase regular. El equipo dirigido por Lenny Wilkens estaba bien conformado, mejor aún entrenado y totalmente decidido a privar a los Bulls de su pase a la segunda ronda. En el otro lado, el principal obstáculo que se interponía entre los Cavaliers y sus anhelos no era otro que Michael Jeffrey Jordan. Una estrella de la liga en plena eclosión que avanzaba de manera inclemente y despiadada hacia la consecución de su estatus de superestrella sin importarle quien se cruzase en su camino. Un caníbal competitivo de dimensiones hasta la fecha desconocidas, que comenzaba a demostrar al mundo de lo que era capaz cuando se sentía poseído por la sed de sangre.

El gran duelo del Este estaba servido.

Los cuatro primeros partidos de la serie no defraudaron, ofreciendo un espectacular choque de trenes. Por una parte, unos Cavaliers milimétricamente organizados, con unos roles perfectamente definidos, que se repartían equitativamente los esfuerzos en ataque y defensa. Su misión principal era no cometer el error de desgastarse en defensa hasta la extenuación intentando defender a Jordan, para así poder seguir rindiendo dignamente en ataque. Por el otro lado, unos Bulls con una bestia indomable a la cabeza, que había anotado la friolera de 38 puntos por partido en los primeros duelos, incluyendo una actuación sobrenatural de 50 puntos con más de un 80% de efectividad en el tiro en el cuarto partido. Jordan había conseguido sobreponerse al cerrojo de Cleveland, pero a costa de ceder dos victorias. Ambos equipos habían conseguido dos complejos triunfos, ninguno de ellos por un margen superior a 8 puntos, y se preparaban mentalmente para afrontar el quinto y definitivo encuentro en casa de los Cavaliers. Cara o cruz, vida o muerte, “win or go home”, fuera lo que fuera lo que aconteciese, Cleveland iba a ser testigo directo de la historia escribiéndose en directo, otra vez más…

El momento

7 de mayo del 1989. Richfield Coliseum, Cleveland (Ohio).

Con apenas cuatro minutos de tiempo restante en el luminoso, los Cavaliers y los Bulls se encuentran igualados a 88 puntos en el quinto y definitivo encuentro de la serie. Todo el mundo sobre la pista está exhausto, incluido Michael Jordan, pero el equipo de Cleveland se mantiene firme, con decidida convicción de victoria gracias al alentador rugido de su público que los mantiene con la moral elevada. Las espadas se encuentran en todo lo alto para disputar uno de los periodos finales más increíbles de la historia de la NBA y del baloncesto mundial, pese a que sus protagonistas no sean conscientes de ello.

Posesión para chicago que pone el balón rápidamente en manos de su jugador estrella, perseguido constantemente como si de una sombra se tratase por Craig Ehlo, el tenaz escolta de los Cavaliers al que le han encomendado la difícil, casi imposible tarea, de intentar defender o por lo menos molestar en la medida de lo posible al 23 de los Bulls. Jordan continúa anotando con facilidad, incluso cuando, hasta tres jugadores de los Cavaliers se interponen en su camino hacia el aro. Lejos de rendirse, los de Cleveland atacan con rabia el aro de Chicago y, gracias a un triple del propio Ehlo vuelven a ajustar el resultado. Después de varias alternancias en el marcador y un tiempo muerto del entrenador de Chicago, Doug Collins, Jordan realiza dos intentos de aproximarse al aro, hecho que inmediatamente reclama la atención de varios defensores que, al acudir a su encuentro, dejan solo en la esquina a Scottie Pippen. Un pase del propio Jordan habilita a su compañero para lanzar con comodidad y anotar un importante triple cuando apenas quedaba un segundo de posesión. Tres puntos que valen su peso en oro y que sitúan a los Bulls dos arriba a falta de poco más de un minuto de juego por transcurrir. Lenny Wilkens se ve obligado a detener el encuentro y reorganizar la ofensiva de los Cavaliers, pues el siguiente ataque podría ser determinante para el resultado final. Los jugadores de ambos equipos se dirigen al banquillo utilizando las escasas fuerzas que les quedan después del titánico esfuerzo que han realizado. El final se antoja agónico, pero a estas alturas de la contienda, nadie está dispuesto a ceder.

Se reanuda el juego con balón de banda para los Cavaliers, que inmediatamente evidencian su estrategia ofensiva. Poner el balón en manos de uno de sus mejores jugadores, Ron Harper, para así atraer la atención del mejor defensor de los Bulls, Michael Jordan.

Harper se encuentra en el lado derecho vigilado por Jordan cuando se dirige al centro para aprovechar un buen bloqueo de Daugherty que propicia el avance de Harper hacia el aro y el consiguiente arrastre de la defensa hacia el centro. Harper se gira antes de caer rodeado de defensores y le lanza un pase a Craig Ehlo, que se ha quedado solo en el costado izquierdo por culpa del ajuste defensivo de los Bulls. Recibe, se levanta, y clava otro triple que cae como un mazazo inmisericorde sobre las esperanzas de los jugadores de Chicago. Jordan no se lo piensa y busca la réplica de manera un tanto precipitada en el otro lado de la cancha con poca fortuna, hecho que propicia que los Cavaliers sean dueños de la posesión con 34 segundos por jugar y uno arriba en el marcador (97 – 98). Bastaría un solo ataque ordenado y una defensa eficaz para cerrar el partido, pero la ofensiva termina con un tiro fallado de Larry Nance y un tiempo muerto para los Bulls. Ehlo intenta protestar al colegiado un fuera de banda, pero desiste porque no tiene fuerzas ni siquiera para discutir. La tensión es tan sumamente indescriptible como lo es la extenuación física y mental que sufren los jugadores. Y es que esto, señoras y señores, son los playoffs de la NBA.

Lenny Wilkens perfila una jugada en su pizarra con semblante imperturbable, mientras la realización se centra en el 23 de los Bulls. Quedan 19 segundos y todo por decidir cuando Chicago pone el balón en juego. Pippen sube el balón y busca a Jordan que ha intentado deshacerse de Ehlo con un bloqueo indirecto sin demasiada fortuna. Recibe y encara el aro sin pensar, deshaciéndose de su defensor con un golpe de hombro y elevándose después en suspensión a media distancia por encima de la oposición, nada más y nada menos que de Larry Nance, un hombre con muelles en las piernas. El arco perfecto del tiro evita la imponente oposición de Nance, y entra limpio en el aro. Jordan anota su punto número 42 y coloca a los Bulls un punto arriba a falta de seis segundos. La emoción y la adrenalina transportan a los jugadores y al público a través de un viaje trepidante por su espectro emocional como pocas veces se ha visto. El Richfield Coliseum alterna rugidos ensordecedores con silencios sepulcrales de manera sorprendente, y no son pocos los que tienen la tensión elevada a las nubes por la emoción del momento. Y eso que aún quedaba lo mejor.

Los Cavaliers sacan de banda después de pedir su último tiempo muerto y, de realizar un “hand off” muy largo con Larry Nance y Craig Ehlo, éste último anota una bandeja ante la oposición del mismísimo Jordan que se apresura a pedir tiempo muerto. Ehlo, el inopinado héroe de Cleveland, está tan cansado que aunque intenta celebrar su valiosa acción alentado por Mark Price, apenas puede sostenerse de pie. Los Cavaliers ganan por un punto y quedan tres segundos de partido.

Automáticamente, todas las miradas confluyen en el 23 de los Bulls. Y es que el destino diseña los retos más grandes para que estén solo al alcance los mejores, y Jordan lo sabe. Está físicamente derrotado, pero su mirada no ha perdido en ningún momento la agresividad que caracteriza a las bestias competitivas. El entrenador habla, pero él no escucha. Tiene la atención puesta en tres sitios a la vez.  Su presa, quien se va a intentar interponer entre él y ella, y el tiempo que queda para conseguir dar el tiro de gracia. Solo las personas extraordinarias tienen la capacidad de ejecutar una acción que requiera tres ámbitos de control perfectamente diferenciados. Es una capacidad absolutamente demencial. En la antigüedad los llamaban héroes o semidioses, pero ahora los conocemos simplemente como superestrellas.

Y es entonces cuando ocurre.

Brad Sellers se dispone a sacar de banda mientras en la pista, comienza el enmarañado juego de bloqueos y estorbos para habilitar la recepción del balón. Jordan deja atrás a Craig Ehlo y a Larry Nance con dos desplazamientos diagonales, ejecutados en tiempo y forma de manera impecable, algo incomprensible teniendo en cuenta el mayúsculo desgaste físico acumulado. Una vez llega el balón a sus manos, se dirige como un rayo hacia la cabeza de la bombilla. Su cerebro ha seleccionado un punto sobre el terreno de juego sobre el que ha decidido que se va a levantar, y la máquina perfecta que es su cuerpo, recibe la orden y se dirige hacia ese lugar concreto. Una vez los pies han ocupado la posición de despegue, Jordan se eleva verticalmente para ejecutar un tiro en suspensión. Al mismo tiempo, Craig Ehlo se dispone a saltar para taponar el tiro realizando un último esfuerzo gigantesco para así intentar completar su brillante actuación de final de partido. Nada más lejos de la realidad…

Lo que sucede a continuación es algo que desafía todas las leyes de la física y alguna de la lógica.

La física dice que detener el tiempo es algo prácticamente imposible, pues para realizar dicha proeza deberíamos acelerar a la velocidad de la luz. Pero por otro lado está la dilatación gravitacional del tiempo, una consecuencia de la teoría de la relatividad de Albert Einstein y de otras teorías relacionadas, las cuales postulan que el tiempo transcurre a diferentes ritmos en regiones de diferente potencial gravitatorio; cuanto mayor es la distorsión local del espacio-tiempo debido a la gravedad, más lentamente transcurre el tiempo.

Capítulo especial de 'El Reverso' dedicado a Michael Jordan: "La dimensión espectral en Michael Jordan"

Si aplicamos esto al despegue de nuestro protagonista, el cual parecía estar bajo la influencia de un potencial gravitatorio diferente al del resto de los mortales, entenderemos mejor lo que sucede a continuación. Cuando Jordan se comienza a elevar, Ehlo aún está en el suelo, pero cuando el 23 de los Bulls alcanza el cénit de su suspensión, la desesperada mano del defensor ha conseguido interponerse entre el balón y el aro para sorpresa de todos. Es entonces cuando el nuevo dueño de los cielos, aquél al que acertadamente apodaron “Air”, realiza al mundo la primera demostración empírica de su total y absoluto dominio de los elementos. Jordan se detiene en el aire, espera a que Ehlo caiga al suelo y cuando ya nada se interpone entre él y su objetivo, lanza anotando un tiro que gana el partido, la serie y un lugar por derecho propio en la memoria colectiva del baloncesto a perpetuidad.

Nadie, absolutamente nadie, da crédito a lo que acaba de presenciar. El tiro más inverosímil jamás visto en un partido de baloncesto acaba de suceder en décimas de segundo y harán falta años de repeticiones en bucle para intentar entender lo allí acontecido. La escena describe de manera precisa y escrupulosa lo que debe ser el tiro perfecto: Lucha contra el rival, lucha contra el reloj y lucha contra los elementos. Algo solamente realizable por un prodigio de la naturaleza, como lo es Michael Jordan. Esta acción constituyó la primera gran gesta de nuestro héroe, aquella que sería el inicio de una carrera gloriosa e irrepetible plagada de proezas memorables. El amanecer de una era dorada dominada por un ser mitológico que comenzaba entonces el camino de su inmortalidad.

Personalmente, después de llevar 34 años pretendiendo comprender lo que sucedió aquella noche, he decidido cejar en mi empeño y dedicarme sencillamente a disfrutarlo en bucle cada cierto tiempo, para así poder darme cuenta de lo afortunado que fui al vivir en primera persona esta época legendaria.

Y como siempre digo, una cosa es contarlo y otra muy distinta vivirlo así que aquí os dejo como regalo final, los últimos instantes de infarto de aquella eliminatoria que tuvieron como gran colofón, ese momento que la historia conoció como “The Shot”

 

Con la esperanza de que hayáis disfrutado de nuevo conmigo en este nuevo viaje temporal por mi colección de grandes momentos de la historia de la NBA, os emplazo con ilusión al siguiente capítulo. ¡Hasta pronto!

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