Escrito por Iván Ruiz

Hércules se había casado con la princesa Megara, hija del rey de Tebas, con la que tuvo tres hijos. Un día, preso de un ataque de locura, acabó con sus vidas. Arrepentido por tan atroz hecho, se marchó a Delfos para consultar al oráculo del dios Apolo sobre lo que debía hacer para expiar su crimen. El oráculo le dijo que tenía que acudir a Tirinto y ponerse a las órdenes del rey Euristeo. Cuando Hércules llegó a la corte y le expuso su problema, Euristeo empezó a preocuparse por si en un futuro decidiera arrebatarle el trono, por lo que decidió deshacerse de él encomendándole doce pruebas cada una más complicada que la anterior, con la esperanza de que jamás regresase.

Hércules se caracterizaba por su monstruosa y sobrenatural fuerza física. Las crónicas de sus doce pruebas constituyen la gesta personal más grandiosa jamás llevada a cabo por persona alguna en la historia de la mitología universal.

Hoy, bucearemos en la historia más reciente para revivir un momento mágico que supuso el colofón de otro gran camino de redención. Uno llevado a cabo por otro superatleta sin parangón. Alguien que, al igual que hizo el héroe griego en su día, asombraría al mundo con sus hazañas.

¡Vamos allá!

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CONTEXTO Y PROTAGONISTA

Si hablamos de superatletas en la era moderna, sean del deporte o disciplina que sean, es prácticamente imposible no pensar en primera instancia en LeBron Raymone James Sr. Surgido desde la nada que representan los suburbios de Akron (Ohio), LeBron gozaba desde pequeño de unas sobresalientes cualidades innatas para la práctica de cualquier deporte. Era un muchacho alto y fuerte, con una genética privilegiada que le hizo desarrollar una fisonomía sobresaliente de los parámetros de la normalidad. James podría haberse dedicado con éxito a cualquier disciplina deportiva, pero, aunque desde pequeño mostró interés por el baloncesto, sus primeros pasos se dirigieron hacia el fútbol americano. Por suerte, la providencia es sabia y tuvo a bien propiciar que una tarde de otoño de 1994, Frankie Walker (su entrenador), colocase un balón de baloncesto en sus manos. En aquel instante, Walker no era consciente del valor incalculable del regalo que le acababa de hacer al baloncesto mundial.

Después de un asombroso y mediático periplo por el deporte escolar, James finaliza su carrera deportiva juvenil en el St. Vincent-St. Mary High School de su Akron natal. Tal era el asombro producido por aquél fenómeno que incluso se intentó modificar la norma que impedía ser elegible para el draft sin terminar el instituto. La NBA tuvo que esperar un año para ver al muchacho al que Nike ya le había firmado un contrato multimillonario. Aquel al que llamaron “The Choosen One” (el elegido) por considerarlo el sucesor de Michael Jordan, llegaba a la mejor liga del mundo de mano de los Cavaliers de Cleveland, con la primera elección del draft del año 2003. El chico maravilla huérfano de padre, surgido de un suburbio, y que se hizo a si mismo con la inestimable ayuda de su madre, iba a jugar en el equipo de su estado. La NBA es experta en crear historias idílicas, y esta iba por el camino de ser una de las más grandes jamás contadas.

Pero la NBA es un universo extremadamente complicado, donde no solo basta con ser uno de los mejores, sino que además hay que estar en el contexto adecuado, en el momento indicado y con la compañía correcta para poder triunfar. Una compleja alineación de astros que los Cavaliers fueron incapaces de concebir durante los siguientes 7 años, periodo durante el que el joven prodigio local no dejó de asombrar al mundo, a pesar de los más que cuestionables resultados de su equipo. Después de 1 Rookie del año, 6 apariciones en el All Star, 2 MVP´s del All Star, 2 MVP´s de liga regular, y haber llevado a un equipo de nivel muy limitado a unas finales de la NBA con apenas 22 años, la paciencia de James llega a su límite y decide poner en consideración la opción de dar un cambio de rumbo a su vida.

El 28 de junio del 2010, James hace pública “The decisión”, sentencia personal por la cual informaba de su decisión de viajar rumbo a Miami para unirse a los Heat y formar parte de un equipo con serias aspiraciones al título junto a Dwyane Wade y Chris Bosh entre otros. La comunicación cayó como monumental mazazo en la afición de Cleveland, que automáticamente condenó el acto por considerarlo cobarde y poco profesional. El buque insignia del equipo, de la ciudad y del estado, abandonaba la  expedición para buscar fortuna en otros mares. El hijo predilecto de Akron se convertía en persona “non grata” para Cleveland a perpetuidad.

Durante los 4 años siguientes, los Heat alcanzaron las finales temporada tras temporada, pero no consiguieron ganar más que la mitad de ellas. El rendimiento alcanzado por el gran proyecto de Miami difería “ligeramente” del paseo militar en el que suponían que iba a convertir su concurrencia. Los Mavericks de Dirk Nowitzki les propinaron el primer aviso, y los Spurs de Duncan y Popovich, una gigantesca y definitiva bofetada de realidad. Todo ello sumado a los rumores de discrepancias entre los principales miembros de la plantilla y la dirección, crearon unas grietas estructurales insalvables en el proyecto. James había saboreado las mieles del triunfo en 2 ocasiones, pero aún no parecía estar satisfecho, aunque realmente las bestias competitivas jamás lo están. Algo muy en el interior de su corazón permanecía clavado a tal profundidad que le impedía disfrutar plenamente de sus tan ansiados anillos. Una carga en forma de culpa por haber abandonado el equipo de su tierra, aquel que tiempo atrás depositó sobre sus hombros sus maltrechas esperanzas de victoria. James tenía una cuenta pendiente con Cleveland y con la historia, y no le quedaba más remedio que saldarla para poder alcanzar la paz.

Pero… ¿Aceptaría Cleveland así como así la vuelta del hijo pródigo?

Un espontáneo que saltó al campo durante un partido de liga regular de los Heat contra los Cavaliers tenía la respuesta escrita en su camiseta con un mensaje claro, conciso y contundente.

WE MISS YOU, COME BACK 2014” (Vuelve, te echamos de menos)

El 11 de julio del año 2014, LeBron James publicaba una carta vía Sports Ilustrated titulada: “I´M COMING HOME” (Vuelvo a casa), en la que aclaraba personalmente los motivos de su decisión:

 “Antes de que a nadie le importara donde jugaría al baloncesto, era un chaval del noreste de Ohio. Es donde caminé, donde corrí, donde lloré y donde sangré. Tiene un lugar especial en mi corazón (…) Mi relación con esa zona va más allá del baloncesto. Hace cuatro años no supe verlo. Ahora sí. Cuando me fui de Cleveland, tenía una misión: ganar títulos. Y he ganado dos, pero en Miami ya sabían lo que se sentía al ser campeón. Nuestra ciudad no lo sabe así que sigo queriendo ganar todos los títulos que pueda, pero ahora lo más importante para mí es hacerlo en el noreste de Ohio.

LeBron tomaba así de nuevo el timón de su vida, dando un brusco giro y poniendo rumbo a su nuevo objetivo, que no era otro que llevar a Cleveland a lo más alto. 

Los Cavaliers no estaban dispuestos a cometer dos veces el mismo error y la gerencia se puso manos a la obra para rodear a James de los jugadores que más se adecuaban a sus necesidades, para así buscar la complementariedad. A Kyrie Irving y Kevin Love como escuderos principales, se sumaron jugadores de rol como Tristan Thompson, J.R, Smith, Mathew Dellavedova o Iman Shumpert. El experimento funcionó adecuadamente durante la fase regular, y el equipo terminó con un más que aceptable récord de 53 victorias y 29 derrotas. La máquina bien engrasada que eran los Cavs, pasó por las tres primeras rondas de playoff como si de un rodillo se tratase, cediendo únicamente 2 partidos de 16 disputados, y barriendo de manera inmisericorde a Boston y Atlanta. Los Cavaliers, de la mano de su hijo pródigo, iban a disputar unas finales de la NBA 8 años después, por lo que todo transcurría según el guion. El problema es que, al escribir dicho libreto, nadie había contado con que en el otro lado de la cancha les aguardaba un equipo que llegaba a la cita después de haber paseado su insultante dominio por la temporada regular obteniendo 67 victorias.

Los Golden State Warriors, de la mano de Steve Kerr y con la inestimable ayuda del mejor tirador de la historia del baloncesto, Stephen Curry, habían evolucionado hasta límites difícilmente imaginables el sistema de juego anteriormente conocido como “Small Ball”, hasta convertirlo en lo que Kerr denominó “Ataque híbrido”. Una extraordinaria estrategia ofensiva basada en la búsqueda permanente de espacios para lanzar, de espacios para penetrar y de oportunidades para generar contraataques a ritmos vertiginosos. Todo ello cocinado en base a la creación de una red infinita de bloqueos optimizados de manera extremadamente inteligente, por un quinteto en el cual la ortodoxia posicional se difuminaba hasta prácticamente dejar de existir. Un sistema diabólico en el que todos los jugadores eran capaces de tirar, driblar, pasar, o penetrar en cualquier situación posible. La interoperabilidad y la polivalencia sumadas y elevadas a la enésima potencia. Un concepto que convirtió a los Warriors en una despiadada máquina de guerra para la que no existía rival, pues absolutamente nadie en el mundo estaba preparado para combatir a semejante oponente.

Aunque Los Cavaliers presentaron una más que digna batalla, sucumbieron ante el emergente y revolucionario fenómeno de la Bahía de Oakland.

Al año siguiente, el siempre caprichoso azar quiso repetir escenario y protagonistas, curiosamente igual que lo hiciera con los Heat del propio James y los Spurs años atrás, de tal forma que los Cleveland Cavaliers se encontraron otra vez en lo más alto de la competición con los Warriors. El equipo de Kerr llegaba a la cita henchido de confianza, después de haber firmado el mejor registro de victorias en liga regular de la historia. 73 partidos ganados y únicamente 9 perdidos. Una gesta que los colocaba de manera incontestable en la cúspide de la cadena evolutiva baloncestística. Aprovechando el empuje de semejante inercia, los Warriors pronto colocaron la eliminatoria con un contundente 3 – 1 a su favor. Un resultado que dejaba casi sentenciado el campeonato, pues jamás en la historia un equipo había remontado semejante desventaja en unas finales. La estocada definitiva estaba por llegar.

Pero como dijo Rudy Tomjanovich allá por 1995, “nunca subestimes el corazón de un campeón”. LeBron James no solo era un campeón, era un héroe con una ineludible misión a la que no estaba dispuesto a renunciar. No otra vez. No por muchas y muy duras pruebas que el destino le interpusiese en su camino. Pues al igual que las pruebas impuestas por Euristeo a Hércules, cada una iba a ser más difícil que la anterior.

Los dos siguientes encuentros fueron sendas titánicas demostraciones de poder en las que James sumó 82 puntos, 24 rebotes, 10 asistencias, 7 robos y 6 tapones en más de 42 minutos de juego por encuentro. Cifras inconcebibles para la gran mayoría de los mortales, pero no para él. Nuevamente el destino imprimía un caprichoso giro al devenir de los acontecimientos, y contra cualquier pronóstico imaginable, los Cavaliers empataban la serie a 3, forzando el séptimo y definitivo encuentro.

EL MOMENTO

19 de julo del año 2016. Oracle Arena (Oakland).

Solamente existe un adjetivo en castellano capaz de hacer justicia a la hora de definir el ambiente que generan 20.000 almas vestidas de amarillo gritando como si no hubiera un mañana. La palabra es “Indescriptible”. A esa atmósfera épica, casi legendaria, hay que sumarle 31 millones de personas esperando al otro lado del televisor a que la historia suceda en directo. El porcentaje de espectadores más alto de la historia desde que en 1998 Michael Jordan sentenciara a los Jazz con “The Last Shot”. El partido definitivo de las finales del 2016 se iba a convertir en el mayor espectáculo baloncestístico registrado hasta la fecha.

Por parte de los contendientes, un objetivo común pero dos motivaciones totalmente distintas. Los Warriors ansiaban repetir título y así poner un inmejorable broche a la temporada más perfecta jamás vista. Por otra parte, Los Cavaliers en general y LeBron James en particular, tenían una deuda inexcusable con Cleveland. Lo único en lo que ambos rivales coincidían, es que ninguno de ellos iba a echarse atrás ni un milímetro en aquél espectacular choque de trenes.

La presión situacional hizo su trabajo y las hostilidades se abrieron a base de muchos nervios, fuerte defensa, y no demasiado acierto por parte de ambos. Ni los “Splash Brothers” de los Warriors estaban siendo determinantes desde la larga distancia, ni los Cavaliers aprovechaban con claridad su superioridad en el plano físico. Es obvio que los partidos así suelen ser más enmarañados que fluidos, y este no parecía querer ser la excepción. Pero los grandes retos están diseñados para los competidores superlativos, y los Warriors contaban con su propio “Factor X”, también conocido como Draymond Green, que emergió para suplir las carencias de sus compañeros y tirar del carro cuando más falta hacía. LeBron por su parte, se esforzaba multiplicándose por la pista en defensa hasta rozar el límite máximo de sus capacidades físicas, para intentar frenar el empuje de Green y el banquillo de los Warriors, que también acudió oportunamente al rescate. Una fugaz aparición de J.R. Smith y una aún mayor implicación ofensiva de James, dieron una inesperada ventaja a los Cavaliers, situación que no duró demasiado pues el héroe local, Stephen Curry, decidió aparecer en el momento más propicio para devolver la igualdad al marcador. Después de tres minutos de errores consecutivos por parte de ambos bandos, debido a las asfixiantes defensas y el extenuante desgaste físico de los jugadores, el partido se encuentra empatado a 89 a falta de 2 minutos y 11 segundos. Posesión para los Cavaliers.

Y es entonces cuando ocurre.

Kyrie Irving inicia el ataque desde la parte central y después de un bloqueo, penetra con rapidez hasta las inmediaciones del aro, donde le está esperando Draymond Green para obstaculizar el lanzamiento y evitar que anote. Andre Iguodala se hace con el rebote, se gira rápidamente e inicia un veloz contraataque acompañado por Curry en el lado izquierdo de la pista. Iguodala invierte el balón sobre él para así arrastrar hacia él al único defensor de Cleveland que ha tenido tiempo para retroceder. Curry devuelve instantáneamente el balón al centro donde Iguodala lo recoge y con la vista ya fija en la canasta, da los dos pasos que lo elevan con potencia hacia el aro. Una vez en el aire, realiza un pequeño rectificado para evitar el desesperado intento de ese último defensor de taponarle, pero cuando consigue evitarle y extiende el brazo para realizar la bandeja, sucede lo impensable. Una figura emerge de la nada para volar literalmente por encima de Iguodala y aplastar el balón contra el tablero. Alguien ha llegado desde atrás, ha puesto la cabeza al lado del aro y le ha negado a Iguodala la posibilidad de meter una canasta que podría decidir un campeonato. Obviamente, no podía ser otro que LeBron James. Nadie sobre la pista salvo él, sería capaz de realizar un despliegue físico de tal magnitud. Los más de 30 millones personas que observan boquiabiertas la repetición de la demencial acción, están totalmente abstraídas del partido y solo pretenden ver en bucle la secuencia para intentar asimilar lo que acaba de suceder. La realización ofreció más de 10 planos diferentes, cada uno de ellos más inverosímil que el anterior.

James golpea el balón con tanta violencia que produce un sonido detonante, algo más parecido a una explosión que a un golpe. El propio Iguodala declaro: “Cuando LeBron me taponó, pensé que alguien había recibido un tiro”.

Lo que acababa de hacer LeBron es algo que, después de ser estudiado con detenimiento por el programa Sports & Science arrojó el siguiente análisis:

LeBron James comienza la secuencia situado a 27 metros del aro y recorre los primeros 18,3 metros que lo separan de él en 2,67 segundos. En el instante en que Andre Iguodala recibe el balón a pase de Curry, tiene más de 2 metros de ventaja respecto a la posición de LeBron. Durante la carrera, James alcanza una velocidad máxima de más de 32 km/h. Y, para terminar, su mano intercepta el balón a casi 3,5 metros del suelo.

Solo hay una explicación posible a semejante barbaridad y no es otra que ver quien la ha llevado a cabo, un superhombre.  LeBron vio como se escapaba fugazmente de nuevo el sueño de su promesa cumplida, y reunió toda la fuerza y la rabia contenidas en su ser, para hacerlas eclosionar en forma de energía vital.

Literalmente sobrehumano.

El golpe moral que supone la acción en sí, es casi definitivo para que el rival se tambalee, pero aún falta la estocada definitiva. Los aturdidos, exhaustos y desesperados Warriors ponen el balón y sus esperanzas en manos de Curry, el héroe del equipo, el primer MVP unánime de la historia, que realiza un mal lanzamiento. Los Cavaliers piden tiempo muerto y en la jugada siguiente, no es LeBron sino su joven escudero Irving, quien anota un monumental triple después de un mano a mano con el propio Stephen curry. El golpe es definitivo, y aunque Curry lo vuelve a intentar en las dos últimas jugadas, los Warriors estaban moralmente sentenciados desde que James decidió interponerse entre Iguodala y la canasta, y muy en el fondo lo sabían.

Finaliza el partido y la locura invade a los jugadores de Cleveland, que aun no son conscientes de que acaban de completar la mayor remontada de la historia de las finales de la NBA, y una de las mayores gestas deportivas del deporte mundial. El enmudecido Oracle Arena no puede hacer otra cosa que rendirse ante la evidencia.

LeBron James llora, pero lo hace sin saber que sus lágrimas no son sólo suyas sino de un estado entero. Su último gran esfuerzo ha propiciado que Cleveland alcance la gloria. En su séptima prueba, Euristeo ordenó a Hércules doblegar y atrapar al toro de Creta, cuya furia se había desatado como castigo de Poseidón contra Minos. En el séptimo partido, LeBron tenía que doblegar la furia de una de las bestias baloncestísticas mas grandes de la era moderna. Y lo hizo…

Con el grito al cielo de “Cleveland, this is for you” LeBron cumplía su promesa después de atravesar el arduo camino de la redención hasta el final, igual que lo hiciera Hércules después de conseguir hacerse con las manzanas doradas del jardín de las Hespérides.

Mi admirado Gonzalo Vázquez calificó el final de la gesta con una sentencia inmejorable: “LeBron James completó con sangre, sudor y lágrimas el círculo de una historia irrepetible. Podría dejarlo mañana. Su vida está completa”.

Imposible añadir nada más…

Hércules marcó el fin del orden titánico y abrió el camino a los héroes siguientes (como Aquiles), quienes ya no debían luchar contra el orden del pasado, sino con sus condiciones presentes. Igual que nuestro héroe de carne y hueso, que rompió con el pasado dando un nombre propio, el suyo, a una nueva era. Una que aún no ha terminado.

Con la esperanza de que hayáis disfrutado otra vez conmigo en este nuevo viaje temporal por mi colección de grandes momentos de la historia de la NBA, os emplazo con ilusión al siguiente capítulo. ¡Hasta pronto!

PD. Capítulo dedicado a mi amigo y compañero Jordi de Mas (@demas6basket)

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